sábado, 2 de julio de 2022

LA FIRMA

CUENTO CORTO DE MÓNICA BARDI.

La llamó por teléfono la linda madrileña desde el ministerio de educación español y le dió la noticia que sonó como un repiqueteo de castañuelas: "¡¡Ya tienes homologado el título, guapa!!" Así que ahora había que decidirse: emigrar o no emigrar, ésa es la cuestión. Y recordó el viejo adagio: "Dios le da pan al que no tiene dientes". ¿Tendría ella el valor de cambiar de mundo a los 40 años? ¿Tendría ella dientes? A veces los dichos tienen el poder de dar un pequeño empujoncito en el momento justo. 

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Esto si que iba a ser difícil. Un verdadero galimatías. Tenía que lograr que su ex marido firmara los poderes para volar al viejo continente con sus hijos menores de edad. En vista de lo poco y nada que ese hombre había contribuído al sostén familiar y sus fallos reiterados al régimen de visitas, en principio no parecía haber problemas. Un pasota con mayúsculas era el buen hombre. Teóricamente, no pondría obstáculos porque las vidas de su familia no eran asunto suyo. Vibraba en otra onda: ya tenía bastante con ocuparse de sí mismo. Desde muy chico su vida había sido complicada. "Pero acá no estamos para comprender el triste discurrir de su existencia sino para obtener una firma" pensó ella con determinación, fiel a su falta de escrúpulos legendaria, cuando de obtener algo se trataba. Iba reflexionando sobre cada paso que daría, para no tropezar. Sobre él tenía dos certezas: le gustaba el vino (era escabiador, en lunfardo),  y su primer impulso era generoso. Conclusión: con un par de copas vamos bien...pero no más. Y con respecto a lo segundo, había que aprovechar ese "pronto" y no darle tiempo a pensar. O sea, el factor clave era el manejo de los tiempos. Barajando estas posibilidades, elaboró un borrador: 

1°) hablar con un escribano (notario) y tener preparados los poderes.

2°) reservar mesa en el restaurante más cercano a la notaría y que tengan buenos tintos.

3°) tener claras las ideas sobre qué decir y qué no y en qué momentos.

4°) llevar rublos, pasta, plata, guita, cobre, o sea, dinero bastante para pagar todo eso y algún regalito... un libro de poesía, por ejemplo, que a él tanto le gustaban.

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En un primer viaje exploratorio sola a la madre patria iba ella levitando por la Gran Vía de Madrid en estado de gracia. Después de un largo viaje desde Buenos Aires, sus acompañantes optaron por ir al hotel a descansar. Ellos eran un colega de profesión y un "traficante" de psicólogos, (ya que había convenio entre ambos países); que era español de nacimiento y sabía moverse en los ministerios. Ella, en cambio, como ya tenía homologado el título, no tenía esa preocupación así que se zambulló en el Museo del Prado a darse un baño de Goya y Velázquez y luego dió una enorme vuelta en un autobús turístico. ¡Ya habría tiempo de dormir! La acompañaba su sed de una nueva vida, con prometedores proyectos y esperanzas. Ante sí se desplegaba un magnífico abanico auténticamente  hispánico. Las voces a su alrededor estaban llenas de familiaridades, con expresiones diferentes pero comprensibles. El idioma las unía aunque algunos códigos las separaban. El viejo mundo era totalmente nuevo para ella y había que descubrirlo y conquistarlo. Como Colón, pero en sentido contrario y algo más confortable, todo hay que decirlo. Por eso, entre tanta euforia intentaba ignorar esa sorda  preocupación que latía en el fondo: sus hijos ¿cómo se adaptarían a un nuevo país? Y su ex, ¿firmaría para dejarlos viajar? Pero vayamos por partes, acostumbraba decir el descuartizador. "No voy a empañar este momento con esos nubarrones", pensó mientras disfrutaba del frescor de la inmensa fuente de la plaza Colón. 

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Todo iba bien, según lo planeado. Comieron bien y bebieron mejor. La cosa se empezó a torcer cuando el vino pasó de tres copas. El hombre se puso mimoso y le acarició delicadamente una mano, mientras ella, con la otra, vaciaba disimuladamente el resto de la botella en una maceta a sus espaldas. "Oh, oh" pensó, "esto está tomando un rumbo inadecuado". Así que se puso de pie y dijo suavemente "¿vamos?"

El malinterpretó esa palabrita pensando que ya tenía a la paloma en el nido. Pero cuando llegaron a la puerta de la notaría, ella entró muy decidida y él se dejó arrastrar. "¿Dónde estamos?" preguntó extrañado. "Para firmar", susurró ella por toda respuesta. Mientras la escribana leía el poder, el hombre dormitaba, hasta que aquéllo resultó inadmisible y la llamó aparte. "Este tipo está borracho... así no podemos seguir".

"¿Quién te paga?" retrucó la mujer.

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Napoleón escribió de puño y letra en el libro "EL PRÍNCIPE" de Maquiavelo la siguiente frase: "El fin justifica los medios". Yo creo que habría que matizar, pero en fin...

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Muchos años más tarde se desarrolla la siguiente conversación entre ella y sus hijos:

"Vamos a traer a papá a España... seguro que ha cambiado; hablé con él y está muy entusiasmado. Es una segunda oportunidad para que estemos todos otra vez juntos" dijo uno de los hijos. 

Ella se tapó los ojos y se agarró la cara como ante algo irremediable, algo así como la caída de un meteorito. Se quedó muda. "La gente no cambia, solo descansa", pensó en esa frase leída en alguna página de psicología, pero no dijo nada. Sabía la avalancha que se venía encima: problemas y más problemas. Intentó hacerles entender que aquéllo era inviable desde todo punto de vista, sin éxito: los hijos estaban decididos. Y ella, en lo más profundo de su ser, tenía una lucecita trémula de esperanza de que los chicos tuvieran razón, aunque en seguida aclaró: "En mi casa no". "¡¡Nooooo, claro que no!!" casi gritaron ellos al unísono. "Ya le buscaremos algo". 

Pero ¿qué podía hacer? Y recordó el viejo adagio: "Si no puedes vencer a tu enemigo, alíate con él". "Bueno" contestó al cabo "si no hay más remedio, entre todos contribuiremos". Sus hijos sonrieron ilusionados. Poco después llegó él, bajando del avión contento y exultante. Su incuestionable encanto personal siempre creaba un primer efecto cautivador, como le había pasado a ella que, a poco de tratarlo, se enamoró. Era un seductor y, como todos los seductores, peligroso. 

"Para celebrar nuestro reencuentro vamos a tomar algo" dijo el padre y la madre pensó: "ya empezamos, saquemos la billetera". El eterno retorno. Pero ésa es otra historia. 

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