martes, 8 de febrero de 2022

VOLVER

 Volver. Por Guillermo Alberto Alonso. 



Ya era hora de que volviera. Desde que comenzó la pandemia que no iba a su departamento en la costa donde tenía que hacer unos arreglos que habían quedado pendientes dos años antes y que ahora era urgente que los hiciera. Llegó en los primeros días de enero, después de pasar las fiestas con su hija, su yerno y su nieto. Aunque vio que sus amigas estaban en la playa, los primeros días se quedó a supervisar los arreglos. Sólo cuando una de sus amigas la encontró en el supermercado es que se comprometió a bajar al balneario y jugar burako con ellas. No se veían desde hacía dos años y sólo la habían llamado para darle el pésame cuando el covid se llevó a su marido. Le costó acostumbrarse. Cada tanto levantaba la cabeza de la mesa de juego y miraba hacia el mar, imaginando que él aparecería a contarles las barrenadas que había hecho. Después de cuatro o cinco días espléndidos el tiempo cambió. Llegó la lluvia y las bajas temperaturas y ella se sintió aliviada de poder cambiar su rutina y no bajar a la playa. Aprovechó para salir a caminar a la mañana y ver series de Netflix a la tarde. A la noche se acostaba temprano después de un té con galletitas. Pasaron los días y decidió que ya era tiempo de volver. Fue caminando hasta la estación de trenes y sacó pasaje para el que salía a las doce de la noche y llegaba a la madrugada a Constitución. Era un buen horario para viajar. Aunque el tren tuviera ocho paradas intermedias seguramente podría dormir. O por lo menos dormitar. El día del viaje sus amigas fueron a visitarla y le ofrecieron llevarla a la estación. Ella aceptó gustosa y se despidieron en el andén con la duda de si se encontrarían otra vez. Durante el viaje fue pergeñando lo que tenía que hacer en su casa. Lo primero que haría es deshacerse de las cosas de su marido. Al primero que le ofreció ropa fue al jardinero que se llevó una campera, dos pantalones, camisas y unas zapatillas casi nuevas. Su hija se enojó porque primero no se la había ofrecido a su yerno, así que el sábado fueron a visitarla y se llevaron tres cajas llenas de ropas y calzados. Lo que sobró lo sacaron a la calle de donde desapareció en menos de cinco minutos. No le comentó a su hija que también pensaba cambiar los muebles del dormitorio. Se sentía anonadada en esa cama matrimonial en la que había dormido acompañada más de cuarenta años por lo que se desharía de ella para comprarse una cama individual. Mientras tanto dormiría en un sofá que había en la pieza que había sido de su hija. En la cola de la verdulería le comentó a una vecina su idea de vender el dormitorio y ese mismo día el verdulero le tocó el timbre para ofrecerle la compra. La oferta que le hizo era menos de lo que esperaba pero aceptó porque se llevaban todo al día siguiente. Cuando el fin de semana su hija, su yerno y su nieto fueron a visitarla se encontraron con los cambios producidos en el dormitorio principal y con los que proyectaba para el resto de la casa. Se dieron cuenta también que para ella comenzaba una nueva vida.

Guillermo Alonso (febrero/2022)

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