miércoles, 10 de diciembre de 2025

EL BESO

 𝐒𝐢𝐞𝐦𝐩𝐫𝐞 𝐦𝐞 𝐡𝐞 𝐩𝐫𝐞𝐠𝐮𝐧𝐭𝐚𝐝𝐨: ¿𝐐𝐮é 𝐡𝐢𝐬𝐭𝐨𝐫𝐢𝐚 𝐬𝐞  𝐞𝐬𝐜𝐨𝐧𝐝𝐞 𝐭𝐫𝐚𝐬 𝐥𝐚 𝐟𝐚𝐦𝐨𝐬𝐚 𝐟𝐨𝐭𝐨𝐠𝐫𝐚𝐟í𝐚 "𝐄𝐥 𝐛𝐞𝐬𝐨"? ¿𝐐𝐮𝐢é𝐧𝐞𝐬 𝐬𝐨𝐧 𝐞𝐬𝐨𝐬 𝐝𝐨𝐬 𝐣ó𝐯𝐞𝐧𝐞𝐬 𝐪𝐮𝐞 𝐬𝐞 𝐛𝐞𝐬𝐚𝐧, 𝐚𝐩𝐚𝐬𝐢𝐨𝐧𝐚𝐝𝐚𝐦𝐞𝐧𝐭𝐞, 𝐞𝐧 𝐦𝐞𝐝𝐢𝐨 𝐝𝐞 𝐞𝐬𝐚 𝐫𝐨𝐦á𝐧𝐭𝐢𝐜𝐚 𝐩𝐥𝐚𝐳𝐚 𝐝𝐞 𝐏𝐚𝐫í𝐬? ¿𝐐𝐮𝐢é𝐧 𝐝𝐢𝐬𝐩𝐚𝐫ó 𝐥𝐚 𝐟𝐨𝐭𝐨𝐠𝐫𝐚𝐟í𝐚 𝐲 𝐩𝐨𝐫𝐪𝐮é 𝐥𝐨 𝐡𝐢𝐳𝐨?... 𝐁𝐮𝐬𝐜𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐫𝐞𝐬𝐩𝐮𝐞𝐬𝐭𝐚𝐬 𝐡𝐞 𝐞𝐬𝐜𝐫𝐢𝐭𝐨 𝐞𝐬𝐭𝐞 𝐫𝐞𝐥𝐚𝐭𝐨.

 𝐋𝐨𝐬 𝐩𝐞𝐫𝐬𝐨𝐧𝐚𝐣𝐞𝐬 𝐬𝐨𝐧 𝐫𝐞𝐚𝐥𝐞𝐬, 𝐚𝐮𝐧𝐪𝐮𝐞 𝐦𝐞 𝐡𝐞 𝐩𝐞𝐫𝐦𝐢𝐭𝐢𝐝𝐨 𝐚𝐥𝐠𝐮𝐧𝐚𝐬 𝐥𝐢𝐜𝐞𝐧𝐜𝐢𝐚𝐬 𝐥𝐢𝐭𝐞𝐫𝐚𝐫𝐢𝐚𝐬 𝐪𝐮𝐞 𝐬𝐨𝐧 𝐩𝐮𝐫𝐚 𝐟𝐢𝐜𝐜𝐢ó𝐧.

EL BESO. 

Mercedes Romero

Robert Doisneau jamás pensó que aquella fotografía tomada en 1950, llenaría de amargura los últimos años de su vida. La misma fotografía que le aportó fama y acabó convirtiéndose en un icono del amor.

En 1950, París había dejado atrás la estela oscura de la guerra. La ciudad bullía de cafés literarios, clubs de jazz y galerías de arte. A Doisneau le gustaba frecuentar aquellos ambientes bohemios.

Un día de abril, de aquel año, recibió un encargo de la revista Life. Debía realizar una serie de fotografías de enamorados en París. Pero había un problema: el reportaje tenía que ser entregado con celeridad.

Cargado con su cámara se dirigió al l´hôtel de Ville. Acostumbraba a esperar durante horas, como un cazador acechando su presa, hasta que llegaba ese momento preciso en el que atrapar el instante y su eternidad. Entonces disparaba así, sin más. Detestaba los posados, las fotos artificiosas. Pero aquella mañana, apremiado por los plazos de la entrega, contrató a una joven pareja: Jacques y Françoise para que posaran besándose, apasionadamente, para él.

En la mente de Jacques, la imagen de Françoise zarandeaba su alma como un barco a la deriva.  Se habían conocido en la escuela de teatro.  Después se enamorarían perdidamente, con un deseo salvaje, sin límites, sin ataduras. Ahora, de todo aquello, tan sólo quedaba un montón de ruinas.

En un último intento por sortear el destino, Jacques se pregunta: ¿debería recapacitar? ¿Todavía habría esperanza? No. Françoise ha sido clara, de una claridad que atraviesa, como una esquirla helada su corazón. Le cuesta respirar, porque cada bocanada de aire le recuerda que está vivo, y él ya sólo desea estar muerto.   

 En su pequeño apartamento, de la rue St Honoré, Françoise observa, distraídamente, las volutas de humo de su cigarrillo, que dibujan figuras caprichosas. A través de la ventana abierta le llega el perfume de los heliotropos, que a ella siempre le recuerda la tarta de cerezas, la que su madre horneaba, cada domingo, mientras escuchaba aquella canción de Charles Aznavour:

—"¿Qué decía? Ah, sí ya recuerdo: “J’attends l’air que je respire et le printemps” (“Espero el aire que respiro y la primavera”) .

Esta mañana verá por última vez a Jacques. Posarán en la plaza del l´hotel Deville para un fotógrafo llamado Doisneau. Y ¡qué ironía!! será una foto de enamorados.

Ya no le ama. Siente que a su lado se asfixia. Los días de suceden con una rutina insoportable. Olvidaron los lenguajes que inventaron, los momentos que crearon. Ahora son tan sólo dos extraños.

Afuera el viento arrastra, en remolinos, las hojas amarillas. Como las hojas, ella también quisiera ser arrastrada a otros lugares, a otras vidas.

Ya en la plaza del l’hotel Deville, mientras se besan para la foto, Jacques aprieta con fuerza la pistola contra el pecho de Françoise. Puede sentir el pulso de su sangre en el cerebro y el grito ahogado en la garganta de ella. Un disparo preciso, certero, retumba como un trueno entre el bullicio de la plaza. El segundo disparo va directamente a su cabeza.

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