miércoles, 15 de octubre de 2014

ANECDOTARIO II: CARNET DE CONDUCIR

Un día como tantos aterrizo en la casa de Adolfo (otro indocumentado) a tomar mate...algo habitual. Pero se olía algo, algo se olía....y no eran tortas fritas. ¡Noooooo, señor! Se olía a CONSPIRACIÓN, sí, eso exactamente. La familia entera estaba inclinada observando con aires de entomólogo algo que estaba sobre la mesa...un cartoncito de nada.
Antes de proseguir con mi narración, aclararé que las conspiraciones de los inmigrantes se hacen en familia...sí, señor, porque los chicos deben aprender desde pequeños esas técnicas avanzadas en prácticas de supervivencia. Alguien matizaría que a los niños no se los debe instruir en picarescos y vulgares (bueno, vulgares, no) truquillos para vulnerar las normas establecidas en el reino. (No deben olvidar los que provienen de ordinarias democracias, populistas y demagógicas, que nosotros, afortunadamente vivimos en una magna y antiquísima monarquía. Y eso marca obvias diferencias......que yo no sé cuáles son pero que haylas, las hay).Sigo: si alguien argumenta que a los niños no se les debe torcer los principios desde temprano yo afirmo con rotundidad que eso no es torcerlos....es RETORCERLOS para que se puedan defender en la vida las pobres criaturas.Y punto.
Bueno, a lo que iba: el cartoncito de marras era un registro de Argentina vigente en el año 1979 a nombre de Adolfo. Lo cual lo colocaba en una disyuntiva. Alternativa número 1: sacar un carnet de conducir español, costándole 1500 euros, (entonces era el equivalente en pesetas); eso si todo iba bien, porque como fallara en el teórico, había que seguir pagando. El teórico era algo así como sacarse la carrera de física ...o peor, porque el negocio de las autoescuelas es boyante (sigue siendo) gracias a los errores cometidos y la consecuente repetición del examen para así seguir pagando. Aclaro que el teórico está sembrado de trampas, malentendidos y preguntas equívocas (flagrante demostración de antipedagogía) porque en este magno reino está bien visto que a un alumno de cualquier nivel lo hagan sentir un idiota y un torpe (un subnormal, como dicen acá). Además, ellos, los alumnos, están tan habituados a esa actitud desmotivante que la aceptan sin protestar y sin espíritu crítico. No imaginan que haya otras posibilidades educativas. ¡Así está el patio, señores!. Y luego en el práctico....bueno, ¿para qué seguir?
Alternativa número 2: transformar, sin que se note, ese antipático 1979 por un moderno y progresista 1989, y presentarlo a la convalidación automática y así evitar el examen. 
¿Pero cómo?. Bueno, era cuestión de pulso. Nuestro hombre, que en ese momento tenía un pulso envidiable ( ya no, porque se le ha perdido ahogado en una botella de tinto), humedeció la punta de una aguja de coser en lejía (lavandina) y con 2 toques ¡¡zas!! desapareció el 7.
Ahora sólo faltaba una máquina de escribir Remington del año de la revolución francesa.¿Cómo conseguir ese aparatejo? ¡¡Y sin redes sociales!! ¡¡Sin Internet!!¿Cómo pudieron? PUDIERON...alguien tenía una. Igual seguía siendo difícil embocar el 8 exactamente donde había estado el 7. Probaron y probaron con papeles superpuestos de calcar una y otra vez...¡el suspenso nos cortaba el aliento!
Pero había que dar el paso, ¡joderrrrrr!, en algún momento había que darle a la maldita tecla sabiendo que si salía mal no se podía repetir porque se notaría mucho. Además había que pulsar decidida pero suavemente  para que no hubiera un franco contraste entre ese y los demás números ya medio borrosos. Adolfo se animó con un trago de brandy (siempre se animaba así...bueno, no, a veces con whiskey) y, cuando menos lo esperábamos.... ¡TAC! GENIAL.
La ovación que se produjo frente a esa casi perfecta falsificación (llamémosla por fin por su nombre) sólo se podría comparar a los gritos que se oyen en el barrio cuando juegan el Barca y el Real Madrid.
Así de simple y con un sólo toque Adolfo creyó que había tumbado no ya a la dirección de tráfico sino a la mismísima monarquía, por eso gritó: ¡¡¡¡¡reivindiquemos las injustas condiciones que desde la época del rey Alfonso XIII  se ceban inmisericordes sobre los abnegados súbditos del reino: el sistema de evaluación y el precio exorbitante de un permiso de conducir y ya de camino, transformemos esto en una república!!!!!Todos aplaudimos enloquecidos presas de un furor revolucionario. Los chicos se pusieron las remeras del Che Guevara, alguien trajo un libro de Pierre-Joseph Proudhon, las mujeres cantábamos la Marsellesa..........en fin, ¡se nos fué la OLLA!   Hoy constatamos con tristeza que todo sigue igual, ya que las ambiciones de Adolfo, vistas con una mirada contemporánea, parecían algo excesivas. 
Bueno, no habremos recuperado el oro de Guayaquil pero ganamos en dignidad.¡Sí, señor! Dentro de nuestros corazones latía taquicárdico el sentimiento de haber vengado una afrenta histórica que ya cumplía 500 años. Algo es algo y es mejor que nada. Pero volvamos a la realidad. Ahora había que esperar a ver si el cartoncito con el ochito colaba o no colaba..............
Un mes más tarde cruzo la Avenida de las Fuerzas Armadas en Algeciras y casi me atropella un flamante Mercedes Benz con Adolfo al volante. HABÍA COLADO. .

Una vez más la revolución había sido comprada...pero, por lo menos, a buen precio.

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