lunes, 19 de abril de 2021

LOS DIOSES DEL HOMBRE.

 


Ulises, el del alma generosa, logró desatarse del largo mástil ante la mirada atónita del resto de la tripulación (que tenía los oídos tapados con cera para evitar los seductores cantos de las sirenas) ya que, según advirtió Circe, los iba a inducir a estrellarse irremediablemente contra las piedras de la brutal rompiente. Pero Ulises, empujado con gran delicia por la voz de las Sirenas y dueño de un espíritu  temerario, se lanzó al mar y nadó hacia la peligrosísima isla, dispuesto a todo para seguir los hipnóticos cánticos. Inevitable, la tradición no fallaba: iba a una muerte segura. 

Cuando estaba a punto de morir medio ahogado, medio estrellado; una suave mano submarina lo arrastró hasta ponerlo fuera de peligro, mientras su nave se perdía de vista en el río Océano, hiriendo con sus remos las olas profundas del mar, y empujados por el dios Eolo, que soplaba fuertemente. 

Ya en tierra se vió rodeado de sirenas, jóvenes y viejas, que no parecían feroces ni peligrosas, que lo alimentaron con abundante carne y lo cuidaron amorosamente hasta la caída de Helios, en la que se hundió en un profundo y placentero sueño.  Cuando Eos, la de los dedos rosados, hija de la mañana, se dejó contemplar, Ulises se preguntó a qué se debería esa mala fama de las sirenas y por qué a él lo estarían tratando a cuerpo de rey, sin saber ellas que era realmente un rey. Decidió afrontar la situación. 

"Dime, sirena, ¿a qué se debe vuestra fama de gran ferocidad; que dice que nos atraen con su armonioso canto para luego reducirnos a un enorme montón de osamentas que pueblan vuestras praderas? Por el contrario, a mí me cuidan, y me tratan como cariñosas madres, alimentándome y ofreciéndome vino hecho de néctar y ambrosía".

La vieja sirena lo miró largamente y luego dijo: "Lo de nuestra agresividad, dulce Ulises, es una leyenda que se fue propagando por el Mediterráneo y más allá de las columnas de Hércules. En cuanto a las osamentas, son de los navegantes que quisieron invadirnos y secuestrarnos y los dioses lo impidieron". 

Y prosiguió la anciana sirena: "La verdad es que nosotras nos hemos refugiado aquí para protegernos de ustedes, los hombres. Las maternidades infinitas y riesgosas, fruto de nuestros mutuos deseos, nos tenían condenadas a un destino repetido, ya que la diosa Deméter entraba en nosotras y fomentaba nuestra fertilidad", explicó dulcemente con una semi-sonrisa tristona y resignada. 

Ulises quedó boquiabierto y, luego de un rato, dijo, dudando si decirlo o no decirlo: "¿qué palabras se escaparon de entre tus dientes? Pero si ésa es vuestra misión más sublime y casi única en la vida: dar vida".

"Eso dices tú, valiente navegante", replicó la sirena con una mirada indescifrable, "pero que sepas que algunas sufrimos incontables  desdichas porque no es algo voluntario sino inevitable y que muchísimas veces nos cuesta perder nuestra propia vida al dar a luz: no todas queremos ser madres, y así se lo suplicamos a Deméter, la diosa de la fertilidad, la tierra y la agricultura, aunque creo que no nos ha querido ayudar porque la cosa sigue igual". 

"No te entiendo, bella sirena, los Dioses te han vuelto loca", se sorprendió el peregrino, escuchando lo que parecía inadmisible "¿por qué no van a querer tener hijos, si es lo mejor que pueden hacer? Nosotros no podemos". 

"¡Y a veces nosotras NO QUEREMOS!" casi gritó la sirena, que ya iba perdiendo la paciencia.

"Pero entonces, ¿cómo no se han extinguido ya, si hace tantos años que viven solas, sin cruzarse con hombres? ¿Los dioses las ferlilizan?"

"Ya veo que sigue incrédulo tu espíritu: cada tanto los dioses transportan a las voluntarias al continente convertidas en mujeres y tienen hijos, pero sólo traen de vuelta a las niñas que luego los dioses transforman en sirenas". 

Ulises se quedó pensativo un rato y  musitó en voz apenas audible: "Mi ánimo está estupefacto en el fondo de mi pecho. ¿No nos echan de menos?"

"Si, a veces si" dijo ella sin poder disimular algo de pena. "Y si alguna se quiere ir, la acompañamos hasta la costa, con la ayuda de los dioses... pero la verdad es que casi siempre vuelven. Prefieren estar en esta isla, ayudándonos las unas a las otras, aunque a veces discutamos; que como esclavas o personas de segunda, sin ningún derecho en vuestro mundo masculino de ciudadanos libres. Sí te reconozco, amado rey, que muchas veces dudamos y para eso nos alejamos: para tener la perspectiva de saber quién se quiere ser".

"¡Pero si tienen protección y derechos entre las 4 paredes de sus casas!" protestó Ulises. A sus oídos las palabras de ella eran como el rugido del mar. Intraducible.

"Si, el derecho a elegir la hora de limpiar la cocina", afirmó la sirena que ya empezaba a estar cansada de que ese buen hombre no entendiera nada. 

"Pero es que eso es lo normal" argumentó él  con una respuesta convencional y aceptada por todos.

"En realidad, prudente Ulises, ése es el quid de la cuestión: que se considera "normal". Está normalizado. ¿Normal que seamos analfabetas, como los esclavos? No podemos participar en la vida pública, en la toma de decisiones políticas con respecto a guerras terribles que nos afectan también a nosotras, por darte sólo un ejemplo. La democracia es muy interesante, pero sólo para ustedes, los "Sócrates", los ciudadanos de pleno derecho".

"Permíteme que te diga, dulce sirena, y sin querer ofenderte, que la mujer no puede tomar esas decisiones porque su inteligencia es menor" dijo Ulises, con un hilo de voz porque acababa de decir algo de lo cual ni él estaba convencido y temía las consecuencias. 

"¡Desdichado!", pensó la sirena, "sólo sueña con empresas de guerra" y viendo lo inútil de sus palabras, se resignó. Cambiando el punto de vista, en una actitud típicamente femenina, dijo a continuación: "Dejémoslo aquí. Igualmente, nuestro propósito de hablar contigo es otro. Tenemos un mensaje para ti, ¡oh, rey de Ítaca! Nosotras desearíamos que, con tu gran poder y valentía, hagas entender a los hombres que  no nos maten, no nos violen, ni nos sojuzguen: y si hay quienes siguen haciéndolo que sean los propios hombres los que acepten descalificarlos y desaprobar su conducta con leyes y autoridad. Aunque a decir verdad no estamos seguras de que eso sirva para mucho". suplicó de esta suerte la sirena, ya más enfática. Entretanto, la diosa Palas Atenea, que estaba invisible entre las otras sirenas, la escuchó, pero no se apareció por temor a la ira de su padre Zeus. 

 Y prosiguió la bella sirena: "Nosotras, las mujeres, mucho hemos luchado y seguiremos haciéndolo, no te quepa duda, pero los dioses no nos acompañan. Entonces, para lograr eso, estamos intentando comprenderlos mejor: ¿qué los mueve a actuar así? ¿Por qué no les inspiramos respeto? ¿Es por lo que dice Aristóteles, que somos volubles y caprichosas? ¿Tú me lo podrías explicar?"

Ulises se quedó mudo. No sabía qué respuesta siquiera aproximada tenía a esa pregunta. Él era un guerrero violento, navegante intrépido y esencialmente poderoso... nunca se había cuestionado a sí mismo, no era muy dado a las reflexiones. Él no apaleaba a su querida Penélope ni a otras mujeres... pero otros sí que lo hacían... si se portaban mal, claro. Cómo a los niños, claro... en fin...pero eso es justo y necesario, ¿no? Ulises estaba confuso. Mudo. 

¿Repito la pregunta?- dijo pacientemente la sirena- ¿Por qué pretenden reducirnos al hogar y a los niños y encima con violencia, si nos queremos revelar?

Ulises seguía mudo y pensativo: ellos eran tan violentos con los otros hombres como con las mujeres. ¿Por qué habrían de hacer esa diferencia? ¿No tendrían algo de razón ellas, que eran de menor tamaño físico, menos musculadas y quedaban medio maltrechas de tanto parto y tanto embarazo? 

La sirena, a esta altura de los acontecimientos, estaba ya rodeada por otro número creciente de sirenas de todas las edades, que, interesadas en el tema, se iban acercando discreta y silenciosamente. No querían interrumpir las reflexiones del navegante. 

En ese momento, Apolo, el dios del sol, la lógica y la razón, cubrió a Ulises de una densa bruma, haciéndolo invisible a las otras, y se le acercó tomando la forma de un ciervo. "¿Te aquejan las palabras de la mujer-pez, querido Ulises?".

"Si, mucho, no me llegan al corazón, no logro comprender lo que la mujer-pez me quiere decir, me hace dudar". 

"Intentaré ayudarte: hay ideas de las que careces, tan empeñado cómo estás en tus combates. Las ideas de piedad, consideración y respeto sólo las aplicas a tus compañeros de luchas, pero no has pensado en tus compañeras de vida, las mujeres, sin las cuales ni siquiera existirías. Tú, al que llaman el paciente, no pones ni una pizca de paciencia en tu trato con ellas y ni siquiera imaginas que la primera víctima eres tú, al no dejar espacio a las opiniones de ellas, muy valiosas; cargando tú y los demás hombres las interpretaciones del oráculo y sus posteriores decisiones. Ni siquiera han pensado en compartir las consecuencias, como buenos compañeros de vida".

"Apolo, dios de la razón,  me dejas perplejo y con el alma llena de dudas; mi trabajo me costará primero entenderlo a mí y luego explicarlo a los demás... nadie me creerá. Pero te prometo que lo consideraré y volveré a Ítaca para explayarme en el ágora de los héroes y las grandes murallas, sobre estos espinosos asuntos, con la ayuda de los dioses". 

"...y de tu esposa Penélope, no lo olvides".  ...............................................................................

Mientras tanto, en las montañas, la diosa Palas Atenea, la de los ojos claros, habló a Zeus, su ilustre padre, tratando de no irritarlo: "Padre, tú que lo sabes todo, dime: ¿por qué las mujeres mortales no pueden aprender a leer, escribir y opinar y sólo deben parir?"

Zeus, muy pensativo, respondió al cabo de un largo rato: "¿no es lo normal?" Y decidió preguntarle a Dios, el monoteísta, que ya le iba comiendo el terreno con sus ideas peregrinas de omnipotencia, omnisciencia y omnibuenismo. "Che"-dijo Zeus, perplejo- "¿vos lo ves normal?".

El monoteísta opinó que tantos dioses como había confundían sus diversas voces y, al final, nunca llegaban a nada. Que era mejor para la humanidad una sola voz verdadera y que deberían empezar de cero. Se pusieron de acuerdo y así fue como Dios llamó a Moisés y le ordenó construir un arca para reiniciar la vida con una pareja de cada especie. El mundo se inundó y murieron todos, como si de una acuática pandemia se tratase. 

Al calmarse los cielos y la tierra, bajaron del arca y se volvió a intentar una nueva naturaleza con otro gobierno en los cielos y no en las montañas, esta vez con una única e incuestionable certeza: el Dios verdadero... y con el resultado que todos conocemos. FIN DEL CUENTO. 

6 comentarios:

  1. Fin del cuento, pero no de la historia, que quedan todavía muchos energúmenos ....Buena tu crítica constructiva...

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  2. Feminismo fantasioso. Para colmo en esta época de aumento de la violencia contra la mujer y los hijos.

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  3. En el dibujo quise representar al dios griego, Zeus y al monoteísta, con la cruz al fondo, donde supuestamente sacrificó a su hijo por el ¡bien de la humanidad!

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  4. Un cuento que no es cuento de la historia de la humanidad contada. El los primeros relatos sobre el origen de la humanidad el primer ser que originó la especie humana era una Diosa. Y antes del dominio masculino las familias estaban constituidas por una mujer, que dirigía y organizaba el grupo. Los hijos eran solo suyos, con el patriarcado la mujer gesta, pare y cuida a sus descendientes, pero pertenecen al hombre... llevan su apellido (esto último se está corrigiendo, por ejemplo en Noruega el apellido puede ser de la madre o del padre, preferentemente es el de la madre)
    Moni me gusta tu cuento-crítica. Y con todo atrevimiento (espero que no te moleste) le daría otro final: el resurgir sería con la única deidad verdadera: una Mujer.

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    1. Es una buena idea. Y estoy de acuerdo. No voy a cambiar el final porque ya está publicado pero lo tendré en cuenta.

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  5. Tu historia me hizo acordar a lo contado por Riane Eisler en el libro El cáliz y la espada. En él habla de la mujer como primera aromonizadora de una sociedad. La Diosa era la figura venerada. Interesantes historias se inventaron para dar origen a esta vida que sentimos palpitar.
    Si la mujer de Abraham, Sarah, que tuvo a su hijo Isaac después de que Abraham tuviera a su hijo Sem con la esclava, otro sería el cuento de los pueblos de árabes y demás primos. Tanta mitología y acá estamos, ´con el pescado sin vender´ , en esta humanidad herrática.
    En todo caso, sepamos unas u otras historias, todo es cuestión de creencia.
    El machirulaje sigue vigente.

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