viernes, 29 de julio de 2022

EL GALEÓN DE MANILA

Cuento corto de Mónica Bardi. 


La pieza del puzzle estaba a pleno sol, tirada entre plásticos y otras basuras. Era todavía joven y no hacía mucho que andaba en situación marginal. Sus deseos de independencia la habían puesto en ese incómodo lugar. Cada vez que recordaba sus ingentes esfuerzos para coincidir los sinuosos rebordes suyos y los de su parentela, le entraba un sudor frío. Se sentía como una anomalía. 
¡Qué fatigas para encajar concavidades y convexidades y quedar tiesa en una estructura inmodificable quién sabe por cuánto tiempo! No lo podía soportar, no tenía intimidad. Y recordó las palabras de Erasmo: el constante espionaje de las faltas propias y ajenas destruye la convivencia. Y también recordó lo que las demás le decían: "hay que tolerar, aceptar al otro, adaptarse". 

"Mejor diría AGUANTAR" pensaba ella, "ya que en mi nación no se puede discrepar. Una pequeña inflamación u opinión en contra y ya no entras", pensaba contrariada la rebelde, mientras un fuerte viento de poniente la hacía bailar alegremente un fandango y olvidarse de todo lo que no fuera LIBERTAD. Recordó lo que los demás comentaban de la lúgubre soledad y los peligros del  individualismo. Se le planteaba un dilema muy serio: en nuestro mundo nada se hace SOLO. Hasta una semilla necesita el auxilio de la tierra y el agua para surgir. En esas profundas cavilaciones se hallaba cuando de pronto vió rodar algo que hacía reverberar al sol. Era una moneda plateada que desaprensivamente iba dando tumbos. "A alguien se le cayó del bolsillo", pensó. "Bueno, ya tengo compañía de categoría. A ver qué me dice". 

La moneda, que era muy conversadora y afortunadamente hablaba español, le contó antiguas y alucinantes historias. Ella era un REAL DE A OCHO, que había sido creada por los Reyes Católicos de España en 1497 y su gran valor residía en que fue la primera moneda de curso legal del mundo. Gracias a ella, se había desplazado un gran comercio desde el  Mediterráneo (donde residía el mundo antiguo conocido), al Atlántico, primero y al Pacífico, después, al descubrir Urdaneta, el Vasco, el tornaviaje. 

"Espera, espera, espera, no tan rápido, que yo me quedé en Cristóbal Colón y el Atlántico. ¿Qué es el tornaviaje?" interrumpió la del puzzle totalmente perdida en aquélla profusa explicación histórica. 

"Es el viaje de vuelta de donde traían las especias (y todas las riquezas de la antigua ruta de la seda), de Oriente a América a través del recién descubierto Océano Pacífico, que de pacífico no tiene nada y de pequeño, tampoco. Y luego, cruzando el actual México, a Europa, a través del Atlántico". 

"¿Y por qué no las traían a través del Atlántico y el Índico, desde el este? Ya los conocían".

"Porque ésa era la ruta de los portugueses y ellos no lo permitirían. Habían firmado un compromiso mutuo: el tratado de Tordesillas donde España y Portugal trazaron una línea divisoria para no invadirse y evitar guerrear. Se repartieron el mundo como quien corta una manzana por la mitad. Al este, portugueses; al oeste, españoles. 

Vamos por partes: por el Pacífico, de ida, zarpaban los españoles desde la costa oeste de México (que todavía no era México sino que era el imperio español), cruzaban el océano Pacífico y llegaban a Las Molucas o Islas de las especias, Filipinas, China, etc. Unos tres meses de viaje: una épica travesía. Navegaban relativamente bien a la ida, cruzando el Pacífico, pero las naves se les hundían en el viaje de vuelta ya que no acertaban con la ruta oceánica navegable. Te voy a mostrar unos mapas para que lo veas más claro".

El viaje de ida (la flecha roja):




El viaje de vuelta, llamado el tornaviaje.


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"¡Y sin GPS!"se asombró la del puzzle. 

"¿Eso qué es?" preguntó la moneda que pertenecía, prácticamente, a un diferente planeta. 

"Ya te lo iré explicando", dijo la otra para conformarla, aunque se le hacía un lío de tan solo pensarlo... mucho menos explicárselo a una moneda milenaria". Y continuó: "Claro. Distancias inmensas guiándose por las estrellas y poco más.  ¿Tan inaccesible era esa ruta de vuelta?"

"Dificilísima. Si ya fue arduo y peligroso navegar en el Atlántico en esas cáscaras de nuez, toparse con tierras inéditas, sortearlas y luego viajar en el más grande de los océanos, desconocido y arisco, sin acertar con los vientos y las mareas al volver. Suicida. Se hundían todos. Entonces Felipe II buscó al marino más experimentado. Éste era un fraile, Andrés de Urdaneta, que estaba muy tranquilo en su monasterio, ya con unos cuantos años encima. El rey le pidió (ordenó) que encontrara la ruta de vuelta para que las naves pudieran navegar esas aguas bravías, trayendo riquezas fabulosas de su comercio en aquéllas lejanas, refinadas y milenarias civilizaciones. Eran especias, porcelanas, sedas, abanicos, mantones de Manila; lujos asiáticos, como suele decirse. ¡Y la encontró!"

"¿Cómo? ¿Encontró la ruta de vuelta? Qué listo el vasco, ¿no?"

"Ya lo creo. Puro olfato. Él remontó casi 500 kms más al norte para poder establecer una ruta segura. Y así es como, de ahí en adelante, se pudo volver. Eso quintuplicó el comercio entre España e Hispanoamérica, por un lado y China (imperio Ming), Molucas y Filipinas, por otro. Un continente nuevo (América) y un nuevo camino (el Pacífico), se habían descubierto. El mundo se había ensanchado. Para ese intercambio comercial necesitaban un medio de pago y entonces me inventaron a mi: una moneda con parte de plata. Fácil de transportar, de metal incorruptible y con un valor conocido y aceptado. Además, los intrépidos navegantes pronto aprendieron que todos los océanos estaban interconectados, lo cual abría posibilidades inimaginables hasta el momento. La era Moderna se abría camino: la primera globalización. 

"¡Uyyy, pero qué importante eres! Entonces tú debes ser una pieza de colección que no tiene precio". 

"Si, voy de museo en museo y soy la madre del dólar".  

"Todo lo que me cuentas es nuevo para mí. Llegué hasta Colón, Magallanes y poco más. Pero yo también tengo novedades divinas para ti. ¿Sabes que estamos en el año 2000?"- interrogó con ganas de decir algo espectacular ella también. 

"¡2000!- casi gritó el real de a ocho - ¡Pero qué barbaridad! El hombre ya debe haber dado la vuelta al mundo varias veces".

"No sólo eso. Ya llegó a la luna". 

La moneda quedó muda, estupefacta y confundida. Con gran desconfianza, interrogó a la otra, mirándola de reojo. 

"¿Qué dice vuestra merced? ¿Cómo que llegó a la luna? ¿Montando en una gaviota?"

"No precisamente" contestó sonriendo la del puzzle. "Fabricaron unas naves impresionantes, impensables para alguien del siglo XVI. El imperio español, donde tú viviste, duró más de 3 siglos, cambió el mundo conocido y finalmente terminó, como todo en esta vida. Ahora hay imperialismos, que es algo muy diferente a imperios y ellos crearon la carrera espacial. Ya te contaré y espero que me creas, porque el primer paso para llegar a Marte parece ser establecer un lugar para vivir en la luna. Como hicieron los antiguos navegantes: primero América y luego Oriente. Pero en cuanto a nosotras, podemos estar juntas en este basurero y parlotear de nuestras diferentes épocas sin que nadie nos moleste. Algo me tiene intrigada desde que te vi: ¿cómo te juntas con tu familia si eres toda redonda?"

"Fácil. Nos apilamos una veces. Otras nos llevan en bolsos de cuero, amontonadas, después de haber sido contadas. Vamos rodando según las circunstancias. La oferta y la demanda, como se oye decir por ahí". 

"Claro. Qué bien, al menos pueden rodar o caerse de las pilas: gran libertad. En cambio, en mi sociedad vivo fija dentro de una estructura. No tengo ninguna movilidad social. Tengo un solo lugar en el dibujo. Y para colmo de todos los males, una vez terminado el rompecabezas, algunos nos enmarcan y así quedamos para siempre"

"¡Qué Dios y Felipe II me amparen! Quieta y petrificada. ¡Nunca viví en una sociedad tan estricta!"- reflexionó el real de a ocho- "Nosotras, antes de ser de colección y pasar a la historia, rodábamos de mano en mano. Llegamos a ser tantas que hasta provocamos inflación".

"¿Y eso qué es?"

"Ni idea. Solo sé que es un problema serio que trae a todos de cabeza. Pero cuéntame algo de ti, ¿qué parte del cuadro formabas?"

"Parte de una vela. Como justo enfrente de mí había un gran espejo, te puedo describir la escena completa del puzzle enmarcado y colgado de la pared. Menos mal, porque ¿has observado que cuando estás fija en un lugar sólo ves los alrededores inmediatos? Es una visión muy limitada del ancho mundo. Afortunadamente hay espejos para conocerse a una misma y ver algo más del entorno. Allí vi el rompecabezas como un cuadro, perfectamente reflejado; que era un paisaje marino con una carabela antigua en un mar embravecido"

"¡No me digáis que eran las naos en donde yo viajé!"

"El cuadro tenía un título: Galeón de Manila"

"¡Lo que os dije! ¡Pero qué casualidad! El nombre de la ruta marítima. Tenemos mucho para conversar. Os puedo describir el nuevo mundo y también la milenaria Asia". 

"Y yo las imágenes del telescopio espacial Webb".

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Las dos amigas se mantuvieron juntas. Los años envejecían a la del puzzle pero la moneda se mantenía igual. "¿Será genético?" pensaba con algo de envidia la del puzzle. Un largo tiempo después la emergencia climática se hizo presente y una brutal inundación lo anegó todo. Esta vez no hubo Arca de Noé. La desdichada del puzzle y la atribulada moneda vieron con desesperación como inmensos torrentes de agua las separaban y sus vidas se alejaban irremediablemente. La moneda se hundió y la del puzzle flotó, se empapó para luego pudrirse, dando fin a una existencia efímera, al igual que sus hermanas enmarcadas, sucumbiendo todas al desborde emocional de la naturaleza. La moneda, por el contrario, siguió atravesando los siglos, sola, como siempre, perdida y aburrida hasta que alguien la encuentre, si es que alguien hubiera quedado en pie...

Otro mundo estaba en gestación.  





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