domingo, 16 de enero de 2022

FUE SIN QUERER

 NO QUERER JODER A NADIE.



Cuento anónimo. 

Quería lo imposible: no joder a nadie.

Entonces andaba por la vida vainilleando, siempre con opiniones velcro que se adherían con facilidad a las de cualquier otro.

Le desesperaba la idea de confrontar.

Pero por más que hasta su ropa era indestacable, de vez en cuando, se cruzaba en la mirada de alguien.

A veces era algo que hacía.

A veces, algo que decía.

Y otras veces era apenas su cara.

Entrar en la órbita del malhumor de otro.

Demorar dos segundos en acelerar el auto cuando el semáforo cambió de luz.

Había tantos, tantos motivos para joderle a alguien más.

Demasiados.

Entonces un día lo decidió.

Vendió todo lo que tenía a un precio razonable.

Compró lo necesario y se marchó hasta la mitad de la nada.

Ahí construyó un refugio, plantó verduras, crió conejos, recolectó agua de la lluvia.

Supuso que a los conejos les jodía ser asesinados, cocinados, masticados, cagados.

Los dejó en libertad.

Se preguntó si a las verduras les jodía ser arrancadas, cortadas, cocinadas, masticadas, cagadas.

Vivió de agua y aire.

Murió al poco tiempo.

Murió sonriendo.

Creyendo que lo había logrado.

Creyendo que había logrado no joder a nadie nunca.


Cientos cincuenta y nueve años pasaron hasta que el empresario dijo: “Mierda.”

El empresario había invertido demasiado en la construcción de ese rascacielos.

Crédito suyo.

Crédito de otra gente.

Gente peligrosa.

Miró a la ciudad que se esparcía alrededor, buscando que alguien en la multitud, hombre, mujer, robot, alguien, fuera quien fuera, lo mirara con compasión.

Las rodillas le temblaban.

Volvió a mirar al esqueleto semi desenterrado.

“Vamos a tener que cancelar la construcción,” dijo la intendente. “Los análisis dicen que es de hace siglos. Declaramos al predio como sitio arqueológico.”

“Mierda,” dijo el empresario, con la mirada perdida en los huesos desparramados entre el barro y el cielo.

Ese fue el récord de no joder a nadie.

Pero todos tarde o temprano terminamos haciéndolo.

Vivir es joder.

Y quien no lo crea así, que se joda.

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