viernes, 18 de septiembre de 2020

SIN RUMBO. Capítulo quinto: en el colegio

Ilustración de Florencia Menéndez: EL SUEÑO DE ANALÍA.
 

En el insigne colegio Nuestra Señora del Huerto sabían muy POCO de epistemología, también llamada gnoseología. Me atrevo a poner sobre el tapete tan rotunda afirmación porque la definición de EPISTEMOLOGÍA es la rama de la filosofía que se ocupa del estudio del conocimiento. Se distingue de la mera opinión, de la creencia, de la fe o de las ilusiones de la imaginación. Y allí todo iba mezcladito: la fe, las creencias, las ciencias, etc,  un verdadero quilombo. Sin embargo, algo nos habrá cultivado, algo habrá dado sus frutos porque somos unas diosas en muchísimos aspectos, modestia aparte. 

Pero como casi siempre, lo más interesante ocurría fuera del aula, en los alrededores. Afuera, en las conversaciones y conspiraciones: allí estaba la salsa de tomate. Y si no, que se lo digan a Marita Pollice, que andaba todo el santo día suspirando por un tal Raúl. Esta artista en potencia nos dibujó a todas, alumnas y profesoras, entre suspiro de amor y suspiro de amor.  De hecho, mil años más tarde, en una loca travesía en crucero, pintó todo el barco con escenas variadísimas, algunas de alto voltaje sexual en las paredes de los camarotes. ¿Cómo no se iban a calentar la tripulación y las pasajeras?

Pero volvamos al colegio. Un muy mal ejemplo para aquéllas alumnas fue una tal Mónica, de cuyo apellido no quiero acordarme, hija de un odontólogo de la zona, que le falsificó la firma en el parte de ausentes a su propio padre, porque en lugar de concurrir a sus clases, se fue con Ana Nowacke a conocer la ciudad de La Plata, hecho que no dejaba de poner de manifiesto sus curiosidades geográficas. 

-¿Ésta es su firma, doctor?- preguntó la Madre Superiora con una sonrisa medio forzada, indudablemente molesta por tener que dirigirse a un buen "cliente", al que parecía que iba a perder. 

-No...parece- musitó el padre, bastante contrariado, lanzando miradas asesinas a su hija, que más que humana parecía una estatua de sal. 

-Pero, doctor, ¿es o no es?

-No, no es mi firma, evidentemente no lo es. 

Cuatro ojos se clavaron en Mónica, que estaba navegando mentalmente por otras latitudes. Pensaba, por ejemplo: ¿por qué fui tan idiota de no pedirle a Marita Pollice que imitara la firma, como pensé en un principio? A ella no la hubieran pillado. Dibuja mejor que yo. -

¡Señorita! ¿En qué está pensando? - dijo la monja, tratando de parecer serena. 

-Eh...eh....en nada. Perdone, madre.

-¿Ha sido usted la falsificadora?

-Eh... si, efectivamente. 

-Bueno, en vista de las presentes circunstancias le voy a pedir, doctor Bardi, que el próximo curso no anote a su hija en esta noble institución. Porque, por si no lo sabía, acá vienen niñas de buena familia. 

-Me ha quedado meridianamente claro, madre. No voy a discutir esa decisión y le pido disculpas en el nombre de mi hija. 

El doctor Bardi no se iba a poner a protestar sobre lo de las "niñas mal de familia bien" porque también iban muchas a su casa y las conocía de manera transparente, sabía de sobra que eran unas cabras locas. No daba. 

Mejor no entrar en detalles sobre la bronca que le cayó a la pobre criatura, la futura sor Monjamon, por esa tonta travesura. El arrepentimiento de Mónica fue tal que, con los años y luego de haberse extinguido el fuego de la juventud, ya vieja (no quedaba mucho por experimentar) se metió a monja de clausura y se dedicó a rezar de rodillas (pero sobria, bueno, casi siempre) todo el santo día y gran parte de la noche. Sus letanías interminables rompían los nervios (no las normas) de la congregación:"Monjamon, Monjamon, aparta de mí este garrón"; "Monjamon, Monjamon, aparta de mí este moscardón"; "Prendo vela, velita y velón". Era la voz de su conciencia, Pepito Grillo católico.

El tema de los zapatos en esa noble institución era todo un tema. Estaban una vez Pily y Stellita, en un recreo, delante de todas, en ese dilema infinito discutiendo con Tomatito, la monja Agustina. Que si mocasines, que preferían las jóvenes, que si botines acordonados, que exigía el uniforme del colegio. Que si, que no. Y nadie aflojaba. Esas dos con mocasines y todo el resto con botines. 

Las dos aprendices de delincuentes no querían retractarse y la monja cada vez se ponía más furiosa. Mayor era el grado de nervios de ella, más duros se volvían los semblantes de las dos alumnas mientras no dejaban de avanzar y avanzar y Tomatito no paraba de retroceder y retroceder...parecían 2 gángsters a la caza de un chivato. Ya no se trataba de los zapatos... era un tema de poder. 

Finalmente, el pulso terminó con un ataque de histeria y una huída de la monja entre faldas voladoras, presa del pánico.

Algunas veces necesitábamos faltar a alguna materia, por exámenes, por ejemplo, así que descubrimos cómo cortar la luz, bajando el térmico en la sala de mandos, para que suspendieran las clases... aunque duró poco el invento. 

Lo que fue realmente imperdonable fue el episodio Estela G. ¿la recuerdan?, que era la envidia de todas porque con 15 años ya ostentaba unas tetas grandiosas. Y nosotras, NADA DE NADA. Planas como una tabla de planchar. Eso no era equitativo y merecía un castigo. Esa mina no podía pasarnos por delante de nuestras narices y pechos que parecían trazados con tiralíneas, esas preciosas y abundantes glándulas mamarias...no, era injustamente desproporcionado.  Pero ¿qué hacer? ¿cómo y dónde? ¿Cómo se fabrica una venganza?

El cuartito al lado de los baños, antes de los pajonales donde íbamos a fumar no parecía mal lugar. Allí ocurrió el pecado: la pobre teutona...perdón, tetona, quedó prácticamente desnuda por la manteada, con el agravante de que allí se cambiaban los albañiles. ¿Sería esa la primera vez que nuestra compañera era vista en todo su esplendor por unos hombres desconocidos? Afortunadamente, los hombres ese día no habían ido a trabajar ¡Ay, Monjamon, Monjamon, qué papelón, mejor dicho, que movidón!

En ese suceso intervinieron varias alumnas carentes totalmente de escrúpulos y, cuando los gritos alertaron a las monjas, hubo severas represiones en forma de amonestaciones y suspensiones. Pero eso era lo de menos, esos pechos divinos habían recibido lo suyo. ¡Ahhhh, las niñas aleluyantes del orto parecían no tener arreglo y todas las oraciones, plegarias y mantras no las iban a salvar del fuego purificador del infierno! Cada año que pasaba, más rebeldes se volvían. Y claro que no eran todas, sino un grupúsculo ruidoso e inconformista, un calco de la sociedad en la que habían nacido. Hoy en día, eso se llama bullying y es propio de gamberros y niños crueles... exactamente igual que ayer. Hoy te llevan al psicólogo, ayer te metían amonestaciones. Casi lo mismo. ¿Qué combustible emocional hacía arder a esas chicas "rebeldes sin causa" en ese caldero de broncas reiteradas? ¿Cuándo y por qué se extinguió ese fuego y llegaron a ser personas "normales"? ¿Qué secuelas pudieron haber quedado en nuestra compañera maltratada?Lo notable y la gran diferencia con tiempos actuales es que no había odio ni desprecio. De hecho, la compañera tetona (luego de unas cuantas puteadas por parte de ella y la insólita explicación que le dimos: vos sos la única que tenés tetas) y las demás nos seguimos tratando normalmente, dentro y fuera del colegio. Y, por supuesto, nadie se suicidó, ni las buenas ni las vándalas.

Todo, todo, todo hay que decirlo, visto por el PANÓPTICO, porque lo que no sabían las monjas, acostumbradas a lo judeo-cristiano es que en "Ética a Nicómaco", Aristóteles (nada menos) afirma lo siguiente: "Se considera que todo arte, todo anhelo, así como cualquier acto y búsqueda aspiran a alguna forma de bien. Por consiguiente, se puede determinar correctamente que el bien es aquello a lo que todas las cosas aspiran". ¿Algo así como que el fin justifica los medios?

Las niñas "mal de familia bien" aspirábamos a unas tetas suculentas...ni que hubiéramos leído a Aristóteles.

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