sábado, 16 de julio de 2022

CAMINANDO

 Por Marcelo Alejandro Caparra.

23:25, salgo a caminar por la zona. Me invento un motivo absurdo, finjo no darme cuenta de que un motivo inventado nunca es un motivo (o de que, bien mirado, todos los motivos son absurdos). Hace frío y por lo visto estoy desabrigado. Mejor así. 

Cada día me agrada más el invierno (a mi cuerpo no pero a mí sí). Quizás porque a esta altura todas las estaciones dan más o menos lo mismo, quizás porque envejecer es abolir las rotaciones. Cuando uno es joven se la pasa pulseando, lleva maremotos dentro, huracanes, pero hay un alivio enorme —angélico casi— en la renuncia, o quizás es que uno ya hizo las paces con el viejo animal.   

La palabra postrimería como un mantra.  

En el bar de la calle siete cuatro deliveris putean porque "se largó la lluvia" y yo festejo la relatividad de todos los conceptos, cercanía o lejanía, ¿cuándo estás, dónde estás?  

Me provocan ternura los militantes antifrío, son nihilistas a control remoto, niños prematuramente destetados, peterpanes ciegos de lo que más tarde o temprano sucederá. Se llevan mal con sus propios huesos y no saben (fingen que no saben) que al tiempo le duele también su propia ignominia, el cuentagotas de la muerte siempre salpica y no es posible soportar tanta villanía. El tiempo ya no viene como antes, se le ven las costuras, el ripio, los episodios de relleno, tiene várices y flaccidez mórbida; se pudre, parece un tumor de una extensión incalculable, está podrido de sí. Sé poco pero al menos sé eso: somos tránsito, un vuelo demasiado postergado, un salvavidas que se pinchó. Y sé que todo dura mucho más de lo que debiera. Excepto amarme, excepto perdonarnos. 

Y sin embargo, en los bares de la zona (la lluvia saca a pasear los ecos), el coro gime, redunda la cantinela, "ay llueve, llueve, me mojé todo, me mojé toda", ¿y qué esperabas, marmota? Quedate tranqui que la piel no destiñe, no nos decoloramos, es una de esas cosas que nos sigue para siempre como un perro ilusionado, pero yo que vos me preocuparía por otras tragedias más apremiantes y más densas que la falta o el exceso de melanina. Tu falta de personalidad, por ejemplo, que necesita de los astros y del servicio meteorológico para explicar tanta hojarasca, tanta mediocridad. Los colores invisibles. El adentro de la piel. Es otra la humedad que debería preocuparte. Siempre fue otra la humedad.    

Los bares están llenos de quejumbrosos. Me pregunto qué luna de la ciudad tiene tu llanto.  

Ahora sí se parte el cielo a la mitad pero no importa, estás anudada a otras piernas ahora, tu cuerpo cabe en otro cuerpo, ronroneás en la frazada equivocada, sos Gatúbela de un multiverso ajeno, y te presiento -yo te presiento: esta cartulina mojada que dice yo cuando te nombra y siente- buscando el calor que no pude darte y no te dí, que pude ofrecer y no ofrecí y sin embargo estás (no necesito verte para saberlo), mitad redención, mitad remordimiento, llovés sobre mis pasos como un gps travieso o nube privada, clavo de fuego desparramado, durazno de hielo o dulcísima diablura, en la lluvia helada que se desata ahora y es penitencia del cuerpo en la penitencia de otro cuerpo, temblor hiriente que me das y que no digo en la vuelta del perro que absurdo da vueltas por la zona y va a ninguna parte o acaba siempre en la misma, no lo quieren ni las pulgas, chapotea y se rasca un poco, perro sobre perro, soy alrededor de mí.  

 Marcelo Alejandro Caparra.



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