lunes, 14 de agosto de 2023

ABUELAS

 

Narración de Mónica Bardi

Hoy en la piscina del polideportivo  rodaban acuáticamente las especies acostumbradas que ya, en otras ocasiones, he descripto con más detalle. Los viejos como yo y los jóvenes como ellos. Siempre lo mismo, nadadores más constantes y los que vienen a remojarse como los garbanzos. Se ven cuerpos esquilmados por los años, como yo, y las pieles tersas llenas de tatuajes como ellos. Aquagym para gente con lesiones o simplemente arruinadillos por el paso de los años. Muchos niños de todas las edades. Lo habitual. 

Siempre hay alguna cosa que atrae mi atención y hoy me fijé especialmente en unos abuelos muy cariñosos y simpáticos con dos nietitos pequeños en la parte baja de la piscina. Les estaban enseñando a perder el miedo al agua. Me quedé mirándolos con una sonrisa porque ver patalear a esos proyectos de pecesitos siempre me entretiene y me genera ternura. En un momento dado apareció otro veterano de pelo blanco y piel colgante que se puso a charlar con el abuelo. Y charlaban y charlaban... la conversación debía ser muy interesante porque así fue como ya el abuelo no se ocupó más de sus nietos: estaba distraído. ¡Pero la abuela no! ¡Eso nunca! No se permitía ningún margen de error, prestando la máxima atención a la más pequeña. Se reían, chapoteaban y ensayaban con brazos y piernas. Pasaba el tiempo y yo iba y venía como de costumbre, cumpliendo con mis largos piscinescos y seguía viendo a la abuela y sus nietos. Ella complacida pero muy pendiente, con toda la responsabilidad encima. Se le notaba un vago aire de  preocupación y prudencia. "Lógico", pensé "que no les vaya a pasar nada". Me acordé de mí, cuando acompañaba a mi nieto de dos años en nuestras caminatas y en la piletita de plástico. Ese temor latente. Durmiendo con un ojo cerrado y otro atento y abierto. Los hijos ni se lo imaginan: ellos piensan que nosotras disfrutamos y ¡claro que disfrutamos! pero si la cosa se alarga sentimos todo el peso de la responsabilidad multiplicada por dos de cuando éramos madres. Porque, si la cosa se alarga, seguro que algo habremos hecho mal. Según el criterio de nuestros hijos y sus cónyuges con todo el aparataje de psicología moderna y pediatras influencers, saben mucho más que nosotras... las viejas.   

Me acordé de mi amiga Marta cuando llevó a su nieto Lucas a Eurodisney; cuando momentáneamente lo perdió de vista y su ataque de llanto al encontrarlo justo al lado de donde ella estaba. Ese ruido de fondo permanente, ese terror larvado de que se accidenten, de que se pierdan, de que alguien se los lleve. 

Entretanto, en el polideportivo, el abuelo en cuestión, con los huevos en remojo y de espaldas, seguía hablando con el otro, ajeno por completo a las zambullidas de los nenes. Yo, mientras nadaba, pensaba: "como siempre, la mujer de los cuatro ojos ocupándose de todo. No falla". 

5 comentarios:

  1. Tan exacto. La extenuada abuela feliz cuando los entrega al final de la jornada... Qué maravilla.

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    1. artemargagrigera era mi modo de andar por los blogs... hace tiempo.

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  2. El abuelo al final era un chismoso, jajajaja. Me encantó, que haríamos sin las abuelas ❤️, yo extraño tanto a la mía!

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