lunes, 1 de noviembre de 2021

SIEMPRE BORGES

 


EL PESO DEL TIEMPO .

La vejez... creo que todo está en ese libro sobre la senectud de Cicerón, pero yo no lo recuerdo, así que trataré de hablar de mi experiencia...

La vejez es una forma de soledad, y en mi caso esa soledad está agravada por la ceguera. Cuando uno comete la imprudencia de cumplir, ay de mí, 84 años, se siente la gravitación de la soledad. Mis contemporáneos están en la Recoleta, o en la Chacarita. Pero hay alguna gente joven que me perdona mi vejez y que viene a verme. Si no, paso buena parte de mi tiempo en esa casa, y estoy solo. Tengo que poblar mi soledad, y entonces trato de no pensar en el pasado, de pensar en el porvenir, de poblar esta soledad con proyectos literarios. 


¿Que otra cosa puedo hacer? Es decir, estoy solo. Estoy continuamente pensando en versos, en sonetos, en prosa, en cuentos. Tengo que escribir, además, porque en un momento de locura me prometí escribir cien prólogos, de los cuales he escrito siete hasta ahora, de modo que me veo obligado a la longevidad...


Siempre uno está solo cuando muere, supongo. 

De modo que me he resignado a la vejez y a la ceguera del mismo modo que uno se resigna a la vida, que es lo más grave y lo más difícil. 

Una vez le dijeron a Bernard Shaw que obrar de tal modo era imprudente, y él contestó: "Bueno, es imprudente haber nacido, es imprudente seguir viviendo, vivir es cometer imprudencias...¿por qué no agregar una más?"

Bueno, creo que ahora me siento en todo caso más sereno que cuando tenía no 84 sino 24 años. Claro, a esa edad uno trata de ser Hamlet, de ser Byron, de ser Baudelaire, de ser algún personaje de una novela rusa del siglo pasado, y uno cultiva la desdicha. Después uno se da cuenta que la desdicha no es necesario cultivarla, que uno se la encuentra... Y ahora creo estar, no diré cerca de la felicidad, pero muchas veces cerca de la serenidad, lo cual es más importante. Además, a mi edad uno conoce sus límites. No sé que puedo hacer, pero sé que no debo hacer... Sé que hay cosas que no debo intentar, por ejemplo escribir una novela, o escribir una pieza de teatro, o enamorarme. Esos son esfuerzos, claro...


En cuanto a la vejez, no se la aconsejo a nadie, pero si llega, mejor resignarse. Cuando yo era joven, pensaba en el suicidio. En cambio ahora el tiempo se encargará de suicidarme en cualquier momento, no tengo por qué tomarme ese trabajo. 

En cuanto a esto de que el país tiene demasiado viejos, en fin, trataré de morirme lo antes posible, pero yo no tengo la culpa de eso. 


Si el problema es que nacen pocos chicos, bueno, en el mundo ya hay demasiada gente.


Además, este país es muy raro. De todas la población, los que no están en Buenos Aires están en Rosario o en Córdoba. ¿En el resto del país qué ciudades hay? Son pedazos de Almagro o de Flores tirados en medio del campo. 

Cuando yo era chico, vivíamos en Palermo, el suburbio de Evaristo Carriego. Y la edificación seguía hasta lo que ahora es Juan B. Justo, antes El arroyo Maldonado. Un barrio muy pobre, muy pobre, con calabreses y criollos, y ahí ya había poca edificación. 

Luego, volvía a empezar en lo que ahora es Federico Lacroze; en el medio, ese espacio estaba casi hueco...Era muy chica la ciudad, y ahora no la conozco... Un poema mío empieza así: "He nacido en otra ciudad que también se llamaba Buenos Aires..."

Nací en la calle Tucumán entre Esmeralda y Suipacha, y había una sola casa de altos que era el almacén de la esquina. 

Todo el resto eran casas bajas, con azoteas, con zaguanes, con patios, con aljibes, una tortuga en el fondo del aljibe, con llamadores, porque no había timbres. 

Es decir, completamente distinto. Una ciudad de casas bajas. Y aquí, por ejemplo, donde está el garaje, hasta hace 20 años había un conventillo, en la esquina de Charcas y Maipú. Estaba pintado de amarillo y era bajo, y nosotros podíamos ver el río. Después lo demolieron, hicieron el edificio y taparon la vista al río.


Como decía un filósofo alemán, me tocó vivir como a todo el mundo una época de transición...

Todas las épocas son de transición y de cambio...


En Europa se siente el peso tiempo, pero es un peso que no es abrumador, que es grato. Ahí han pasado muchísimas cosas...


En cambio a nosotros nos gusta inventar un pasado. Pocos países tienen una historia tan reciente como la nuestra y tantos aniversarios, tantas estatuas ecuestres, más estatuas que personas...Dentro de poco las estatuas van a desplazar a las personas...

Una vez me pidieron que firmara por una estatua ecuestre del general Soler, soy sobrino bisnieto de él...pero creo que el país tiene urgencia de otras cosas, hay demasiadas estatuas ecuestres, y horribles además...

Ahora hay que tratar de sobrevivir. El costo de la vida es terrible. Vivo de dos pensiones... fui profesor de Literatura inglesa y americana en la Universidad de Buenos Aires y dejé atrás el límite de edad para jubilarme. Fui director de la Biblioteca Nacional. Mis libros parece que son los que más se venden, pero no podría vivir de eso. El 10 por ciento de derechos de autor se paga tarde, mal o nunca, así que ningún escritor podría vivir de la literatura. De manera que con mis pensiones no podría viajar, viajo por invitación de otros países...


Escribí un poema sobre todo esto también: "Me gustaría saber/ quien me mira del otro lado del espejo/si es algún horrendo anciano..." Pero dicen que no, que por suerte no soy tan horrendo. 


Jorge Luis Borges.

1 comentario:

  1. Un Borges de 84 años que dice: "hay cosas que no debo intentar, por ejemplo escribir una novela, o escribir una pieza de teatro, o enamorarme. Esos son esfuerzos, claro."
    Sin embargo, es un Borges enamorado de María Koscina a la que pronto pedirá en matrimonio. Bello texto optimista de un Borges feliz.

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