jueves, 28 de noviembre de 2019

MANFRED Y EL AMOR.

Una vez presencié algo que me dejó largo tiempo pensando.
Manfred, mi inolvidable profesor de alemán, ya difunto, me comentó que sus amigos de Alemania creían que él, al vivir en Chiclana (mar y playa), estaría todo el día bajo una sombrilla con un martini en la mano.
Los que vivimos en este clima privilegiado muchas veces llegamos a añorar una nubecita en el horizonte que nos dé una tregua con el prepotente sol, siempre ahí, brillando.
Pero a lo que iba: Manfred contestó enfáticamente que él no vino a vivir aquí, como casi todos los guiris (gringos) por el clima, sino por amor.
Amor a su mujer, que ha nacido en esta tierra.
Cuando él dijo tan redondamente "POR AMOR", algo que no supe definir en el momento, me llamó la atención. Me hizo ruido, como decimos los argentinos.
Manfred era una persona que no hablaba de sus sentimientos (como muchos hombres por estas latitudes) y mucho menos con una alumna. Frenaba prudentemente sus exteriorizaciones, como cuando volvió de enterrar a su madre en Alemania, que suave pero inequívocamente detenía a quien se acercara a darle un pésame.  Y no le gustaba tampoco cuando otras personas hablaban de algo íntimo o doloroso. Esquivaba diplomáticamente el tema.
Pero esta vez no lo esquivó y se llenó, no una, sino dos veces la boca con la palabra "amor". Nada menos.
Pensé: ¿será que cuando no hablamos en nuestra lengua materna nos suena la cosa diferente, sin tanta carga afectiva? ¿Será que el contenido del vocablo tiene menos peso en nuestro cerebro o tiene otras resonancias en la parte emocional, si es en otro idioma?
¿Será como cuando los argentinos que vivimos en España,  decimos "concha", con pudor?
¿O como cuando un español te dice sonriendo "hola, boludo" y recién te conoce? ¿Será como cuando inevitablemente insultamos en nuestra lengua materna?
¿Construimos el lenguaje o el lenguaje nos construye?
Misterios lingüísticos. "Nada hay fuera del texto", dice Jacques Derrida.




No hay comentarios:

Publicar un comentario