miércoles, 7 de octubre de 2020

FOTOS VIEJAS

Existen días, generalmente domingos, en que no hay mucho que hacer. Claro que con la pandemia todos los días hay poco que hacer, o, más concretamente, nada.
Y entonces es cuando se decide rememorar épocas pasadas mirando viejas fotografías en papel. Sacamos unos miles de álbumes, siempre con la precaución de tener a mano un trapo húmedo para retirar el polvo ancestral (que ojalá pudiera hablar) y que se ha ido juntando.
Preparado todo, se abre la caja de Pandora y  se asoma una a mundos pretéritos, escenarios olvidados y, eso sí, toneladas de sonrisas. En las fotos, todos sonríen. Aunque estén a un paso del suicidio, para la foto, SONRISA. Obligatoria.
Viendo tanto diente rutilante es inevitable preguntarse si reflejaban verdaderamente momentos de felicidad. O, por lo menos, de alegría. ¿Sería porque éramos más jóvenes? ¿Teníamos mucho proyecto por delante? ¿O era pura impostura para la foto?¿Qué pasó con todo aquéllo?
Las reuniones familiares...ahora todos medio alejados y sin ganas ni tiempo para juntarnos, cuanto más lejos mejor. Los cumpleaños, los aniversarios...¿qué pasó con todo eso?
Los amigos con los que, por lo menos, se habla de vez en cuando. Todo parece tan lejano, hasta las ganas de reírse se aquietaron, si acaso alguna sonrisa lateral. Más allá del confinamiento, lo que se acumula son las desilusiones, las reyertas, los rencores, las familias hechas hilachas ... ¿el mundo se ha vuelto gris? Esas ganas de estar reunidos, de tomar algo, de charlar ¿fue un espejismo? ¿Todo tiempo pasado fue mejor? Eso es indudable si se tiene un hermano detenido-desaparecido, que sonríe en una cara de juventud eterna.
¡Ay, hermanito, cómo te hubiera gustado la vida! Si pudieras charlar, aunque sea cinco minutos con tu hija y con tu nieta. Seguro que te hubieran encantado.
¿Y mis padres? Mi papá, mi Stradivarius, como le decía yo porque, ya viejito, era curvo, refinado y antiguo. 
Mi mamá, con su vestido oscuro de seda con lunares blancos. ¡Le quedaba precioso! Y su sonrisa con dientes de conejo... dulzura. 
Qué amarga les fue la vida a partir de cierta época funesta. Pobrecitos: qué fuertes fueron y cómo la lucharon. Y yo, metida en mis propias batallas, lejos,  no estuve a su lado cuando murieron. Cuánto lo siento.  
La verdad es que las relaciones humanas se van erosionando con el tiempo, se gastan. ¿Algunas se fortalecen? Las penurias le van ganando a los amores por varias cabezas, me parece. ¿O será algo pasajero? El individualismo, el consumismo y los teléfonos se van comiendo las charlas amables, largas y fructíferas. Todo es instantáneo... ya no se escucha con atención y muchísimo menos si uno es mayor.
La palabra de los viejos ha perdido peso, consistencia, interés. Las ganas que hay que tener para escucharlos se han evaporado entre confusas y rápidas opiniones superpuestas y superficiales, sin el tiempo necesario para la reflexión. Todos son datos, estadísticas y palabras al socaire soltadas casi a los gritos. Opiniones fugaces, ligeras, confusas hasta contradictorias. Hay que tener cuidado a quien se elige para conversar a riesgo de pasar un rato con cara de póker y salir huyendo a la primera de cambio o exactamente a la inversa ¿Por qué no? A lo mejor, el que sale huyendo es el OTRO. ¿Todo tiempo pasado fue mejor? Esa impresión da, aunque sea en fotos arqueológicas, donde han quedado perfectamente impresas las ilusiones, los proyectos y las alegrías, en las expresiones.
¡Qué colores intensos los de esas fotos 
desteñidas! ¡Y las de blanco y negro! Divinas. Aunque en éstas la gente no salía sonriendo. ¿Sería que en esa época las fotos eran una cosa seria? Pero si hasta fotografiaban a los muertos. Esos no se reían, pero a buen seguro que ya nada los podía perturbar.
Quizás la felicidad sea contemplar con detenimiento esas "supuestas" felicidades pasadas, llenarlas de un contenido nuevo, cambiar la narración echándoles condimentos morunos, mejorarlas, endulzar el pasado.
Quizás la felicidad es imaginar lo que pudo ser y no fue: otros destinos, otras geografías, otros amigos. Sumergirse conteniendo la respiración en realidades paralelas más placenteras, más amorosas, menos dolorosas, en otra dimensión cuántica. Está muy de moda el tema cuántico y, además, ya lo describió Borges. Y si el maestro lo imaginó, seguro que existe.
Hablando de Borges, en una conversación que tuvo con Sábato comentaban que en sus reuniones se hablaba de literatura y filosofía. Este comentario me recordó que, cuando éramos jóvenes, hablábamos de política. Hoy hablan de películas y modas.
Tengo que llegar a la conclusión, bastante obvia por cierto, que cuántos más años se vive, más océano se atraviesa y ya sabemos, más tormentas también. Cada momento grato agrega la sombra de lo que nos tocará mañana y enturbia inevitablemente el momento grato. 
Esa plenitud y ese placer enorme de las risas compartidas ya pasó y a esta altura, nos queda sólo lo AGRIDULCE. 
En fin, los años no vienen solos. Menos mal que es otoño y cada mañana el césped húmedo, la casa llena de pinturas y la sonrisa de Miguel me reciben... cada mañana. 

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