jueves, 15 de abril de 2021

SEMANA SANTA

 Semana Santa. Por Guillermo Alonso. 

Q

Abrió su whatsapp y encontró múltiples “Felices Pascuas” en casi todos los grupos en los que el participaba. Algunos con figuras de ángeles, otros con Jesús subiendo al cielo y varios con huevos de chocolate, incluyendo algunos con forma de pelota de rugby. Esas imágenes le trajeron a su memoria una historia que había vivido hacía muchos años atrás, cuando todavía creía que la vida tenía un sentido religioso que había que seguir. Hacía menos de un año que se había casado y en la Iglesia el cura le había hecho agradecer a Dios el haber conocido a su mujer, le había hecho prometer que tendría todos los hijos que Dios le mandara y que cumpliera con los mandatos de la Iglesia. Por eso, ese jueves santo, además de no comer carne había dispuesto realizar las siete entradas y siete salidas a distintas iglesias, conmemorando los siete caminos que realizó Jesús entre la última cena y el calvario. Como en su pueblo no había más que dos iglesias decidieron viajar a la Capital para poder cumplir con el rito en poco tiempo y sin tener que caminar demasiado ya que su señora estaba embarazada. Empezaron en la Iglesia de Nuestra Señora de la Merced, siguiendo por el Oratorio de San Román Nonato y la Catedral Metropolitana. Antes de dirigirse al cuarto destino previsto, la Iglesia San Ignacio de Loyola, hicieron un alto para tomar un café. Entraron en una confitería en la esquina de Avenida de Mayo y Perú donde consiguieron la única mesa vacía, en el fondo, cerca de la escalera para subir a los sanitarios. Mientras esperaban ser atendidos él subió al baño y fue allí donde ocurrió lo que le cambió la vida. Había un hombre allí, un hombre que al mirarlo se dio cuenta que era igual a él, un poco más joven pero como si fuera su mellizo. Ese hombre también se sorprendió al verlo. Se miraron de arriba abajo reconociendo que eran muy parecidos. Él no tenía hermanos ya que su padre había abandonado a su madre al poco tiempo de nacer. Su madre se volvió a casar con Roberto que no sólo lo crió como si fuera su hijo, sino que a los seis años, cuando había que inscribirlo para el colegio, le cambió el apellido de su padre Fredericks por el suyo Robles. Mientras bajaban la escalera para volver al salón él se presentó: “Soy Juan Robles”. El otro le tendió la mano y le dijo “Mucho gusto, soy Martín Fredericks”. Al escuchar el apellido Juan se conmovió. En ese momento su mujer levantó la cabeza buscando a su marido y lo encontró llegando a la mesa con una persona idéntica al lado suyo. Se sobresaltó. “¿Quién es?” le preguntó. “Nos encontramos en el baño y su apellido es Fredericks. ¿No te parece raro?”. La mujer los hizo sentar en el momento en que una ráfaga de viento abría violentamente la puerta sobre Perú y un trueno sonaba fuerte anunciando la lluvia por llegar. El mozo trajo los dos cafés y al levantar la mirada para preguntarle al otro hombre que iba a tomar, no pudo menos que asombrarse y decir en voz alta “¡Son iguales!”. Los de las mesas vecinas se dieron vuelta, los miraron e hicieron sus propios comentarios. Los rasgos eran tan parecidos que parecían gemelos. Lo único que los diferenciaba era el pelo, Martín lo tenía un poco más largo, más suelto. Juan le explicó a Martín porqué estaba sorprendido. Aunque él no lo había conocido su padre era Fredericks, Ronald Fredericks. Martín, que hasta ese momento se mostraba tranquilo, se sobresaltó y empezó a transpirar. Ronald Fredericks era SU padre. Un relámpago anticipó un nuevo trueno y la lluvia no tardó en llegar. Martin miró el reloj y les dijo que se tenía que ir. Le pidió el teléfono a Juan y le prometió que lo iba a llamar. Salió por la Avenida de Mayo y se subió a un taxi. Sin completar las siete entradas y siete salidas Juan y su mujer volvieron a su pueblo, Ramallo. Dos días después  recibieron un llamado de Martín, quien les contó que su padre le había reconocido tener un hijo de un matrimonio previo y quería encontrarse con él. Le contó también que tenía una enfermedad terminal y que los médicos no le daban más de dos meses de vida. Como su madre ya había muerto y su padrastro Roberto Robles estaba recluido en un geriátrico después de haber tenido un ACV sólo pudo conversarlo con su mujer. Lo decidieron enseguida. Llamó a Martín y le dijo que cuando muriera su padre podrían empezar a tratarse como hermanos, antes no. La pregunta de su mujer lo sacó de esos recuerdos: “¿A qué hora le dijiste a Martín que viniera?”

Guillermo Alonso (abril/2021)

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