domingo, 17 de noviembre de 2019

ERAN COMO HERMANOS.

Por Mónica Bardi

Me llamo Facundo y tengo ganas hace tiempo de contar esta historia singular.
Mi mamá, que ya murió, era un ser algo estrafalario, mezcla de timidez y desenfado.
Timidez porque había obedecido mandatos paternos y se había casado con un "buen partido": refinado, aunque después se supo que no tenía un mango, con una familia que la miraba torcido porque mamá no era convencional ni pianista, como a ellos les hubiera gustado. Y desenfado porque cada vez que sacaba a pasear su sonrisa, la gente caía rendida a sus pies. Tanto que hasta ahora, después de muerta, sigue teniendo enamorados. Mi mamá siempre nos decía que, si pudiera elegir ahora, no tendría hijos porque no dan más que problemas. Así de cariñosa y prudente era mi mamá.
A mis hermanos y a mí nos costó mucho aceptarla tal como era... tan alocada. "Trastornada" le decía su íntima amiga Stella.  De hecho, la terminamos de aceptar luego de muerta porque heredamos un buen piso. A mi papá le importaban un pimiento sus extravagancias porque pasaba de todo. Pero ahora que mamá se murió, a veces la echamos de menos, sobretodo cuando necesitamos dinero. A mi papá también lo echamos de menos, pero no para pedirle plata porque nunca tenía un rublo.
En cierta ocasión, mi mamá conoció, en su trabajo, a una mujer mucho más joven, histriónica, aristocrática e igual de desequilibrada. De las que se arriesgan. De las que hacen "lo que sea necesario" para alcanzar sus metas. Sólo falta que pregunten "¿a quién hay que matar?". Allí nació una amistad que sortearía años, tormentas y distancias.


Esta joven llamada Melania ya estaba casada y tenía un hijo pequeño.
A veces yo le preguntaba a mi mamá: "¿y tu amiga Melania, por dónde anda?".
-Vaya una a saber. Con algún nuevo marido en algún otro país.
Mi mamá era de esos ejemplares que te cuenta, sin venir a cuento, su vida íntima al completo, con brújula y todo. Muchas veces esas trangresiones me avergonzaban y otras veces, me partía de risa, sobre todo si el auditorio era abundante. A mi mamá mucha gente la quería. No hay más que ver como estaba a tope el tanatorio.
Nunca entendí por qué la familia de mi papá no se divertía con sus narraciones tan escandalosas; como sus colegas, que sí se partían de risa. Claro, sus amigos eran como ella, por eso eran amigos. Estoy convencido que las hermanas de mi papá se habían caído de chicas en un cubo rebosante de almidón  (igual que Obélix con la poción mágica) y quedaron rígidas para siempre. Unas aburridas.
Pero volvamos a Melania y sus tropelías. Tal como supuso mamá, Melania estaba viviendo en Panamá porque se había enamorado de un ingeniero que trabajaba en el canal. Y hacía allá fué, sin pensárselo dos veces. 
Así era ella. Desaparecía con su insolente flacura de niña bien para reaparecer, tiempo después, con un mail, una llamada telefónica o en persona sacudiendo sus pulseras de plata.
Recuerdo la fascinación que ejercía sobre mi hermana pequeña, cuando agitaba teatralmente su pelo corto y describía, agregándole sal y pimienta, sus últimas aventuras (generalmente desventuras), en aquel lejano país. Contaba, entre carcajadas, el sistemático abandono que hacía de sus hijos, fruto de varios padres, que, por otra parte, vivían encantados de la ausencia de la madre porque así hacían lo que les daba la gana. Pero, eso sí, Melania procuraba que no les faltara casa, comida y educación. 
Realmente, cuando se juntaba con mamá, era como un duelo de titanes. Divertidísimo. 
Un día cualquiera, mi mamá conoció a un cartero y carta va, carta viene, terminaron en la cama. Tanta epistolaridad resultó ser erotizante, parece.
-Pero, mamá- le supliqué desesperado, ya que sentía que mi mundo se tambaleaba-¿vas a tirar por la borda tantos años de matrimonio?
-Precisamente- contestó ella mirándose al espejo- recuerda que el matrimonio es la principal causa del divorcio.
Allí me di cuenta que todas las enamoradas bajan de peso, se cambian el peinado y sufren alucinaciones porque ven al objeto de sus deseos como un Adonis perfecto. De esto último en cantidades desbordantes. Mi mamá, que siempre fue un poco artista, aprovechó para sobreactuar y escandalizar al personal, algo que le encantaba.
Total: se divorció de mi padre (que no pareció demasiado afectado, la verdad porque enseguida se consiguió una novia ecuatoriana) y junto con el cartero, que  adoraba a mi mamá, decidieron hacer una gran fiesta para celebrar su nueva pareja.
Se hizo en un lugar divino pero como el catering falló, tuvieron que ponerse muchos invitados a cocinar a marchas forzadas y gastarse un pastón en vajilla desechable. Típico de mi mamá.
Mis hermanos y yo, estábamos, podría decirse, perplejos. Menos mal que mi hermano pequeño puso la música, aunque al final fue una música de mierda que a la única que le gustó fue a la ecuatoriana. Si, ya sé lo que están pensando y la respuesta es si: mi papá fue invitado a la fiesta con su nueva novia, la ecuatoriana. Así era mi mamá.
Lo más lindo de la fiesta fué un violinista que trajo como regalo un compañero de trabajo de mamá y tocó como los dioses.  Además hubo un soberbio espectáculo de tango que fué el obsequio de una gran amiga.
Cuando la veía a mi mamá bailando con el cartero, pensaba: "siempre apuesta y aunque pierda, vuelve a apostar".
En plena fiesta me topé con Melania y empezamos a charlar y a rememorar tiempos idos, luego de tantos años de no vernos. Por una casualidad del destino, no estaba casada con nadie en ese lapso de vida. Ni yo tampoco. Recordamos entre risas infinidad de situaciones pasadas y, a pesar de nuestra diferencia de edad, siempre nos sentimos unidos por el hilo invisible que sostenía mi mamá y su extensa red de amigos, ex-amigos, ex-novios, conocidos, vecinos y colegas de profesión. La red se había agigantado de modo desmesurado con el uso de Internet.
¡Pero si Melania y yo éramos casi como hermanos...como primos!...¿cómo decirlo?
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¡Uy, pinchazo! Y en plena carretera. Melania se quedó tirada y tenía una cita de trabajo importante. Llamó a la grúa para que se llevara el coche y empezó a telefonear a posibles rescatadores, que la alcanzaran a su destino.
Cuando parecía que no había nadie disponible, me llamó a mí, Facundo, y yo enseguida me ofrecí a ayudarla. Y luego del trabajo, la invitaría a cenar, faltaría más. Después de todo éramos casi como hermanos...como primos...¿cómo decirlo?
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-Mamá hubiera sido muy feliz de vernos juntos ¿no, Melania? -dijo Facundo.
-Seguramente- contestó ella con gesto de nostalgia- lástima que haya muerto, la echo de menos. Hasta me parece oír una sonora carcajada suya desde el mas allá. ¿Quién hubiera dicho que de nuestra amistad de más de veinte años, iba yo a terminar liada con su hijo? Y no solo liada, sino emparejada, aunque nunca se sabe cuánto duran estas cosas. 
-¿Sabes lo que me vino a la mente, cuando te vi después de varios años de no vernos, en la fiesta de mamá y el cartero? -preguntó Facundo, haciéndose el interesante.
-Ni idea- contestó ella, dejando a un lado su teléfono móvil.
-Como estabas con ese "amigo" que vino con un perrito, pensé ¡otra vez me la quitaron!
-¡No me digas! ¡Ya me habías echado el ojo, cabroncete!
-No, yo no. Mi inconsciente- explicó él.
- Si, si, claro, ustedes los argentinos lo hacen todo con el inconsciente.
Facundo prosiguió: ¿Y tú? ¿No sentías nada por mí, Melania?
-No- contestó ella agitando sus pulseras y riéndose -nada de nada. Bueno, si, un cariño, casi como a un hermano... como a un primo...¿cómo decirlo?
-Mentirosa. Estabas enamorada de mí desde que era chiquito.
                              FIN

                 

1 comentario:

  1. Mil historias no contadas que, cada tanto, se cuentan. Muy buena vida Melania y cía.

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