viernes, 8 de julio de 2022

BENEFICENCIA

En la entrada de un supermercado vecino hay una delgada viejita siempre pidiendo dinero. Hace años. Debe tener buena salud porque no falta nunca. Pero nunca es nunca. Invierno, verano, calor abrasante o tormentas torrenciales, allí está esa señora mayor como un clavo cumpliendo horario. Igual que en un trabajo... de hecho, es su trabajo. Solo espero que a un inspector con mala entraña no se le ocurra exigirle que se dé de alta en autónomos. Charlando con un vecino me comenta que esa viejita tiene una "abultada cuenta bancaria". A raíz de ese comentario me pongo a pensar:  primero: ¿de dónde sacó mi vecino esa información?¿ No le hubiera caído encima ya Hacienda si eso fuera cierto? Segundo: ¿y qué? ¿No se lo está ganando con esfuerzo? Horas y horas por un salario, lo mismo que todo el mundo. No creo que Hacienda vaya a la quiebra por su falta de aportes. Ya se encargará el banco de informar, en caso de que no haya tenido la buena idea de meter la guita abajo del colchón. 

Es extraordinario cómo la gente opina sin certezas y con malicia, cínicamente. La mujer está ahí, bajo un toldito y con una silla, horas de horas, con una constancia excepcional y, en vez de darle un premio, la critican. Me enerva y me saca de quicio esa mala leche y esa envidia (porque en el fondo no es otra cosa), de esta sociedad. Cuando alguien demuestra una tenacidad y una formalidad fuera de lo común, ya algo les molesta y hay que arrancarle la piel. Será por el contraste de su propia imagen en el espejo del baño: los que la critican no serían capaces de tal sacrificio. Porque otra explicación no le encuentro. 

 Y ahora la otra vertiente: resulta que si yo le doy a esa señora un billete que supere en algo las míseras monedas que suelen soltarle, lo hago por mi propia satisfacción y mi mala conciencia. A ver: destripemos estas palabras. Satisfacción me da porque a cambio recibo una dulce sonrisa desdentada en una expresión normalmente tristona. Es autosatisfacción onanista, según las malas lenguas y comparan eso con fumarse un porro. No me convence: el porro es a solas. Y dicen que dicen que yo lo hago sólo por eso. Sin embargo, ese buen momento es de a dos, la viejita y yo, también viejita, todo hay que decirlo. Las dos estamos contentas. ¿Eso es censurable?

Ahora veamos mi mala conciencia: yo, millonaria no soy pero aunque lo fuera. Se parte de la suposición de que todos los millonarios son unos bichos y todos los pobres unos ángeles. ¡Vaya estupidez! Así que yo lo hago para tranquilizarme con respecto a mi posición de privilegio en el mundo. Mis abuelos maternos eran inmigrantes en Argentina y mi madre, a pesar de ser la mejor alumna del colegio, tuvo que dejar los estudios para limpiar un banco, porque el dinero no llegaba. Las becas no existían. 

Y en cuanto a mi familia paterna, vivían en una casa de madera en un barrio pobre de la Boca, en Buenos Aires. Mi padre estudió su carrera de odontólogo al mismo tiempo que trabajaba en el ferrocarril para mantener a su familia porque mi abuelo paterno murió joven por una intoxicación con pescado. 

Sigamos con mi mala conciencia: contribuí al calentamiento global viajando en aviones y cargando de gasolina el tanque de mi coche, pero espero que haya sido en un porcentaje mínimo. Pagué mis impuestos cuando no pude eludirlos e hice algunas cosas buenas que mi modestia me impide enumerar. Pero algo diré: le cobré caro al que podía pagar por mis servicios profesionales y barato o regalado al que no podía, en una suerte de Robin Hood odontologista justiciero. Y reciclo todo, nada de plásticos al mar. 

Algo sí he tenido en exceso: libros, plantas y parejas, aunque maridos solo dos. Uno de verdad y otro para obtener la residencia en Europa, aunque este último creyó que teníamos un romance o algo así. Vaya en mi descargo que ninguno de esos buenos hombres nadaba en guita y, al final, la que pagaba los platos rotos era yo, una esforzada laburante. Y hasta allí llega mi mala conciencia. 

¿Se han dado cuenta que cada vez que empiezo algo en serio me lo termino tomando a risa? No sé por qué voy siempre encaminada a la comedia. A medida que escribo, más risa me da de mis propias sandeces. ¿Será por eso que escribo?

Bueno, pero a lo que iba: la viejita del supermercado. Si yo beneficio a alguien con unos pocos rublos y eso me brinda un instante de felicidad y ella recibe ese dinero como agua de mayo, la pregunta es: ¿Qué hay de malo en eso? Ya sé que no estoy haciendo la revolución proletaria ni tomando el palacio de invierno... ya lo sé. Pero estoy dando algo y a cambio recibo una sonrisa. ¿No es eso suficiente con lo que tengo a mi alcance?


1 comentario:

  1. Comparto tu opinión, cuando puedo ayudar, lo hago y me siento bien. Limosna no doy porque siempre estoy en la lona!

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