sábado, 6 de junio de 2020

MATE Y PANDEMIA.

CORINA VANDA MATERAZZI : El nivel de estreñimiento familiar superó el riesgo país, de manera que hicimos un campeonato de truco, donde el primer puesto fuera acreedor de una salida a la verdulería.
No tenía esperanzas de ganar, no porque no mienta, sino porque lo hago horrible. Creo que el azar puede ser tan sabio como la naturaleza, porque no paré de ligar anchos, sietes de los buenos, muchos tantos para los envidos, incluso varias flores.
Hoy por la mañana, me levanté a las siete con un entusiasmo, que debe haber superado a los bosteros cuando River descendió a la B.
Con todas las precauciones del protocolo sanitario salí y salí vestida de mujer.
Mientras regresaba con el baúl del auto cargado de verduras y frutas recordé que nada es gratis: al llegar a casa, debería limpiar, antes de guardar, todo lo que compré.
Entré el auto de culata, sin llevarme puesto nada de lo que había atrás. Eso y haber estado veinte minutos fuera, fue casi como haber ganado el Quini6.
Según lo requerido, hice todo lo que debía hacer primero. Sacarme el calzado, dejar colgado en el tender de afuera toda la ropa, rociarla con alcohol, entrar y lavarme.
Puse la pava a calentar, total me dije, qué apuro hay. Mientras estaba en eso, noté que la pava no encendía. No importa, pensé, saqué la vieja, la silbadora, que desde que tengo la eléctrica dejé de usar. Estaba optimista y nada en el mundo me iba a hacer abandonar ese territorio. Abrí la heladera para sacar el dulce para las tostadas. Fue un movimiento mecánico. Abrir, agacharme, agarrar el frasco y cerrar, al igual que a la mañana cuando levanto la tapa del inodoro para orinar. Sin embargo, al cerrar la puerta de la heladera, noté algo extraño,  algo no estaba en su lugar. Dudé, pero no pude con mí toc y volví a abrir la puerta. No había luz. Fui al tablero de las térmicas y todas las teclas estaban en su lugar.
En el conurbano bonaerense en muchos lugares, como en mí casa, si no hay luz, además de no haber wifi, además, no hay agua. Pensé en la verdura y fruta por lavar, en que la mercadería del freezer se iba a echar a perder.
Lloré. Lloré. Lloré y lloré. Creo que en estos nueve días llevo más milímetros cúbicos de lágrimas extirpados que en quince años de terapia.
La pava silbó. Me hice el mate cocido mientras me limpiaba los mocos. Me senté en la galería a desayunar mientras deseaba haber sido uno de los 999.999 espermatozoides de mi viejo, que el óvulo de mí mamá, desechó hace 52 años atrás.

Corina Vanda Materazzi

No hay comentarios:

Publicar un comentario