viernes, 9 de diciembre de 2022

CARLA

 

Déjame soñar, déjame imaginar. Ya estoy vieja. A esta edad es más fácil fantasear y armar coincidencias echando mano de viejos recuerdos apilados a través de los años, ecos de historias pasadas. Déjame fabular...

Él ya llegó luego de un largo vuelo intercontinental. Su mujer lo esperaba. Son las 4 de la madrugada. Se fue a duchar y luego cayó rendido en la cama. Ella se desveló y empezó a desarmar la maleta: allí venía un montón de ropa linda, nueva y de buen precio comprada en el otro país. Con sorpresa y alegría sacaba cosas y más cosas que eran más que simples cosas: eran vehículos de amor, de interés por la otra persona. 

Desenvolvió ese libro dedicado a ella y lo empezó a hojear. Mas cosas llevaba esa valija: la pintura de pequeño formato de la inolvidable Bombi bull dog francés, la tablet, las zapatillas de colores. Todo salía de esa galera mágica entre sonrisas y revuelo como regalo anticipado de Navidad. Del entusiasmo de tanta novedad, ella se desveló y se recostó al lado de él, ignorando sus ronquidos, haciendo a un lado los papeles de envolver de los regalos. Estaba tan contenta. Todo había sido tan positivo. 

Nada de esto parecía real después de tantos meses malísimos con la pandemia. Un nuevo proyecto les sonreía desde el viejo continente, que no por decadente resultaba menos atractivo. Al igual que otros hitos en la vida de una persona, ese momento se paladeaba más que la propia materialización. Como decía Punset: "la felicidad está en la sala de espera de la felicidad". Y entonces, soñando e imaginando, Carla se quedó dormida. 



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