miércoles, 29 de julio de 2020

CUENTO DE GRACIELA MECCIA BLANCO

LA AFEITADA
Amanece, el campo todo despierta este domingo de enero.Por el hueco de la ventana comienza a filtrarse la luz del día. Fermín abre los ojos, un haz de luz lo encandila, los cierra y se vuelve sobre la almohada húmeda, se quedará un rato más remoloneando. No fue una buena noche. Las colchas están revueltas y caídas. Hoy no hay horario, el mate puede esperar hasta que el día se pinte entero.Con los ojos cerrados escucha los cantos, cientos de gallos juegan al coro. Algunos muy lejos, otrosaquí no más. Está bueno descubrir cuál es cuál.El rancho tiene olor a encierro, hoy sacará sus pilchas al sol. Es inútil, no puede dormir, se levanta. Saca la tranca y abre la puerta. Una brisa fresca con olor a tierra húmeda lo recibe, se sienta bajo el alero y se acaricia la cara como para despejarse, su mano tosca siente la barba crecida. No hay nada que hacer, si quiere ir al pueblo tendrá que afeitarse.Echa una mirada cansina a los surcos con choclos maduros, acaricia al Negro que le lame la mano, el alazán relincha contra el alambrado. Tiene la barba dura y espesa, habrá que ablandarla con agua caliente. Va hasta la bomba, llena la pava,prende el fuego y espera... Mientras tanto entra en busca del espejo, sale, lo cuelga de un clavo, acerca el banquito, la palangana de lata. En el ropero guarda la brocha, el jabón y la maquinita con hoja. Organiza todo el equipo y se mira en su viejo y opaco espejo roto. Con el revés de la manga le saca la tierra y lo vuelve a colgar. Se mira distraído.El sol ya salió y el campo entero se llena de luz. Su rostro de surcos profundos se refleja fragmentado en ese espejo. Fermín casi no conoce su cara completa, por años se ha mirado primero de un lado y luegodel otro. En realidad se mira poco. Se mira por dentro.La brocha espumosa lo pinta de blanco, disfruta el momento, la mueve despacio, en redondo, el jabón tiene perfume de flores. Observa el cachete, la barba entrecana lo cubre hasta el cuello, por un largo rato sigue con la brocha hasta sentir que los pelos ya no se resisten.  Mientras tanto piensa que no se conoce,se ríe al pensarlo. Él es Fermín Ojeda, 68 años, nacido en el campo, soltero, sin hijos, trabajador de la tierra, poseedor de un caballo, un rancho y un perro... Para qué más, siempre fue así... Solo.Se mira de nuevo y deja la brocha, en el espejo caben pedazos de cara, despacio y por partes desliza la hojita que barre a tirones los pelos más dóciles. Primero el bigote, la pera. Ahora baja despacio por lamejilla derecha, la patilla... Su ojo derecho lo mira desde el otro lado. Hundido, profundo, de un azul intenso, rodeado de plieguesy de cejas oscuras de pelos despeinados. Se miran descreídos y el tiempo se detiene... Fermín gira la cara y continúa con la rutina. La hojita baja lenta desde el costado de la oreja, hace una mueca para no cortarse. De pronto se siente observado. Detiene la mano, otro ojo lo mira: las arrugas, los pelos, el azul profundo...Es igual, pero no lo siente igual. Cree que son sus ojos los que ve en el pedazo de espejo, pero algo  no está funcionando como debiera ser. ¿Por qué siente que esos ojos no se mueven con él? Que no se mueven como él. ¿Siempre habrá sido así y nunca le prestó atención?  Detiene la afeitada y mira el espejo, observa su frente, el nacimiento de su cabello tupido, lacio, comotirado hacia atrás de manera natural, aún quedan algunos pocos negros, pero en su mayoría son canos,más duros y rebeldes. Su pelo parece un cepillo peinado hacia atrás. Le causa gracia lo que piensa. Siente ternura por su cabello tordillo y esa frente plegada en paralelas desde las cejas hasta el “cepillo”. Los años y la vida dura de vientos y soles dejaron sus huellas. Las mejillas hundidas con pómulos salientes también tienen una piel gruesa y ajada, y la barba canosa. Se vuelve a mirar y otra vez sonríe con ternura por su imagen. Aquella cara joven de rasgos fuertes y quemada por el sol cedió su lugar a tanta arruga y tanta cana. Es la vida que anduvo lenta, pero anduvo mucho, y hoy la siente no sólo en canas y arrugas, sino en las menos ganas de trabajar, en la cintura, en las piernas. Pero por sobre todo en el alma. La vida dejó cicatrices  que aún sangran. Dolores lejanos, secretos. Los recuerdos lo distraen, se olvida del espejo y de esa mirada de ojos azules. Vuelve a intentar con la maquinita y los pedacitos de cara. Se habla: “-¡Qué pinta tenías Fermín! Cuánta china se te regalaba en tus años mozos. Y por tanto elegir te quedaste solo. Ahora sería bueno tener una compañera para vivir estos años de calma, mirar el
maizal de a dos, compartir los amargos cuando el día es lluvioso y no se puede salir a los surcos. Viste Fermín, no querías perder la libertad, querías ser el dueño de tus tiempos, y ahora...” Pasan imágenes rápidas por su mente aún ágil, mujeres, hombres, lugares. Siempre el campo, siempre el caballo, siempre una partida como huyendo, y otra vez la soledad del rancho. Como en  un destello apareció el único rostro amado. Lo borró rápido, esa era su defensa. Siempre pensaba que lo borraba.Nunca lo pudo borrar.Sigue con la afeitada, la barba que queda está otra vez dura. Tironea, la hojita está vieja, entonces pasa y repasa. De pronto lo ve. El ojo derecho quedó en el espejo. Lo mira, se miran. No siente que es él. No entiende qué pasa. Siente miedo. Algo nuevo, diferente, le corre por el cuerpo. Se serena. No puede ser tan pavo, a qué le va a tener miedo a plena luz del día, un hombre grande, un paisano acostumbrado a los peligros delcampo, la luz mala y el lobizón.-“Vamos Fermín, que te estás poniendo sonso con los años, terminá con la afeitada que en el pueblo hay cuadreras, algo de asado y mucho vino”Levanta la mano, apoya la vieja maquinita sobre la patilla y espía de refilón al ojo enemigo. Lo mira, no cede Es inquisidor, y ese azul intenso que al madurar la mañana se fue iluminando, lo perturba del todo. De pronto siente que enloquece. Bajo la soledad del alero recuerdos y miedos lo hacen gritar: - “¿Qué te pasa, quién sos? Dejame tranquilo. No te alcanzan las noches, mil noches, para atacarme dormido y revolverme en la culpa? Mojar las almohadas, despertarme temblando? ¡¡¡ Andate!!! Ya sé,esos ojos azules no son míos, son tuyos. Los míos son negros, con arrugas y pelos, fuleros, pero negros. Los tuyos eran claros y no pude cerrarlos.”Le tiemblan las piernas, se sienta aturdido, por años de años le escapa a su historia, a la culpa. Al precio terrible de su cobardía.Fue en enero, un domingo, cuando a aquel rostro amado de ojos azules  lo devoró el arroyo.Descuelga el espejo, lo pisa con furia, tritura la imagen. No alcanza...       -“¡Ya voy, te acompaño! ¡Por favor perdoname, no me dejes solo…. ¡yo también te quiero!!!!”En la mañana ardiente del domingo de enero el solitario alazán pasta sereno y bebe, ignorante, esa agua fresca le ofrece el arroyo. El Negro en el rancho, aulla aturdido el dolor de la muerte.

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