miércoles, 16 de septiembre de 2020

SIN RUMBO. Capítulo cuatro: el muerto.

Ilustración de Florencia Menéndez: SIESTA EN EL SILLÓN. 

-¡¡Un muerto a bordo!!-vociferaron unos asustados marineros, mientras corrían hacia la torre de mando.
-¿Pero cómo, quién, qué pasó?- se interrogó todo el mundo mirándose con incredulidad.
Visto y considerando que estaban muy lejos de cualquier costa y en aguas internacionales, la cosa se complicaba.
-¡¡Llamen a la abogada penalista, que es lo más cerca que tenemos de un forense... y a la médica, rápido!!
Volando llegó Martita Parascándalo, quien a toda costa trató de atemperar los ánimos de la turba vociferante, o sea, nosotras.  Con calma de entomóloga mirando un insecto, examinó fríamente el escenario del ¿crimen? Y dictaminó con gran autoridad que no veía signos de violencia.
El muerto era un vejete, parte de la tripulación, que, con esa edad quién sabe a quién sobornó para formar parte del equipo y estaba completamente desnudo, sobre la cama, en posición de Cristo crucificado e indudablemente kaput, pero todavía calentito.
Marta miró su reloj Rolex de oro y decidió que la hora de la muerte sería precisamente esa, pero dejó caer en voz baja, para no alarmar más al personal, que el difunto tenía unas marcas características en el muslo izquierdo. Y agregó quedamente: llamen a Mónica, la dentista.
Ésta estaba charlando tranquilamente con Estela González, en su casita del árbol. No habían oído nada a aquéllas alturas. Resulta que Estela González había presentado sus exigencias, para formar parte del crucero, al igual que todas las demás; y éstas eran que ella quería estar en un lugar muy alto para sentirse en contacto con el Universo. La cabaña estilo Tarzán y Jane, se posaba en lo alto del mástil más alto, con techo corredizo para poder ver las estrellas y sus mágicas constelaciones y hacer algún viaje astral, ¿por qué no? A ella le pareció una opción aceptable y todo el mundo contento, porque en este grupo prima la tolerancia, que no es infinita y por eso convinimos desde el principio no hablar de política.
Pero volvamos a Armando, que así se llamaba el muerto, porque siempre andaba armando broncas. Mónica y Estela llegaron muy excitadas y sorprendidas al escenario del crimen, sin saber muy bien por qué las habían convocado. Mónica examinó la marca del muslo del occiso y no le cupo la menor duda: incisivos, caninos, premolares y molares habían dejado una inequívoca impronta en las flácidas carnes del hombre.
-Entonces- dijo muy seria Estela -ésa es la marca del asesino: su dentadura; lo mordieron con saña. Unas gotas de sangre ya coagulada colgando de las dichosas marcas dentarias eran testigos mudos del luctuoso hecho. 
Cuando todas estábamos súper entusiasmadas con el desarrollo de tan dramáticos acontecimientos, vino Elvira, la cardióloga y nos pinchó el globito.
-Pero no, acá no hay ningún crimen. Murió por sobredosis de VIAGRA. ¿No lo ven?
Parece que no lo queríamos ver...pero allí estaba, todavía ERECTA, la EVIDENCIA, aunque hay múltiples formas de llamar a esa parte de anatomía masculina.
-¡Ohhhhhhhh, no!- exclamamos al unísono profundamente desilusionadas- ¿entonces nadie lo mató?
-Pero por Dios- dijo el capitán, rojo como un tomate- a ver si yo he entendido bien, ¿ustedes están deseando de verdad que aquí haya habido un crimen?
-¡Siiiiiiiii!- contestamos al unísono.
-¿Ustedes están locas?-
-¡Siiiiiii! ¡Nosotras queremos una aventura del tipo Ágatha Christie!
- ¡Llamen a la psicóloga!- aulló el capitán, a punto de desencadenársele una crisis hipertensiva- ¡Y que nadie salga de este barco!
"¿Y dónde mierda vamos a ir?" fue la instantánea y lógica respuesta.
La psicóloga Fernández y la licenciada en medio ambiente Nowacke viajaban cerca, pero no a bordo, lo cual, a priori, las eximía de cualquier sospecha de mordisco.
Ellas prefirieron viajar volando, a poca distancia, en un globo aerostático multicolor traído especialmente de la Capadocia. Efectivamente, Pily Fernandez y Ana María Nowacke disfrutaban como enanas ese medio de transporte que las mantenía cerca, pero no tan cerca y, como tenían algunas horas de conexión a Internet, charlábamos por pantalla múltiple, o sea, por Zoom, tan de moda y cuyo manejo nos subía a todas la autoestima ya que sentíamos el poder que da el dominio de lo informático. De hecho, la que más había avanzado en ese aspecto era Mirta Arima, cuyos tutoriales llamando a la calma y a la concordia nos tenían fascinadas, mejor diría hipnotizadas.
Además, Pily estaba cansada de tanta agua porque toda su vida adulta, ella y su primi habían navegado muchísimo en su propio velero. Prefería verla desde lo alto. 
Pero volvamos al apasionante ¿crimen?
Pily logró sedarnos con sus sabias y reposadas palabras, haciéndonos entender que no nos convenía que fuera un crimen porque Adelina Siri, gran lectora, le había dicho que, en los cuentos de Ágatha Christie la mayoría de los personajes van muriendo. Eso no nos convenía. Acá no se quería morir nadie.
Entretanto, Ana Nowacke se puso a hacer sesudos cálculos de cuándo convenía tirar el cadáver al mar, sin afectar al ecosistema. Mientras Mónica les tomaba impresiones de alginato a todos los de a bordo, para confirmar taxativamente quién había estado con Armando cuando andaba pidiendo pista, así podría explicar ese misterioso (o no tan misterioso) bocado en el muslo.
Para que los moldes no provocaran arcadas  desagradables a los inesperados "pacientes" y así poder hacerlo "en serie", se solicitó la ayuda de Mirta Arima y su mantra infalible.
Tanto nos calmó que nos quedamos todas dormidas, incluía Mirta. En esa ingente tarea prestó una colaboración inestimable nuestra compañera Nilda, que lo único que pretendía era disfruta de un poco de PAZ. Como en "la Bella Durmiente" alguien caminaba entre ronquidos y suspiros, cautelosamente, observándolo todo. El PANÓPTICO nunca descansa.
Continuará.

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