sábado, 19 de marzo de 2022

PASEOS

 


He vivido en varios lugares de dos países. Y de cada uno de esos lugares conservo algunos recuerdos desperdigados. Imágenes agridulces impregnadas de colores, olores y fugaces destellos. Unas escasas pero nítidas imágenes entre tanta nebulosa mezclada, a veces gris y a veces rosa. Para sintetizar, digamos, "un acopio de memorias" (Borges) Y que esos momentos, sobre todo los luminosos, queden en la memoria de mis hijos. En realidad, para eso escribo. Para ellos. 

De muy pequeña recuerdo con fascinación el espejo de pie de la habitación de mi mamá en la casa de Témperley. Allí, al lado del ventanal que daba al jardín. Mi hermanito y yo reflejándonos haciendo morisquetas como dos payasitos. Y ella, mi mamá, una reina, con su vestido de raso de lunares, tan linda. "La vida de mi mamá no fue fácil" pienso ahora. "Ojalá hubiera sabido o podido apoyarla más, como sí hacía mi hermano Mario, más bueno, más comprensivo" sigo pensando. Los hijos casi siempre llegamos tarde para comprender a los padres... y de comprender a los hijos, mejor ni hablar. O sea, no hay salida, estamos siempre a destiempo. Pero evoco con ternura algo extraordinario que vivió mi mamá: estar enamorada de mi papá hasta el fin de sus días, con todas las movidas de una pareja un poco despareja en muchos sentidos, con los problemas de una larga convivencia y con los hijos que nunca dejan de crear preocupaciones y dolor, voluntarias o involuntarias, como la desaparición de mi hermano. 

Cuando uno es chico, quiere crecer y cuando crece, se da cuenta de todo lo que quedó de la infancia guardado para siempre en la memoria del espejo, todo lo que no se dijo, todos los besos que no se dieron. En fin... 

Dice Borges en un fragmento: ...Temí asimismo que el silencioso tiempo del espejo se desviara del curso cotidiano de las horas del hombre y hospedara en su vago confín imaginario seres y formas y colores nuevos...

..............................................................................

De mi vida universitaria recuerdo la primera vez que me asomé a la puerta de la facultad de Odontología, en la calle 44 de la ciudad de La Plata y la curiosidad cargada de optimismo que sentí vislumbrando esa nueva etapa. Los jóvenes preciosos también me aportaron un gran interés a la parte no estrictamente estudiantil ¿a qué negarlo? Eran unos pibes de rechupete. 

La casa de La Plata de mi primo Beto, con mi tía Ada, su mamá, es otro hito en esa época. Beto estudiaba ingeniería, atendía la joyería de su padre ya fallecido y amaba incondicionalmente el teatro y, por eso, al final le dedicó su vida, con una trayectoria genial que hoy cosecha satisfecho. 

Con ellos vivi un año cuando cursaba segundo de odontología. En esa casa no había maldad ni conflictos y se respiraba libertad y una profunda tolerancia. De eso se aprende mucho. Ese año en la facultad fue de una exigencia superlativa, aunque logré aprobarlo. Cuando volví a mi casa en Témperley estaba tan flaca que mi papá se asustó y me mandó directamente a la cama.  Muchos días de verano pasé solo comiendo y durmiendo hasta que me recuperé.

............................................................................

Años después, me veo con mi bebé Camilo en la calle Callao, entre Bartolomé Mitre y Cangallo, en pleno centro de Buenos Aires. El sentado en el bebesit y yo haciendo la comida. Los demás con los que vivíamos; Néstor Hidalgo, mi marido; Roberto Fitte y María Rosa, otro matrimonio con el que compartíamos piso, estaban en sus respectivos trabajos. Yo ya estaba en posesión del título pero con nula experiencia laboral y con un hijo pequeño que cuidar.  También con nula experiencia maternal y sin familia cerca para enseñarme. Los primeros hijos son el experimento de las madres. Pobres y pequeños cobayos humanos en manos inexpertas. Mi gran amiga Celia Acevedo, la mujer más linda del mundo, pintora y escultora de las buenas, me vino a visitar creyendo que todavía no había dado a luz y cuando vio al bebé en su cuna, lanzó un grito de sorpresa seguido de risas de alegría. Lo recuerdo con una nitidez esplendorosa. 

Osmar Villaflor, un habitué de nuestra casa, trabajaba de cartero pero profesaba un profundo amor al teatro (igual que mi primo Beto) vino una vez y me representó un monólogo de Bertolt Brecht que había aprendido. ¡Para mí sola! Tal fue el estado de hipnosis en que caí por la seducción del texto, que me tuvo que decir que ya había terminado su actuación para que yo aterrizara de nuevo al mundo real. Lo revivo y vuelvo a caer en ese trance fabuloso. 

De mi nueva vida en la nieve de la cordillera de Neuquén ya hablé varias veces pero no está de más repetirme: ver todo en blanco y negro por el brutal contraste de la nieve inmaculada y enceguecedora que apagaba lo cromático del resto, me dejó en un primer momento muy perpleja: el mundo había cambiado, ya no era en technicolor. Tanto me impactó que pinté todas las sillas de la casa, cada una de un diferente color. Necesitaba urgentemente los rojos, los amarillos, los púrpuras; intensos y saturados, los que siempre surgieron y siguen surgiendo en mis pinturas de manera involuntaria y me dan esa calidez acompañante. 

...............................................................................

Otra vuelta de tuerca y decido volver con mis hijos a Buenos Aires, a "un tango equilibrista", a Témperley. Las alegrías de esta nueva etapa se las debo a mi amada facultad de odontología porque, aunque yo había estudiado en La Plata, mi vida de postgrado fue en Buenos Aires. Al doctor Bozzini y su cátedra de fisiología en la que tanto aprendí. De esos tiempos de intenso estudio me quedaron tres colegas amigos entrañables hasta el día de hoy, con los cuales seguimos en contacto gracias a Internet: Beatriz Duffau, Virginia Descalzo y Juan Carlos Elverdin.  En ese lugar también tuve la gran oportunidad de mi vida (allí conocí a los médicos españoles que luego me brindaron la posibilidad de tener un trabajo en España), algo con lo que soñaba desde chica: emigrar, volar en otros cielos, mirarme en otros ojos, palpar otras realidades; en fin, cortar un cordón umbilical que pesaba como un ancla. El sube y baja de los eternos problemas de inestabilidad de mi país, la desaparición de tantas personas, los golpes militares, Malvinas, el fracaso del plan Austral, etc, etc...pero sobretodo mi inevitable alma viajera y exploratoria. 

...............................................................................

La luna de miel con España y su insignificante inflación, el habla de Andalucía, los bares llenos de humo por doquier, la calidez y sencillez de la gente, todos hablando y riendo a la vez, la seguridad de sus calles, la estabilidad, los proyectos de futuro. Eso me tuvo abducida muchísimo tiempo. Un nuevo horizonte se abría ante mi. Todo era diferente y novedoso. Todo era descubrimiento, risas y sorpresas: un  aprendizaje nuevo cada día. Me hacía acordar al tango: "...subite a mi ilusión supersport".  Me costó mucho entender sus códigos, tan diferentes a los de una porteña que había vivido 40 años en entornos argentinos. Me ayudaba mucho ser argentina (los gaditanos mayores siempre se acuerdan de los barcos cargados de carne y cereales que llegaban al puerto mandados por Perón), estar bien dispuesta y llena de optimismo, obstinadamente ciega a la carga burocrática que me había caído encima. Los dichosos "papeles", la anhelada legalidad, para mí y para mis hijos. Sobre todo Camilo, el mayor, que se acercaba peligrosamente a la mayoría de edad y se me escapaba la posibilidad de la reagrupación familiar prevista en la ley de extranjería. Riesgo, intuición, cambio, leyes, nuevos vecinos, algo de temeridad, tiempos de zozobra, adrenalina. Mis hijos y yo éramos peces de agua dulce tratando de aclimatarnos al agua salada. Adaptación rápida frente a situaciones nuevas ¿Qué otra cosa es la vida? 



Y ahora, muchos tiempo después, ya con un montón de años encima y muchas tareas cumplidas tengo la oportunidad de entender la archirrepetida y remanida frase del "placer de las pequeñas cosas", que se dice y se repite pero no se comprende hasta que no se vive. El perfume alado de los azahares, la primavera que estamos a punto de capturar, los campos amarillos puntillistas empachados de flores diminutas, las nubes huyendo alarmadas a otras latitudes. En uno de esos días soleados, paseando por ahí al azar y muy distraída, divisé a una variopinta familia con hijos y perros, correteando y riéndose, y de sólo verlos por un instante rocé la felicidad, un momento Satori, como dicen los japoneses. Nadie nos bombardeaba. 
Aquí viene como anillo al dedo una poesía de HERMANN HESSE:
                                       LLUVIA

Lluvia veraniega, lluvia templada, 
que susurra entre matas y arboleda
¡que bueno es, y que bendito,
soñar de nuevo hasta sentirme ahíto!

Tras tanto tiempo en la intemperie clara,
esta oleada me es desconocida.
Al alma misma le resulta rara
cualquier tendencia por otros dirigida. 

Nada ambiciono y a nada aspiro,
salvo a dulces canciones infantiles,
y, ya en el hogar, me admiro
de ver realizados mis sueños pueriles.

¡Corazón, con tu osadía acostumbrada,
eres feliz, agitándote al viento, 
sin pensar, sin saber nada, 
solo respirando, sólo sintiendo!

El castillo de Sancti Petri (antiguamente Hércules-Melkart y que, según dice la leyenda, fue fundado en el siglo XII antes de Cristo, en tiempos de la guerra de Troya), con su típica piedra ostionera, en la costa de Chiclana de la Frontera puede conmigo: no hay vez que no lo vea que no me invada ese misterioso halo de fascinación con sus dioses y su historia: es como si me susurrara desde su alma metida en las aguas del Atlántico. Hace milenios pertenecía a la isla de Kotinoussa, que se extendía hasta la ciudad de Cádiz. La actual torre es más moderna y fue construida por orden de Felipe II (siglo XVI), como parte de una serie de puntos de avistamiento para la temida llegada de los piratas berberiscos. Verlo de lejos con la caída del sol me emociona de una manera inexplicable. Como si su pasado me atravesara. Debo haber estado allí en otra vida, entre tirios y troyanos. ¡Seguro!

..,............................................................................

Podemos pasear tranquilamente mientras en otros lugares la gente vive guerras, huye, sufre y muere. Pero no solo ahora. Siempre. Todas las víctimas son iguales pero unas son más iguales que otras. (Juez Calatayud dixit) Aunque en este momento de la historia y en este lugar del mundo no nos toca (de momento) beber de esa copa amarga. Me siento agradecida y lo digo sin culpas. El sufrimiento y el placer son algo inherentes al Sapiens, ya sea matándose o ayudándose entre si, compitiendo salvajemente o cooperando fraternalmente. Pensar nuestra humanidad llena de crueldad y bondad metida irremediablemente en los genes y toda entremezclada, me permite ver la realidad con más calma, científicamente, aceptando mejor lo que pasa, aunque con tintes amargos. Me consuelo aplicando el viejo adagio local cuando habla de lo irremediable: "esto es lo que hay". 

                   FIN DEL CUENTO 

No hay comentarios:

Publicar un comentario