sábado, 5 de diciembre de 2015

COSAS QUE ME CUENTAN (4)

Había una vez una joven muy trabajadora, casada y con dos hijos. Esta joven tenía el nombre de una flor. Era de muy buen carácter, generosa y cariñosa. Una de esas personitas que van por el mundo sin demasiadas pretensiones pero que inteligentemente y sin alharacas progresa dentro de una sociedad que no es la suya, ya que es inmigrante.
Jamás protesta pero se sabe dar su lugar con actos llenos de humildad y firmeza, combinados ambos en las dosis exactas. Estaba ella trabajando en la casa de otra joven madre, que se encontraba muy deprimida. Un día no pudo más y se suicidó.
Esta muerte fue un golpe terrible para la joven con nombre de flor y no podía reponerse de la brutal impresión que le produjo. Cumplía con sus obligaciones como siempre, pero como una autómata, sin poder alejar de su corazón la tristeza y el dolor. Pasaban los días y la cosa no mejoraba. Parecía haberse convertido en una obsesión.
Sin saber qué hacer decidió recurrir a una persona casi desconocida, pero que le inspiraba confianza. No era un profesional de la salud ni nada parecido aunque su mirada y su persuasión la convertían en alguien muy especial.
Le pidió que sostuviera una botella de agua y empezó a decir unas palabras ininteligibles, repetidas como un mantra o como una oración. Ese informal ritual duró bastante tiempo hasta que, cuando por fin terminó, le dijo a la joven con nombre de flor que tirara esa agua en cualquier charca o en el mar. Así lo hizo y el dolor se fue apagando hasta desaparecer por completo. El poder curativo de las palabras es, muchas veces, inimaginable.
Esta historia es real.
Y ahora yo me imagino que hubiera pasado si esta mujercita luchadora hubiera ido al médico de la seguridad social. La hubiera medicado, casi con seguridad. No creo que los médicos de cabecera tengan tiempo ni ganas de hablar mucho con sus pacientes y menos con una botella de agua de por medio, que, a buen seguro, no tiene ningún poder curativo contrastado.
¿Y si hubiera ido a un psicólogo de la seguridad social? (Hasta conseguir cita ya se hubiera curado sola) Le habría preguntado por su vida, su niñez, sus padres, su marido, sus hijos, etc.  Probablemente primero la hubiera mandado a un psiquíatra, quien le hubiera recetado algún psicofármaco...porque para eso están.
Con esto no quiero desvalorizar a nuestros sufridos profesionales de la salud, de ninguna manera, ellos salvan muchísimas vidas TODOS LOS DÍAS. Sólo dejo constancia de que las palabras justas de una persona que escucha el dolor de otra y un placebo cualquiera pueden obrar lo que parecería un milagro. Ya no aceptamos el duelo como algo que se elabora con el paso del tiempo y nos precipitamos a la farmacología. Ya no aceptamos que cuando toca sufrir y llorar, hay que sufrir y llorar hasta el fondo y sin atenuantes para lograr cicatrizar, para dar tiempo a ACEPTAR. Ya volverán luego los pensamientos positivos.
Antiguamente estos pesares del alma los arreglaban los familiares, vecinos y amigos con su presencia...pero sobre todo, lo arreglaba EL TIEMPO. No se medicaba a nadie (salvo casos muy graves) y tampoco tenían, por esta razón, los efectos secundarios. Y más si se mezclan con alcohol.
Me da la impresión que la medicina sintomática a veces actúa demasiado rápido y protocolariamente en casos como éstos. No he visto a nadie que salga de cualquier consulta sin su receta de marras. Y, además, a veces el propio paciente dice: "Pero bueno, ¿no me va a dar nada?". como si fuera absolutamente necesario medicar SIEMPRE. Muy rentable para los laboratorios farmacéuticos pero no siempre conveniente para el enfermo, sobre todo por el gran problema que los fármacos tienen: los EFECTOS SECUNDARIOS, que, en teoría, podrían originar otras enfermedades. Por eso las malas lenguas dicen que los medicamentos a veces nos enferman para después poder curarnos......... Buen negocio.

3 comentarios:

  1. Gran reflexión. ...
    Ciertamente se están sustituyendo los valores éticos por medicamentos, porque lo primero no genera beneficios económicos.
    Triste......

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  2. "...recurrir a una persona casi desconocida, pero que le inspiraba confianza." Eso es importante, tener confianza. Creer. Somos nuestras creencias.

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