domingo, 22 de junio de 2025

MI NIETO ADRIÁN

Esta es una historia breve y sencilla de un hecho real. Sin pretensiones pero con la intención de captar las características de personalidad tan peculiares que llevan como segunda piel los habitantes de una pequeña ciudad llamada Cádiz.  Como anticipo me siento en la obligación de decir que uno, antes de echarle una bronca a otro, primero debería averiguar algunos datos personales del sujeto en cuestión. Por ejemplo, donde está empadronado. Si contesta Cádiz, ya sabemos algo importante. Y si agrega de padre argentino, mejor punto en boca, ponemos primera y nos vamos. LETAL COMBINACIÓN. 

Contexto: escenario campestre en un día fresco y soleado. Un joven va tranquilamente a tirar un capazo lleno de pastos, de hojas y de ramas, después de haber cortado el césped del jardín de su abuela.  (Aclaración necesaria: el basurero nos tiene dicho que cuando se trate de residuos vegetales los tiremos a un lado porque el container gris está destinado para las bolsas de basura doméstica). Y eso exactamente estaba haciendo el joven en ropas de pijama. 

En ese momento, una señora muy preocupada y con tiempo de sobra por los asuntos sociales del barrio pasa en su coche y ve cómo el joven tira la maleza a un costado del container gris. Automática y velozmente baja la ventanilla queriendo darle una lección al joven, sin saber qué se había topado nada menos que con un doctor en argumentos histriónicos e irónicos, ya que dicho chaval es, como dijimos, un arquetípico ejemplar de la zona, hijo de un argentino y de una gaditana y criado en Cádiz. El chico la miró interrogativamente mientras su cerebro elaboraba un lado lógico de la situación. "Esa señora a lo mejor querrá preguntar por alguna dirección", pensó. En ese momento, la señora muy mandona declaró perentoriamente y en voz muy alta, mientras señalaba con el índice : "¡Mira, por si no te has dado cuenta, el contenedor tiene 2 agujeritos para tirar la basura!" (Aclaramos desde ya que son dos grandes agujeros y no agujeritos). Y siguió: "¿O eso es mucho trabajo para ti?".

El joven pensó rápidamente: "¿realmente vale la pena explicarle a esta señora desconocida todo ese rollo del contenedor y ponerme a discutir con ella?" Y se contestó a si mismo: "No, no vale la pena".  

Decidido el tema en milisegundos a continuación le dijo, desplegando sus ocultos dotes actorales: "¿¡En serio?!, ¡no me lo puedo creer, no me había dado cuenta! Le juro que no los vi... como son tan pequeños. Usted perdone y muchas gracias por la información", derramando pura y falsa inocencia, cuando no algo de metalenguaje tipo "es que soy muy básico, me falta un hervor". Todo aderezado con una media sonrisa  "perdonavidas". A estas alturas es poco creíble que la señora no haya sospechado una intención burlesca por parte del pibe. Pero parece que no. (Hay gente pa'to')

La señora, sin dudarlo y sin haber captado nada todavía, responde muy prepotente y con un gesto teatral: "Es que hay gente a la que no le da la cabeza". 

El joven la mira un instante con piedad y replica suave y muy lentamente: "Muy cierto, definitivamente hay gente así; a la que no le da la cabeza y es porque tienen retardo sináptico". Le sonríe ahora ampliamente, la mira por encima de las gafas, se da media vuelta y se va tan campante dejando muda y perpleja a la aprendiz de docente en asuntos medioambientales. ¡La pobre! Todavía debe estar dándole vueltas a lo del "retardo sináptico". (Vocablos cosechados de las clases de fisiología de la abuela).

Hay un dicho muy popular en Cádiz que describe en pocas palabras esa situación: "Le quiso vender la moto y el pibe acabó robándosela".

El gaditano en cuestión es mi nietecito chiquito de metro ochenta y cinco, 25 años y con rápidas respuestas trimilenarias en cada pata. 

Cuenta la leyenda que a la señora, despues de un moderado período de latencia (o retardo sináptico, si prefieren), en el que por fin se supone que entendió la realidad de la situación, ya no se le ocurrió poner en práctica sus mediocres aptitudes de ecologista en ciernes. ¡Es que no to' er mundo puede ser de Cai!


MIRADAS

La física cuántica nos dice que si queremos observar a una partícula subatómica, el solo hecho de observarla ya cambia su estado (o posición o situación o algo parecido). Nuestra mirada la mueve. Bueno, no exactamente nuestra mirada sino el medio que usamos para poder verla. Todo lo que se refiere a esas leyes que gobiernan la vida (¿vida?) de las partículas elementales es totalmente antiintuitivo y hay que abrirse la cabeza para llegar a entenderlas a nivel divulgación... y gracias. Pero, de hecho, ese es el "corazón" de la materia. Una teoría dice que en el interior de las partículas habría cuerdas pequeñísimas que contienen información. Como la música, que con 7 notas puede crear infinidad de melodías. Esas cuerdecillas tendrían su propio " sonido" que respondería a información muy concreta, igual que una guitarra. 

Como lo del bosón de Higgs, otro tema  para volvernos majaras. ¿Cómo hizo la tal para ganar masa de la nada? Si yo apenas gano para vivir. 

Pero volvamos a la mirada. Si nos detenemos a pensar cualquier mirada tiene, potencialmente, el poder de cambiar lo que mira. 🤔 

Hay miradas que nos tranquilizan, otras que nos aterran, otras que nos sorprenden, otras inolvidables. Los ojos de un perro, de un gato doméstico; hasta los de una mosca y sus enormes ojos nos interpelan. El poder de una mirada, como el de la palabra, es algo inaprensible. Recuerdo miradas tan elocuentes que cambiaron una decisión casi tomada. 

Lacan fue el primero que usó la palabra "mirada" para referirse a cierta inquietud del sujeto al sentirse observado. El observador y el observado son influidos por ese intercambio.

Así que, nada de depresiones personales  por no entender lo de cierto gato cuántico de Schroedinger encerrado en una caja. Son metáforas, no hay que darles tanta pelota; pocos pueden entender semejante galimatías. Pero a lo que iba: todas las miradas influyen: hay miradas que matan. Y al revés. Lo sé porque de tanto mirar ansiosamente a mi plantita de taco de reina, revivió. ¿O será porque llovió?