sábado, 26 de septiembre de 2020

SIN RUMBO. Capítulo séptimo: modelos de yeso.

Ilustración de Florencia Menéndez: ENAMORADO. 
 

¿Entonces ya sabemos quién estaba con el finado? -preguntaron Marta V. y Graciela L. qué hablaban siempre a la vez porque la vida las había emparentado. 

-No- replicó Mónica B. con cara de circunstancias. 

-¿Noooo? ¿Y por qué?- inquirieron todas a coro. 

-Porque las huellas no coinciden con nadie. Y no es tan complicado el tema ya que entre las que tienen postizos, muelas ausentes, férulas, implantes, prótesis y obturaciones no hay modo de confundirse. 

-Bueno, che, no es para tanto. Tan arruinadas no estamos- se defendieron varias, bastante ofendidas.

-No, no se lo tomen así -, contestó conciliadora la torda odontologista- se nota que se han cuidado. Hasta Stella Maris Botti se puso un diente de leche que se le cayó a su nieta Lara y lo pegó a la prótesis con pegatodo. Eso es una prueba de amor más fuerte que un tatuaje. ¡Y duró muchos años!

La perplejidad crecía entre las chicas pareja a la curiosidad, hasta que el sentido común vino de la mano de Elvira: "bueno, pero eso ¿qué importa? ¿qué aporta? Ya sabemos que nadie lo mató, ¿por qué es tan importante saber quién  saboreó ese bocado?

-¡A que has sido tú!- señaló Maricruz a Elvira con un índice acusador- ¡que te gusta la sangre hasta en las películas, torda cardiologista!

-¿Yoooo? ¡Claro que no! ¿A que ha sido la marquesa L, tan intocable siempre ella?

-¡Qué idiotez!- dijo Grace desde sus alturas morales- No me llega ni a las suelas de los zapatos ese individuo- Pero pudo haber sido Marita, tantas horas desaparecida. 

-¡Jajajajajaja!- carcajeó Marita por toda respuesta- OJALÁ. Yo creo que fue alguna de las Martas, tan sanitas ellas, mosquitas muertas.

-¡Momento! - discutió Meccia- que yo estaba entre canteros y macetas.

-Pues un jardín no es mal lugar para esas placenteras actividades- opinó Adelina. 

-Tan bueno como una biblioteca, según Borges- terció Estela G- escrutando a Adelina de pies a cabeza.  

-¡Cheeeeee!- gritó Pily- si todos sabemos que fue Ana Nowacke. 

-¡Serás guacha!- aulló Ana- si estábamos juntas, a menos que hayamos sido las dos...

Y se largaron a reír. -Fué Stella Botti- ¡a ella le encanta masticar!

-¿Por qué no se van al carajo las dos? - fue la suave respuesta de la más dulce de las compañeritas- si todas sabemos que fue Kuky B. 

-¿Yooooo, por qué?

-Porque no tenés coartada, por eso. 

-Bueno, basta, déjense de darle vueltas a la cuestión: nosotras queremos saber con quién estaba, que alguien confiese, se sincere y logre la paz espiritual-  afirmaron todas las demás a coro, entre ellas Betty Traviezo y Ana María Ponce de León. 

Mientras tanto, Norma y Mirta trataban de mantener el orden y las buena educación para que el grupo no perdiera su carácter de mosqueteras ¿cómo diríamos? espíritu de D'artagnan, Porthos y Aramís, espíritu de todas para una y una para todas. 

-Bueno, con educación, pero queremos saber; ¡el pueblo quiere saber de qué se trata!- corearon. 

-Calma, por favor- suplicó Mirta, interrumpiendo temporalmente la conexión por Zoom, con sus alumnos.  

(¡Chusmas! - dijo alguien de la tripulación- No pueden ser tan Chusmas). Pero sí lo eran.

-¿No habrá sido alguien de la tripulación? Se murmuraba que ese hombre era gay- terció Marta V. 

-¡No me digas!- se sorprendió Ana María P. de León. 

-Es que está tan de moda; un desperdicio- suspiró Mónica B. 

- Bueno- dijeron algunas - esto no va a quedar así. -Pero ahora vayamos a cenar- pidió Marita- demasiadas emociones para un solo día, tengo hambre y el hambre me hace bostezar. 

(¡Chusmas!- seguían ronroneando en la tripulación- son unas chusmas).

En la espléndida mesa empezaron a saltar, junto con langostas, bogavantes, ensaladas, riñones al jerez, mollejas al vino blanco y otras exquisiteces, recuerdos revoltosos desde el pasado de los últimos años de escuela secundaria en nuestro resignado colegio del Huerto. 

Por ejemplo, los viernes de cuaresma en la iglesia, mezclábamos nuestros nombres en voz bien alta, con el ora pronobis o el miserere nobis en medio de las letanías, lo cual enfurecía a las monjas. Nos reíamos mucho viéndolas correr por la nave central de un lado al otro tratando de pescar a alguna "in fraganti".

O en los retiros espirituales girando como calesitas en el patio que daba a la casa de retiro de las monjas. Cada una con su librito de Santo Tomás o San Francisco de Asís. Pero en cuanto podíamos, sacábamos las revistas mexicanas que llevábamos ocultas en la cintura de las polleras. Nos interesaban más que nuestros libritos. Ahora una piensa en la tonta ingenuidad de esas revistas y se da cuenta cómo han cambiado los tiempos. 

Alguien recordó que una vez vino un cura nuevo, lindo y joven a darnos misa y una charla posterior. El joven sacerdote, inocente como un bebé, quiso congraciarse con nosotras y nos preguntó qué tema nos interesaría tratar. Con toda la maldad propia de algunas, un par de voces atronaron: ¡las relaciones prematrimoniales!

El pobre curita, pálido como el mármol, no sabía para donde disparar y sólo logró articular cuatro incoherencias hasta que las monjas, escandalizadas, pararon el espinoso asunto alejando precipitadamente al ingenuo de tanta bruja malévola. Le faltaba demasiado asfalto al curita para enfrentar a  ese gineceo contestatario. 

Pero el episodio más violento que ha quedado en los anales de la historia del Hortus Conclusus fue ese aciago día del campeonato de pelota al cesto entre 5°A y 5°B. ¿O era cuarto? Bueno, da igual. 

El hecho es que, como siempre ganaba el A y como esta vez parecía que no, algunas lo tomaron como un agravio comparativo a todas luces injusto, lo cual era seguramente falso pero constituía un oportuno pretexto para armar la de Dios es Cristo. 

La cosa fue subiendo de tono hasta que las vándalas empezaron a tirar las sillas por la ventana del primer piso. Con desesperación vieron las monjas que no podían parar aquéllo y menos mal que no vieron a Ana, cuando estuvo a punto de estrellarle una silla en la cabeza a la profe de gimnasia, aunque en el último instante de lucidez algo la detuvo. 

Profesores del colegio Belgrano vinieron en auxilio de la de gimnasia y las monjas. En unos veinte minutos la cosa estuvo bajo control y los ánimos se calmaron. Desde siempre quedó la sospecha de que las autoridades decidieron no dar trascendencia al tema y mucho menos, avisar a los padres. Era demasiado escándalo y no le convenía al colegio. Hasta donde después se supo, alguien decidió correr un tupido velo. Por supuesto que las peores cargaron con amonestaciones pero la cosa no pasó de ahí. 

La verdad es que eso fue too much y tarda una años en entender cuál era (repito) el combustible que mantenía en pie de guerra a esas niñas de buena familia. 

Pily contó que una vez estaba esperando afuera a que saliera Stella Botti, a la que habían amonestado, como de costumbre. Alguien salió a decirle que se fuera, pero ella seguía clavada en la vereda, esperando como un perro fiel a su compañerita y con mirada desafiante, según un hábito ya incorporado en su conducta habitual. Alguien interpretó eso como una provocación (lo era) y ese alguien la hizo entrar a la dirección y le encajó dos días de suspensión. 

De vuelta a su casa pensaba Pily cómo decírselo a sus padres pero en ese preciso instante a Silvia Ferramola se le prendió la lamparita. Ensayó un rato un pequeño discurso y llamó al colegio haciéndose pasar por María Luisa, la mamá de Pily y en tono muy elocuente le dió la razón a la Madre Superiora agregando que en esa casa decente se iban a poner fuertes límites al mal comportamiento de la oveja descarriada. Que se quedara tranquila y no dudara ni por un instante que las cosas se iban a enderezar. Sonó muy convincente. Todavía no sabemos cómo la monja no se dió cuenta de que la madre de Pily era española y tenía un característico acento de aquéllas tierras. Así que Pily hacía como que iba al colegio cada mañana pero en realidad estaba todas esas horas escondida en la buhardilla de su casa.

Pero volvamos al crucero. El tema del muerto volvió a surgir y llamaron al capitán para preguntarle cuándo y cómo echarían el cadáver al mar, porque a bordo no había congelador de ese tamaño. El pobre hombre enmudeció. Estaba acorralado por las fieras, pero evidentemente alguna decisión tenía que tomar: para eso era el capitán. 

-Pero antes de eso- afirmaron al unísono las féminas- queremos ver todos los modelos de yeso de la mordida para saber quién estaba con él al momento de morir-

-Pero todos- recalcó Stellita B., inquisidora y olfateándose algo que las demás no veíamos. 

-¡¡Siiiii!!!, eso queremos- gritaron al unísono ya un poco borrachas y aplaudieron a Stellita por su iniciativa. 

Eso hicieron: los pusieron a todos en fila arriba de un mostrador como patéticas  esculturas blancas y los fueron probando en el yeso del muslo del muerto a ver si coincidían. Pero nada. Ninguna coincidía, como el zapatito de cristal de la Cenicienta, la evidencia se resistía y la borrachera generalizada nublaba un poco las ganas de seguir insistiendo. 

Y estaban TODOS los modelos , incluídos los de la tripulación. ¿Estaban todos? ¿Seguro, segurísimo?¿Alguien habría manipulado o escondido el correspondiente a la huella? Muy cansadas y beodas decidieron dejar el tema para el día siguiente. 

Mientras, al PANÓPTICO no se le escapaba nada, siempre atento y vigilante, con la respuesta justa pero oculta. 

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