domingo, 24 de noviembre de 2019

LA DECONSTRUCCIÓN.

Cuando una se acerca, humildemente, de refilón, a la filosofía queda profundamente sorprendida por una palabra que encierra un concepto: la DECONSTRUCCIÓN, que fue inicialmente planteada por JACQUES DERRIDA

La deconstrucción no se trata de destruir nada ni de tumbar a martillazos algo, al estilo muro de Berlín sino que se trata más bien de cuestionar lo incuestionable, lo aceptado por todos, lo que parece no tener fisuras ni crear problemas. Lo que solemos llamar "sentido común", el paradigma aceptado por la sociedad de su tiempo.
Allí, justo allí donde la luz de las certezas y las verdades absolutas encandila con su claridad cegadora (que ciega), justo allí apunta la filosofía con su mira telescópica y ¡PUM! aparecen las dudas.
Entonces la deslumbradora evidencia se desnuda y muestra sus recortes, sus bordes, lo que fue acallado, lo que fue excluído.
Aparece lo no calculado, lo imprevisible, lo inclasificable y se abren como un abanico las infinitas interpretaciones.
La deconstrucción es quitar de ese edificio sólido, sus ladrillos, uno por uno y observarlos con una nueva mirada y reformar, si es necesario, todo el edificio.
Algo así sentí cuando cayó la Unión Soviética. ¿Quién fue capaz de pronosticar algo así?
La función de la filosofía, como dice Darío Sztanjszreiber, es la de buscar problemas donde aparentemente no los hay, cuestionar lo establecido y poner en duda TODO. TODO es todo lo que culturalmente nos transmitieron, todo es la forma de sentir, de pensar y de actuar que nos han insuflado por el lugar donde nacimos, por la familia de donde provenimos, por la religión, por los cuentos, por las películas, por la música, por los mitos, por las costumbres, por el paisaje, pero sobre todo por nuestra lengua. Estamos condicionados aunque nos creamos libres; tenemos la gelatina cerebral bien programada.
No carecemos de margen de decisión, por supuesto, pero es más pequeño de lo que nos hicieron creer nuestros padres.
Tenemos un inconsciente lleno de prejuicios, preconceptos y unas emociones perfectamente enmarcados y encajados en un molde previo.
Así que deconstruir de vez en cuando no está nada mal para que las vendas que nos cubren los ojos vayan cayendo. Así, de paso, vemos las veces que el sentido común yerra. No hay posibilidad alguna de calcular lo que va a ocurrir, dice Derrida.
Sin embargo, no deberíamos perder de vista que esa es la "misión" de la filosofía (la de rascarse donde no pica) y que nos puede aportar mucho a nuestra vida diaria si aceptamos que ese camino de entendimiento, innumerables veces está a medio recorrer en la sociedad en la que vivimos porque la deconstrucción está en perpetuo cambio; nunca llega al fondo porque no hay fondo.
Un buen ejemplo es el amor romántico: cuando dejemos de creer en él al estilo Romeo y Julieta, ingenuo y sobrehumano, podremos vivir el amor desnudo (con realismo, desilusiones y eructos) sin ataduras que nos condenan a un romanticismo de cartón piedra; aceptando los vaivenes de una relación sin maripositas en el estómago, pero con constancia, compañerismo y, por qué no decirlo, aguante.
Cuando podamos deconstruir a Romeo y Julieta, a lo mejor hay menos divorcios.
El sentido común, suerte de inteligencia de a pie o sabiduría extendida y aceptada nos acompañaría para la vida corriente; para las decisiones repetidas y habituales que nos será de gran apoyo en el desenvolvimiento de la cotidianeidad...si pensamos de vez en cuando que no hay posibilidad de calcular lo que va a ocurrir.
EL IMPOSIBLE.




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