jueves, 27 de enero de 2022

ACIERTOS

 


RECUERDOS
                             Mónica Bardi. 

Mi papá, Mario Pedro Bardi, era como el oráculo de Delfos, un tipo pronosticador, aunque eso se comprueba muchos años más tarde, cuando algunas profecías se cumplen. Era medio lince para ciertas cuestiones, aunque desde luego no para los negocios, porque no era lo que se dice "un tipo rentable". Y gracias que mantenía a su familia muy dignamente.  

Nosotros cuatro, que dependíamos enteramente de él, no entendíamos por qué los demás se iban de vacaciones y nosotros no. Los demás tenían auto y nosotros no. 

Siendo familia nuclear de un buen odontólogo, podríamos estar más holgados económicamente, pero no. Mi mamá repetía que él no sabía cobrar y tenía razón. En fin, muy agradecidos estamos que nos pagó la carrera a mi hermano Mario Aníbal (médico desaparecido muy joven) y a mí. No todos pudieron gozar de ese privilegio porque, aunque la universidad era (y es) gratuita había que llegar a ella, comer afuera y pagar fotocopias. En mi caso, mucho peor porque yo tenía que comprar materiales dentales, siempre caros. 

Pero volvamos a lo que íbamos: cuando mi medio primo Carlos (Carlitos) Oxenford, tan lindo, tan rubio y tan inteligente decidía, a sus 6 ó 7 años, si ir o no a su casa de veraneo de Cañuelas, porque sus padres se lo preguntaban, mi papá se reafirmaba una y otra vez, en que eso no podía ser. Que un alma cándida de esa edad no puede decidir prácticamente nada. Sus padres deciden por él. Naturalmente que a mi hermanito Mario y a mí, casi de la misma edad que Carlitos, nos parecía el no va más de la democracia representativa que a esa edad se pudiera manejar la vida de los padres, algo con lo que nosotros no podíamos ni soñar. Menos mal. MENOS MAL. 

El hecho es que Carlitos era sobreprotegido por su mamá, una buenaza. Y su papá, el querido Fito, poco podía hacer contra eso porque trabajaba muchas horas fuera de casa. El lindo pibe empezó abogacía y lo dejó, aunque sacaba buenas notas. Pero no tenía ganas de estudiar, no se le había educado la voluntad. El  siguiente round fue irse a EEUU a rendirle pleitesía al gurú Maharaj ji y volvió, lleno de verdades absolutas y con los bolsillos vacíos de los dólares que le había dado su padre Fito, el buenazo. 

Luego, su padre Fito, viendo el panorama, le puso una venta de galletitas surtidas al lado de la estación de Témperley (un lugar infalible comercialmente hablando) pero Carlitos se fundió porque no tenía ganas de cumplir horario. Estaba siempre cerrada. Allí quedó claro que la sobreprotección en una persona predispuesta, conduce al desastre, tal como insistía mi papá. 

La cosa iba de mal en peor y no se sabía dónde terminaba la comodidad de haber sido criado entre algodones y empezaba lo psiquiátrico. Carisma no le faltaba y charlar con él era un verdadero placer pero luego se veía la forma en que vivía y daba pena y asco. Porque cuando sus padres murieron y él quedó solo en la casa, nadie limpiaba y los gatos campaban a sus anchas. Un día hubo un incendio en la cocina que se pudo apagar a tiempo y así quedó, en el más absoluto abandono con las paredes carbonizadas. Hace unos cuantos años murió el pobre Carlitos, solo, y antes que él murió su tía Mari Esther, con todo el dolor de ese sobrino adorado y desencaminado, que tanto la decepcionó. 

Pero sigamos con el oráculo de Delfos. 

Cuando Ronald Reagan y Margaret Thatcher  gobernaban occidente, Mario, mi padre,  opinó que era peligroso que las grandes corporaciones multinacionales quedaran fuera de los frenos jurídicos y administrativos de las autoridades de un país. Al oír esas palabras di un respingo y pensé: "¿Mi papá se volvió comunista?". Sólo la izquierda opinaba así y él no estaba de ese lado de la vereda. Nunca estuvo ni nunca estaría, pero sin embargo le pareció una receta peligrosa la del dúo dinámico anglo-norteamericano. El tiempo ha tenido la palabra y a muy largo plazo hemos vivido y seguimos viviendo los coletazos de un capitalismo desbocado: los PARAÍSOS FISCALES nacieron gracias a esa política y el lema electoral de Ronald Reagan en 1980, "Make America great again", le funcionó muy bien a Donald Trump casi 40 años después. 

El tordo odontologista (hablando coloquialmente) Mario Bardi, el oráculo, acertó de pleno en otra circunstancia: cuando el presidente Menem dijo que los que no pudieran pagar el impuesto inmobiliario de su casa, no lo hicieran, mi papá no le creyó. Yo misma recuerdo haberle dicho que si el presi lo había hecho público, no lo pagara. Que seguramente después harían una moratoria o una prórroga o cuotas sin intereses o algo así. Pero mi papá no lo creyó y pagó. Menos mal. MENOS MAL porque después se fue todo al garete y muchos perdieron sus casas por no haber pagado. 

Y ese era mi papá, con sus aciertos (y, por qué no decirlo, sus desaciertos, aunque hoy no hablamos de ellos). Igual que el resto de la humanidad que vive equivocándose porque para vivir no hay libro de instrucciones. Aunque me complace enormemente poner de relieve estas circunstancias en las cuales supo mi padre evaluar y plantear hipótesis correctas en grandes y pequeños temas que luego resultaron tal como él los había predicho y que, en gran parte, condicionó lo que vendría después. 

Y por último, para no aburrir al personal, recuerdo cuando yo le pregunté a mi papá: "¿Por que compraste la casa en Témperley y no en el norte que es más elegante?" 

Él me contestó sonriente y seguro de sí mismo: "Porque acá existe un nudo ferroviario importante que conduce a lugares divergentes y así tu hermano y vos tendrán universidades equidistantes (Buenos Aires y La Plata) y podrán elegir". Gracias a esa decisión yo pude hacer el curso de ingreso de verano en La Plata y adelantar un año para recibirme. Un año no parece mucho pero ese año extra, una vez recibida,  lo aproveché para obtener algo de práctica y reflexionar junto con mi marido Néstor sobre la posibilidad de irnos al interior porque las capitales se habían vuelto peligrosas con los militares en el poder. ¡Y ya teníamos un hijo, Camilo! En el '74 nos fuimos. Creo que esa decisión nos pudo haber salvado de ser desaparecidos... como tantos otros. En el año 1977 se chuparon a mi hermano y a mi cuñada y entraron por la fuerza en la casa de mis padres y de mis tíos buscándome, aunque yo nunca milité en ningún partido político ni estuve en ninguna organización armada. Como nosotros ya vivíamos en la remota Villa La Angostura, en la lejana Neuquén, solo nos vino a hacer preguntas incómodas y peligrosas un policía de fronteras, o sea, un oficial de gendarmería.  Lo hizo como amigo, tomando un café en mi casa, porque él jugaba al fútbol con mi marido y nos conocía muy bien, así que allí quedó todo y pudimos seguir con nuestras vidas y la de nuestros hijos. 

                       THE END (que antigüedad)

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