viernes, 17 de julio de 2020

DESCANSO

Por Mónica Bardi. 

Mamá hacía años que iba arrastrándose en la vida porque caminar de pie ya no podía. La tristeza había pasado a ser estructural. Casi no hablaba: había que sostener largos silencios para que ella dijera algo. Las expectativas con respecto a su vida estaban demasiado alejadas de lo que luego fue la realidad. La desaparición de su hijo, nuera y nieta; el alejamiento a otro país de su hija, la pérdida de contacto con su familia y amigas la habían dejado sola, vacía.
Su marido hacía lo que podía, juntando fuerzas para los dos, pero él también parecía "más fantasmal que después de morir" (Borges). La casa ni siquiera evocaba los ecos de las risas y la música.
Mamá se fracturó la cadera por osteoporosis y luego no pudo, no tuvo la fuerza de voluntad para hacer una buena rehabilitación.
Ya estaban muy viejitos los dos. A veces no hace falta vivir tanto, ¿no?
Un día, papá llamó a un médico porque mamá había empezado a desarrollar escaras en las nalgas por estar siempre en la misma posición.
El médico la examinó y cuando la dieron vuelta para ponerla otra vez boca arriba, mi papá exclamó: "¡Doctor, esta mujer está muerta!"
Sorprendido, el médico sólo pudo certificar la muerte.
Cuenta luego mi papá que mi mamá tenía una expresión de paz y beatitud que nunca le había visto antes. La muerte fue un ángel piadoso que se la llevó a un jardín de ensueño para tener un descanso pleno y largamente esperado.

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