martes, 22 de noviembre de 2022

LA MUERTE Y LA NIÑA

 Cuento corto de Mónica Bardi


La niña estaba muy enferma y hacía rato que guardaba cama. Como mucho se aburría la mayor parte del tiempo leía. Los libros la ayudaban a viajar, a soñar e imaginar un amor pasional al que nunca llegaría. Lo que más lamentaba de estar enferma era no poder ir a trotar a la vera del río Majaceite en los espléndidos días del verano. Recordaba con nostalgia los recodos desbordantes de cascadas con agua inquieta y refrescante, la fila interminable de higueras y su piadosa sombra. Recordaba con nostalgia la rutina de ir al cole y ver a su chico preferido en las horas del recreo.  Muchas cosas añoraba pero no dejaba que la tristeza se notara porque no quería angustiar más a su mamá. Las dos sabían que aquélla enfermedad era el final de su corta vida, pero ninguna hablaba de eso. Para consolarse se sumergía en las mil batallas de intrépidos aventureros milenarios y de la mano de Heródoto y Homero volaba por esas tierras y tiempos remotos donde los dioses se disfrazaban para hablar con los humanos y no al revés, como el cura de la iglesia.

Así que leía y leía; y al igual que a don Quijote las cosas del pasado la fueron atrapando más y más mientras se le agigantaba la imaginación. Su recién descubierto personaje del mundo antiguo era Hipatia, la gran científica y filósofa egipcia que vivió en Alejandría, faro cultural de la época y poseedora de una biblioteca única en el mundo, cargada hasta los topes de rollos de papiro. Vio la maravillosa película de Amenábar sobre la vida de Hipatia y cuanto más entraba en detalles, más la admiraba. Se sugestionaba soñando despierta o dormida, que ella era la gran Hipatia caminando con sus discípulos  entre esas columnas mudas de reverencia y respeto. Una mujer lúcida, culta y profundamente reflexiva que tuvo el apoyo familiar y el valor inmenso para sobresalir como la cresta de una ola, en un mundo destinado a los hombres. 

Y hablando de mujeres, por fin vino La Muerte a charlar un ratito y luego a llevársela de la mano. Era alta y flaca; se vestía con sencillez y con calzado cómodo porque siempre tenía mucho trabajo. Se sentó en la cama y le dijo con amabilidad: "¿Qué tal? ¿Estás preparada?"

"Si" contestó la niña "pero antes te querría pedir un favor". 

"Te escucho". Replicó la Muerte, que tenía mucha paciencia.

"¿Recuerdas a Hipatia?"

"Claro. Un mujer excepcional de la escuela neoplatónica. ¿Cómo olvidarla? Vivió en la época del imperio romano. Tuvo una muerte horrible que no voy a detallarte, a manos de los cristianos. Yo me la llevé lo más rápido que pude. No me gusta ver sufrir tanto a la gente". 

"¿Tú no podrías cambiar su destino y volverla a su tiempo para que viva hasta viejita y logre grandes cosas?"

"No, niña, así no funciona este tema".

"¿Pero no puedes cambiar la vida de alguien por la de otra persona?"

"Bueno, teóricamente se puede pero jamás lo he hecho. Es complicado, me pueden denunciar por tráfico de influencias". 

"Te lo pido por favor... era una mujer extraordinaria. No merecía ese triste  destino siendo tan joven e inteligente".

"¡Pero, niña, si de eso está el mundo lleno!".

Si, pero de Hipatias no", replicó muy seria y convencida.

"A ver, espera, no me distraigas que me ha llegado un WhatsApp"

Cavilando se quedó la Muerte mirando a su móvil. Los minutos pasaban y seguía pensativa... mientras la niña la observaba expectante y llena de esperanza en sus enormes ojos redondos. 

"Quizás pueda complacerte... ¡Qué curioso! Pocas veces puedo innovar y esta es una gran oportunidad. Se aprobó la ley de la eutanasia. Podríamos cambiar a Hipatia por alguien a quien todavía no le toca, pero ya pidió una cita conmigo".

Loca de alegría saltó la niña de la cama muy exaltada. Casi se arranca el suero por plantarle un sonoro beso en la mejilla a La Muerte, que sonreía satisfecha. 

"Bueno, ¿nos vamos?" finalmente dijo.

"Si, ya estoy lista. Y muchas gracias".

En ese mismo instante, en el siglo IV d.C. Hipatia corrió y corrió, como si sus pies tuvieran alas, huyendo de los cristianos, mientras iba perdiendo papiros por el camino a los que llevaba abrazados como si fueran niños. Se escondió en un recodo de las catacumbas de Kom el Shukafa. Así pudo salvarse. Logró escapar de esos salvajes monoteístas y tuvo una larga y fructífera vida en la que cambió los paradigmas de su época, escribiendo un capítulo diferente en la historia de la ciencia. 


3 comentarios: