lunes, 14 de septiembre de 2020

SIN RUMBO. Capítulo tres: el sacerdote.


Ilustación de Florencia Menéndez: SERIE PAN. AMASANDO. 

Como decíamos, en el crucero iban una cardióloga Elvira Gaute, una abogada (penalista, of course) y una dentista.
La abogada Marta, que ya venía a los tumbos con caídas e incisivos fracturados, exigió por telegrama colacionado que hubiera, a bordo, sucursales bancarias,  oficinas administrativas y juzgados.
Para complacerla se contrataron escenógrafos del teatro Colón que armaron unas ventanillas de plástico atendidas por robots humanoides, que reproducían a la perfección una calle comercial de Lomas de Zamora. "Tal fue la primera intrusión del mundo fantástico en el mundo real"(Borges). Y ya que estamos con un escritor único, recordemos que Adelina pidió una biblioteca completa, ya que, cuando se cansara de oír hablar boludeces, se sumergiría con apnea voluntaria, en sus amados libros. Nuevamente se recurrió a los escenógrafos, que armaron un enorme tinglado con las tapas de las mayores obras de la literatura universal, aunque adentro no había nada. "¡Los libros pesan mucho!" argumentó todo el mundo. Y, por las dudas, llevaron un e-book. Lo que sí construyeron fue un golfito, a falta de cancha de golf y trasladaron con sumo cuidado unos nidos de picaflores que ella personalmente debía vigilar. No dejó de acercarse al golfito la marquesa de los pies a la cabeza, Graciela Larcamón, encantada con la idea de tener con quién jugar. ¡Así son las aristócratas, de otra especie! Todo el mundo sabe que aunque duerman sobre 10 colchones mullidos, bastará un guisante entre ellos para que la delicadísima cheta no pegue ojo en toda la noche.
Entre tanto césped y pistas de ladrillo vino en nuestro auxilio una jardinera experimentada. Menos mal. Graciela Meccia, a partir de ahora REINA DE LAS FLORES, trajo toneladas de tierra e infinidad de almácigos y semilleros. Se le ofrecieron unos recipientes con cajas de huevos (Google da para todo) muy resultonas porque las diferentes especies vegetales florecerían y fructificarían gracias a sus cuidados, al atravesar diferentes climas durante la travesía. Cuando exigió subir a bordo a una cuadrilla de trabajadores, la cosa se puso fulera, porque eso era, desde todo punto de vista, inaceptable, pero, por las dudas, se consultó al club SEMENTAL MEN DE LA PRADERA, que consideraron ese pedido un desatino y aunque generalmente a ese grupo de homo sapiens (mezcla con homo demens), no se los tenía en cuenta para nada, quedó bonito que pareciera que se respetaba su opinión.
La trinidad formada por Graciela Meccia, Adelina Siri y Marta Parascándalo parecían haber olvidado las enseñanzas de la hermana Agustina, que había dejado meridianamente claro que estudiar algo administrativo era exponerse a los tocamientos de hombres, HOMBRES, ¡siiii!, esos animales bípedos que caminan crudos por el mundo y que al manipular tanto papeleo y burocracia; por sí solo, implica un peligro, aunque una esté al día con las pastillas anticonceptivas.
¡¡Aléjense de la lujuria!! aullaba Tomatito sacudiendo las manos... cómo diciendo, en el fondo: "la lujuria, sólo para mí".
Este extremo fue fuertemente contestado por el padre Ioco, nuestro sacerdote preferido, al que consultábamos con frecuencia para que nos diera "letra" anti- monjil.
Realmente confusas estábamos todas en ese cuarto año del secundario con tanto argumento y contaargumento, ya que nuestras conversaciones giraban alrededor de temas abstractos y elevados, como, por ejemplo, si una se podía quedar embarazada con un beso de tornillo y cosas similares.
-Hermana- dijo la alumna con un fuerte acento de ingenuidad que era, por supuesto, más falso que billete de goma- ¿es verdad lo del angelito de la guarda?
-Por supuesto, niña- contestó con firmeza la monja- ustedes, cuando se duchan, háganlo rápido porque el angelito se está tapando pudorosamente los ojos con sus alitas.
Las miradas entre las alumnas eran un poema y, evidentemente, la conspiración ya estaba en marcha. ¿Quién mejor que el padre Ioco para dejar las cosas en claro?
Aprovechando una misa y luego una charla con el sacerdote, apareció la esperada ocasión de calcinar a la monjita.
-Padre, tenemos una duda.
-¿Qué duda, gurisa? (Él nos llamaba cariñosamente así)
-Necesitamos saber si el angelito se está tapando con las alitas mientras nos bañamos.
La mirada del padre Iocco fue más que elocuente y muchas pudimos leerle el pensamiento: "no, no pueden ser tan hdp".
Echando mano de toda su tolerancia, puesta en práctica con legiones de alumnas perturbadas, a cual peor, y sonriendo irónicamente contestó: "la hermana tiene toda la razón del mundo. Deben ducharse rápido porque el angelito las mira con un buen par de prismáticos".Y para ser más gestual, puso sus dos manos en forma circular sobre los ojos y estiró el cuello como un pelícano.
Desde un oscuro extremo de la iglesia, o sea, desde el PANÓPTICO, sor Monjamon sonrió con sarcasmo y pensó "¡Cómo nos vamos a reír con estas anécdotas cuando tengamos 70 años!"

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