sábado, 9 de noviembre de 2019

50 AÑOS BAJO TECHO, Capítulo III


Yo, la casa de los Bardi Buclan, que más que casa parecía un barquito en medio de un temporal me había oscurecido, los ventanales ya no dejaban ver el jardín, el césped se había secado y el techo necesitaba urgentemente una cuantas tejas nuevas. ¿Qué había ocurrido? ¿y por qué en la radio se escuchaban tantas marchas militares?
El doctor Bardi y el señorito Mario Aníbal vivían discutiendo por ideas políticas arruinando para siempre los almuerzos de la familia. Parecía que siempre guardaban bronca juntadita para el siguiente almuerzo. El padre desesperaba, viendo venir el peligro, la madre lloraba sin poder argumentar y Mónica planeaba como escapar cuanto antes de ese loquero. Venían chicos de las diferentes corrientes ideológicas (violentas y no violentas) a invitarla a militar, pero ninguno la pudo convencer. Todos estaban en posesión de la VERDAD y ella era demasiado insegura.
Los dos señoritos estaban en la universidad y les iba muy bien en los estudios, pero la sociedad era un hervidero y ya habían comenzado a desaparecer personas de manera inexplicable. Mucha gente creía que era mentira, pero hasta el propio Videla reconoció, años más tarde, en una rueda de prensa en diciembre de 1979, ante un pregunta temeraria del valiente José Ignacio López, que había desaparecidos y los caratuló como "una incógnita sin entidad". Los señoritos se graduaron y empezaron a trabajar. La situación política empeoraba. Los paramilitares y parapoliciales empezaron a formar parte del lenguaje cotidiano. La gente seguía desapareciendo.
Una noche me violaron, si, a mí, la casa de los Bardi, me violaron rompiendo las ventanas del jardín y entrando armados hasta los dientes unos hombres desconocidos. Resulta que nadie de la familia estaba allí y sólo dormían una empleada doméstica y su hija pequeña. No hace falta que detalle el terror y la desesperación que vivieron esas pobres e inocentes personas.
Finalmente esos monstruos se fueron sin dañarlas, no sin antes llevarse varias cosas de valor. Yo creí que se me caería el   reboque de las paredes del pánico que se adueñó de todo, en tiempo y espacio, como una espesa niebla.
Al no hallar lo que buscaban, o sea, a los señoritos, se fueron a la casa de los tíos Menes y MariEsther, ya mayores, buscando lo mismo. Los amenazaron, los asustaron, los interrogaron hasta que el tío Menes, se enfureció y les gritó, sin medir las consecuencias y ante la alarma de su mujer, que si los iban a matar, que lo hicieran ya. Los monstruos lo miraron como si estuviera loco, se rieron y se fueron porque otra vez no encontraron lo que buscaban.
La señorita Mónica ya vivía en el sur, en Villa La Angostura (Neuquén) con su marido y los 3 niños pequeños.
El señorito Mario Aníbal y su esposa, Claudia Istueta y su hijita Selva María,  hacía un tiempo que habían pasado a la clandestinidad y se encontraban con el matrimonio de los viejos Bardi en lugares públicos, poniéndose de acuerdo con complicadas contraseñas.
Una vez que la señorita Mónica y su familia vinieron de visita a Buenos Aires quedaron en verse con Claudia y Selvita (Mario ya no estaba) en una casa segura, pero Mónica, desacostumbrada como estaba a los mecanismos de la clandestinidad, cometió un error al hacer una llamada telefónica, sin imaginarse que ese teléfono podría estar pinchado por los militares. Finalmente no lo estaba, y no pasó nada pero todas los reproches y culpas cayeron sobre ella. Sólo su marido la defendió. Ella nunca olvidó aquél gesto. Así como nunca se pudo perdonar esa tremenda metida de pata. Esa inocente equivocación les podía haber costado la vida a todos.
Todo aquel que fuera joven universitario, por el hecho de ser joven y universitario, era sospechoso de entrada.
Luego desparecieron el señorito (había nacido el 24 de julio de 1949) y su esposa Claudita. La hija Selva fue encontrada muchos años más tarde. Y se vino la noche, la noche sin luna, el espanto, las torturas y el mundial de fútbol, las madres de Plaza de Mayo, la sociedad quebrada y el silencio...y ya no hablo más porque duele demasiado.



1 comentario:

  1. Compartí esa historia familiar tan dolorosa. La última vez que vi a Mario fue cuando vino con su mujer a ver como médico a mi hijo recién nacido, en verdad creo que vino para saber que pensaba sobre la salida que proponían. Yo noestaba de acuerdo, creía en una salida de masas. Un ultimo abrazo y no lo vi más. Rosita tu nadre no lo soportó y se puso mal.

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