jueves, 1 de octubre de 2020

SIN RUMBO. capítulo octavo: Garganta profunda.


Ilustración de Florencia Menéndez: DESPIDOS. 

 - Confesá, cabrona.- soltó Stellita B. con mirada de hielo- Qué momento pasional, ¿no? Para plantarle semejante bocado; fuiste vos la del mordisco, ¿no? 

¿Cómo te diste cuenta?- preguntó muy intrigada la acusada. 

-Muy sencillo: aritmética básica- pero si te digo la verdad, me parece una banalidad. ¿Qué importancia puede tener que hayas mantenido un affaire y que el tipo crepó en pleno acto? 

-Ninguna. Pero no me gusta. No me gusta que todo el mundo sepa que me acosté con él. Podría llegar a los oídos de mi primi. Además, parece que lo hubiera obligado. 

-¿Obligado? ¿Y él se tragó los Viagra porque le metiste un cuchillo en la garganta y lo obligaste? Eso no se lo cree nadie. ¿Vos tenés antecedentes penales?

-Claro. Cómo todo el mundo, pero sólo por tráfico de drogas. 

-¡Ah, pero eso no es nada! Bueno, quédate tranquila... no soy yo quien va a abrir la bocaza. Ser chivata nunca fue mi vocación. Pero alguien se va a dar cuenta, así como me di cuenta yo. 

Se acerca Pily, que había decidido bajar un rato del aerostático y darse una vuelta por la cubierta. 

-¿Qué están conspirando ustedes dos?- preguntó con curiosidad. 

-Parece que viene una tormenta- dijo Stella por decir algo y para desviar la atención. 

-Tormenta es la que tenemos acá. ¿Se aclaró lo del muerto?

La acusada se excusó con la excusa de un súbito dolor de cabeza y se alejó cabizbaja, con el peso de la culpa. Voló antes que la suspicaz psicóloga la pescara en un acto fallido. 

-¿Y a ésta que le pasa? ¿Le duele una muela?-preguntó Pily, sospechando algo. 

-Paranoias, nada importante y si le doliera una muela, ella sabrá mejor que nadie qué hacer. 

-Chicas, viene una tormenta- aventuró Marta V. acercándose al fogón- hay que prepararse y encomendarse a Dios. 

Y Kuky Belack agregó: - ¿A Dios, o a Neptuno? Mejor nos ponemos a jugar al truco, como tantas veces hicimos para furia de las monjas. Y de paso, nos distraemos y no nos damos manija con la tormenta, ¿no?

-¡Pero nada de trampas, eh, que es lo que más las divierte!- añadió Marta P. con su mejor cara de jueza- porque se lo cuento a Mónica que nos va a sacar una muela sin anestesia, como FIANZA, agregó sin poder disimular una risa subrepticia. 

-¡Ehhhhh, sin anestesia noooo!- la doctora Elvirita sabía de lo que hablaba. Víctimas le sobraban en su abultado currículum vitae.

-Aunque sea una epidural- comentaron Marta G. Y Mechi Ll, muy sensatas ellas, muertas de risa. 

-¡No llegaaaa hasta los dientes esa anestesia!¡La peridural es mucho más abajo, de la cintura para abajo!- se divirtió Mónica Bardi, recién llegada, alcanzando a oír el final de la conversación: -A menos que tengas una muela en el monte de Venus-

-¡Siempre tan bruta!- susurraron varias- ¡tanta risa y el temporal nos va a llevar puestos! 

-Sería igual que sin anestesia. Un sacrificio ofrecido como adelanto para cuando vayamos al cielo. Como en la edad media antes del cloroformo: con un litro de ginebra entre pecho y espalda y a aguantar- matizó Maricruz O, mientras arriaba sus banderas políticas al mirar al cielo oscurecerse peligrosamente. La política y el cielo siempre se oscurecen peligrosamente. 

- ¿Sin anestesia?, tienen alma sádica estos galenos. Qué horror. ¿Qué se creen? ¿Que somos plantas?- corearon las ninfas del jardín de las Hespérides Grace M. y Adelina. 

-¿Plantas?- discrepó Estela G., que oficiaba de tercera ninfa y no podía ausentarse de la improvisada reunión: -las plantas también sienten, ¿lo sabían? Por eso hay que hablarles con suavidad y ponerles música. 

- Exactamente, son seres vivos, por si alguien lo ha olvidado -afirmaron al unísono Marta G. y Norma Ragusa. 

-Pero yo me como una lechuga y 20 tomates sin culpas...- se burló Stellita Bottichelli- y una milanesa también- Los que vivimos nos tenemos que alimentar de otros que vivieron. 

-Bruja mala, hereje, que nos vienes con filosofía barata. Te vamos a quemar en la hoguera por comerte las vaquitas y sus hijitos - opinaron las veganas, medio en broma, medio en serio. 

-De acuerdo- afirmó rotunda Stellita- la próxima vez le pido perdón a la merluza, antes de zampármela. Me queda claro. 

En ese momento se acercó corriendo Ana N. --Chicasss, ¡qué se viene una tormenta!¡No es joda!¡Moriremos ahogadas, si no ocurre un milagro!

-Ah, entonces es verdad. ¿Y es muy fuerte?- 

-Bueno, si, pero conservemos la calma- Mirta A. como siempre. -Calma, calma, mi alma. 

Graciela V., con su espíritu solidario y organizativo, empezó a pensar a toda velocidad lo que haría falta a septuagenarias en apuros. Se les iban a volar desde las dentaduras hasta las bombachas. Había que pensar en todo; hasta en el más mínimo de los detalles. 

-¡Marita, largá los pinceles!- gritó Graciela L., la marquesa- ¡Hay que bajar la casita de Estela G. y el globo de las 2 piantadas!

Ana María P. de L., haciendo honor a su apellido, agarró unos prismáticos y oteó el negro horizonte, para formarse una idea de la situación, mientras Betty T. se enfundaba un impermeable, para ayudar en lo que fuera necesario. El peligro hacía aflorar la solidaridad y el espíritu maternal entre ellas.

Llegó el capitán bastante agitado y avisó que se venía una borrasca fuerte y que ya había modificado el rumbo pero que igual nos iba a agarrar de refilón. -Así que a rezar a Monjamon, a Zeus, a Alá y a todos los dioses que tengan a mano, porque falta nos hará. 

La tripulación empezó a guardar todas las cosas de cubierta y las mandó a ponerse bajo techo. ¡A jugar al truco todas ustedes! ¡Y sin vomitar!

-¿Y si mejor nos vamos alos catres de los camarotes con alguno de la tripulación y hacemos movimientos ondulantes ayudados por las olas... para no marearnos? Sólo para no marearnos, claro- sugirió Mónica B. 

-¡Buena idea! Y mejor motivadas con alguna bebida espirituosa- Marita, cuándo no, con una aromática copa de vino gran reserva en la mano- porque si vamos a morir ahogadas, mejor estar beodas y en medio de un orgasmo. 

-A la hoguera dos más-. se oyó por ahí. "Tanta agua no apagará tanto fuego". 

La tormenta fue brutal, el crucero parecía un barquito de papel. Todas nos dábamos valor unas a otras. No estaba como para aventuras románticas en la cama.  Se lloraba, se rezaba, se invocaba y la única que vomitó fue Marita (aunque ya se rumoreaba que estaba embarazada). La orquesta seguía tocando imperturbable, lo cual era peor porque nos recordaba al puto Titanic. Muchas cosas volaron por los aires y las olas parecían montañas. TERRORÍFICO. PÁNICO SIDERAL. Pensando en las familias, a la que ya no volveríamos a ver, sólo se oía rezar y rezar:  "Monjamon. ¡Monjamon, Monjamon, sálvanos del tormentón!" No se sabe cuánto duró aquéllo pero parecieron siglos. En ese tiempo que parecía el último se dijeron cosas horribles y preciosas. Las ateas pedían por favor a Dios que las salvara y las católicas renegaban de él, porque lo consideraban un injusto destino. "En la cancha se ven los pingos" gritó alguien. 

Todas confesaron sus horribles pecados y fue inimaginable los secretos que salieron a la luz.  Por eso cuando alguna sugirió que para ir al cielo directamente habría que conectarse con los SEMENTAL MEN DE LA PRADERA y pedirles perdón antes de morir, todas saltaron como un resorte. 

-¡¡Noooooooo, eso nunca!! Lo llevaremos en nuestra conciencia. Prefiero arder en el infierno...bueno, en el purgatorio, unos pocos siglos... que no es para tanto- gritó Nilda Paz. Pero no supimos bien por qué, ya que, en teoría, ella no tenía que rendirle cuentas a nadie, era una santa y carecía de  primi en el dichoso club.

Un sentimiento de desconfianza se extendió entre esas buenas mujeres. ¿No sería ella la del mordiscón en el muslo del muerto, después de todo? Como en los cuentos policiales, el último de quien se sospecha es el culpable.

Y alguien lo dijo en voz bien alta, ella, la que estaba acostumbrada a tratar con mentirosos: hablamos de Marta P., por supuesto, cuya vida profesional la había llevado de juzgado en juzgado, metiendo en cana a los decentes y a la inversa, como todos los abogados... bueno, casi todos, no se puede generalizar, pero mejor pagarles al final. 

-¡Noooooo, ella no fue!- gritó Stellita Maris, llenando de alivio la carita de Nilda que ya iba adquiriendo un subido tono "Tomatito maduro". 

Instantáneamente todas giraron su mirada hacia Stella Bottichelli (apodo recién adquirido), y ya iban a preguntarle de dónde venía esa tremenda certeza anunciada con tanto grito, cuando una enorme ola las interrumpió e hizo zozobrar el precioso transatlántico. A duras penas alcanzaron los botes salvavidas que, de milagro, albergaron tanto sobrepeso. La mitad de la tripulación murió junto con el capitán, que se hundió con su barco, como corresponde. 

Llegaron agotadas y con 20 kilos menos al Pacífico Sur, a las islas FIJI, donde afortunadamente las atendieron como a marquesas (y no solo a la marquesa). Las flacas como Pily eran esqueletos vivientes y las gordas parecían salidas de un desfile de top models. 

Las islas eran bellísimas y aquéllas pecadoras arrepentidas vieron el cielo abierto para volver a pecar, así que, con una caipiriña en cada mano, decidieron avisar al club SEMENTAL MEN DE LA PRADERA que habían decidido quedarse un tiempo... (indeterminado) y que si querían verlas, que vinieran ellos porque eso era una maravilla y no estaban seguras de no haber muerto todas y estar de verdad en el paraíso celestial. Los primi no contestaron. ¿Estarían ofendidos? 

 Pasados unos cuantos días, estaban todas tomando sol en la playa cuando de repente alguien pensó en voz bien alta: - Y al final, ¿quién fue la del mordiscón en el muslo del muerto? Botti lo sabía, ¿no?

-¡Que lo cuente, que lo cuente!- corearon varias, asediando sin tregua a la susodicha. 

Como toda la evidencia se había hundido: el muerto (con erección y todo), con la marca de los dientes culpables en su muslo, los moldes de yeso y hasta las joyas de la marquesa, se supone que nadie, salvo Stella Maris y la culpable sabían la verdad. 

Pero como Stella Maris tenía una muy buena opinión de sí misma y no se consideraba  una chivata, cerró la cremallera labial y juró que no lo iba a decir ni bajo tortura. Y la otra, la culpable, obviamente, tampoco. 

¿Y el PANÓPTICO? TAMPOCO. Había un pacto de silencio y nadie estaba dispuesto a romperlo. Una mafia latinoamericana. 

Fin del cuento. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario