lunes, 19 de junio de 2023

MARIO Y EL GATO

Cuento corto de Mónica Bardi

"Me doy cuenta que si fuera estable, prudente y estático, viviría en la muerte". CARL ROGERS. "Por consiguiente, acepto la confusión, la incertidumbre, el miedo y los altibajos emocionales porque ese es el precio que estoy dispuesto a pagar por una vida fluida, perpleja y excitante". 


Estaba cómodamente instalada en su precioso piso, delante de una rica comida que ella misma había preparado. Era un noveno piso desde el que se apreciaba la enorme playa y el inconmensurable Océano Atlántico. Desde esa costa hispana muchos seres antiguos, queridos antepasados, habrán mirado al infinito, al non plus ultra, llenándose de preguntas. Al igual que nosotros ahora miramos ese otro océano oscuro, el cósmico, con la misma intriga y curiosidad. ¿Qué habrá más allá?

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Entretanto, en el país más austral del gran  continente, al otro lado del Atlántico, finalmente plus ultra, dos jóvenes universitarios discutían acaloradamente, en una precaria vivienda del suburbano porteño. Eran años peligrosos para los pibes de clase media que aspiraban a un cambio político. 

-¡Pero te lo pido por favor, te lo ruego, no vayas! ¡Es una trampa! Esa mina con la que te querés encontrar hace rato que no da señales de vida. ¡Se la deben haber chupado los paramilitares y esta es una cita falsa para agarrarte!

-No creo. Todo este tiempo debe haber estado escondida. Iré y echaré un vistazo por la puerta de las ambulancias con el ambo de médico de guardia y pasaré por uno más de los que trabajan en esa enorme clínica. Además, está lleno de gente, es muy público, no se animarían. 

-¿Te crees que son idiotas? ¿Qué no se animarían? Seguro que ya tienen una detallada descripción tuya y te van a reconocer en seguida. A ella la deben haber torturado hasta que cantó. ¡No vayas, por favor! ¡Los estás subestimando!

-¡Uf, que exageración! 

-Y vos, temerario. Y empecinado. ¡No vayas! ¡Es una imprudencia!

-Con tanta prudencia y sin correr riesgos  no vamos a hacer ninguna revolución. Tengo que saber si esa militante tiene algún dato que nos sirva. No te preocupes, en un rato estoy de vuelta y seguro que con noticias frescas.

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Mientras ella daba cuenta del delicioso almuerzo, su precioso gato doméstico miraba con interés depredador unas moscas que merodeaban alegremente en el hueco de la ventana. Seguramente ese gato tan casero y bien alimentado también soñaba con merendarse a alguna de ellas. No sería la primera vez, de hecho, esa era su debilidad: cazar moscas desprevenidas. Y siguió su costumbre: sentarse en la ventana confiando plenamente en los impresionantes dotes de equilibrista que la naturaleza había regalado a todos los felinos, mientras su cerebro hacía un automático balance entre lo instintivo y lo peligroso. 

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Llegó a la puerta de la clínica haciéndose el distraído. Había gente por todos lados.  Se detuvo mirando disimuladamente a ver si veía a la chica en cuestión. Pocos minutos más tarde un auto frenó a lo bestia justo a su lado. Salieron tres hombres que cayeron sobre él como una tromba y lo redujeron con extremada violencia. Los personas a su alrededor quedaron paralizadas y nadie intentó nada. No eran tiempos para meterse en los asuntos ajenos y menos si los asuntos ajenos habían bajado de un Falcon verde, típico coche policial. Intentó zafarse inútilmente por todos los medios, pateando como un animal herido, aullando, insultando y pidiendo auxilio desesperadamente. 

Nunca más se supo de él. 

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-Ay, querido gato. Cada vez que te veo en el filo de la ventana, agradezco que hayas sido dotado con esos dones de equilibrista. Igual me parece imprudente que estés en ese lugar. ¡Bájate ya, que me pones nerviosa, terco animal!

-¡A ésta sí que la cazo!- pensó el gato y alargando una zarpa logró alcanzarla justo a tiempo, mientras ambos iban en caída libre desde el noveno piso. 



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