sábado, 26 de marzo de 2022

SALVAJES

 Con la tragedia de Ucrania como telón de fondo hoy decido, sin más trámite, y en la cama sin haber desayunado, hablar de mi relación con los animales salvajes ¡Si, señor, porque éste es mi blog y escribo lo que me da la gana!

Mi buena relación con los animales viene de lejos porque recuerdo que, siendo muy chica, en el zoológico de Buenos Aires, logré acercarme mucho, agachada y con paciencia, a una liebre de la Patagonia, hecho que dejó bastante asombrados a mis padres, a mi hermanito Mario y a otros viandantes que por allí pasaban. 

Hoy se habla mucho de la empatía, supongo que es algo así como la antigua compasión, matiz más, matiz menos. Este don que no todos poseen, en mi caso, costó mucho desarrollarlo debido a mi ego hipertrofiado. Y no lo digo con vergüenza (y no, no me equivoqué al escribir esto), porque ser así de egoísta me salvó del desastre muchas veces, pero también me da un poco de vergüenza (un poco, nada más), ya que no es políticamente correcto y una va dejando cadáveres por el camino. Pero cada uno es como es y, a veces, se tarda mucho en adquirir la capacidad de sentir lo que siente el otro. Es un camino arduo y autocrítico. 

Mi escasa empatía con los humanos no me impidió tenerla con los animales. Salvo la época en que, por los trabajos de investigación en la facultad, maltratábamos ratas y sapos, a veces parece que los bichos me hablaran... y yo les entendiera. Creo que lo heredé de mi papá, que hablaba con la tortuga Titina y le daba lechuga cuando ella daba suaves golpes con su cabecita en la puerta de la cocina. El caso más representativo de mi situación lo tengo en la relación con el ganso ampurdanés que aterrizó en mi jardín y se quedó a vivir hace años. Mi Cuaco. Siendo un animal salvaje es difícil interpretar su conducta, no es como un perrito. Es muy arisco y agresivo. Alcancé a darme cuenta de que cuando está sentado muy orondo en el porche, y una tiene que pasar a su lado, es mejor dar un rodeo y pasar por detrás porque si no, él lo siente como un desafío. El hecho es que ataca y se pone huraño con todo el mundo pero conmigo viene a charlar, apenas me ve salir de la casa. Bueno, charla, charla, lo que se dice charla no sería la palabra, porque nos hablamos interrumpiéndonos mutuamente con nuestras caras a pocos centímetros. Y si ya no le hablo y me pongo a leer, se sienta en el suelo pegado a mí. También le canto, a veces, con un canto monótono y tonto que pretende imitar su "cuaqueo". 


No le gusta compartirme con otros, ni personas ni animales, porque si alguno (la gatita Mimi, por ejemplo) se acerca, el se pone de pie, avanza amenazadoramente y empieza a graznar con el cuello estirado, mostrando sus dientecitos. 


Es muy celoso y dominante. A veces se enoja también conmigo y creo que es cuando tiendo la ropa y no le hago caso. Intenta morderme los talones. En ese caso, lo agarro de su largo cuello, lo revoleo por el aire y lo dejo caer un poco lejos. Entonces se va con su incesante trompeteo graznando contrariado, a su lagunita. Es, a todas luces, un trato violento el mío, pero luego no queda rencor porque vuelve a mí una y otra vez a charlar. Así que le va la marcha, los límites le vienen bien; ése es su lenguaje. Yo sé que él quiere que le dedique más tiempo y así lo haré cuando llegue el verano. Lo que pasa es que como hablamos distinto idioma, igual que con cualquier pareja, una se termina aburriendo. 

Cuando hago tareas de jardinería siempre está a mi lado y le encanta que lo moje con la manguera cuando riego tipo lluvia finita y no chorro fuerte. Nos pasamos horas juntos, yo arrancando yuyos, podando o replantando gajos y él picoteando el césped. Si llego de la calle, me recibe a graznido puro y me demanda atención inmediata y exclusiva; y si me voy, protesta airadamente. Nunca sale de los límites del jardín aunque esté el portón abierto. Muchas veces entra en el living tímidamente, porque no es su entorno habitual, pero no lo dejo porque caga por todas partes. No le gusta que lo acaricien, y mucho menos por detrás. Quien lo intente será picoteado de inmediato. Como él solo tiene patas y no manos para poder retribuir, sospecho que no es algo que entienda como un gesto cariñoso. A pesar de todo, últimamente le hago un par de caricias en su barriga y no se enfada. Nuestra relación evoluciona. Sé que los acercamientos llevan meses con el Cuaco. Igual que con las personas, las relaciones se consolidan con muchas, muchísimas pruebas y tropiezos. Yo creo que lo quiero con un cariño sincero porque de solo imaginarlo sin sus inmaculadas plumas y bañado en salsa en una bandeja dentro del horno me duele profundamente y eso debe ser amor del más puro, digo yo. 

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“Querido Sinclair. Los hombres que se apiñan acobardados están llenos de miedo y maldad; ninguno se fía del otro. Son fieles a unos ideales que han dejado de serlo y apedrean a todo el que crea otros nuevos. Presiento graves conflictos. Vendrán , créeme, vendrán pronto. 

Que los obreros maten a los empresarios, o que Rusia y Alemania disparen una sobre otra, nada altera la situación; sólo cambian los dueños. Hará patente la miseria de los ideales actuales; se saldarán las cuentas con los dioses de la Edad de Piedra. Este mundo tal como es ahora, quiere morir, quiere sucumbir y lo conseguirá”.

HERMANN HESSE (escritor, poeta, novelista y pintor Alemán nacionalizado Suizo. 1877-1962)

(LIBRO DEMIAN 1919).

Esto dice este gran escritor de los humanos. No lo digo yo que con los humanos me llevo bastante bien porque, como ya dije, la empatía se aprende. Pero mejor me llevo con los animales, como me pasaría con Trump, por ejemplo, el expresidente de USA, que es claro e inequívoco, se lo ve venir, los razonamientos habituales con él no sirven. Hay que apelar a otros recursos, a otros códigos. Es un animal salvaje. Los animales salvajes depredadores solo miran por sus propios intereses de supervivencia y la propagación involuntaria de sus genes. Si hay que comer al de al lado, se mata y se come. Sin culpas. 

Ustedes dirán ¿y esto a que viene? ¿No estábamos hablando del Cuaco? Pues la respuesta es: no viene a nada nuevo, HERMANN HESSE habla de guerras y hombres, o sea, de animales salvajes. Sin culpas. 


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