jueves, 3 de febrero de 2022

HERMANO

 Las ventanillas traseras. MÓNICA BARDI

 Creo que era cerca del mediodía... no me acuerdo. Y ya no queda nadie a quien preguntarle: todos murieron, menos mi sobrina Selva, que era un bebé en aquel momento y yo. Se fueron en un taxi hasta el aeropuerto. Las 3 caritas nos miraban desde las ventanillas de atrás. Saludábamos agitando las manos sin demasiada convicción: era triste la situación. La hija de mi hermano Mario y de su mujer, Claudia, era una pequeña con nombre salvaje, Selva María y habían venido los tres a pasar unas vacaciones a mi casa de Villa La Angostura, en la provincia del Neuquén. Allí, en ese paisaje imposible de pinos, montañas y lagos, vivíamos con mi marido e hijos. Pero a los pocos días Selvita enfermó y, a pesar de que había en el pueblo un hospitalito, ellos se sintieron más seguros con la opinión de su pediatra en Buenos Aires y decidieron volverse. Al final solo fue una eruptiva, menos mal. 


Unos meses más tarde, mis padres vinieron a pasar unas vacaciones a ese mismo lugar, a relajarse y disfrutar. Cuando estábamos en lo mejor llegó un telegrama de mi cuñada Claudia, avisando que Mario estaba enfermo y que su vida corría peligro. Ante tal emergencia se fueron volando para Buenos Aires. Poco después supimos que, en realidad, lo habían secuestrado los parapoliciales y se lo habían llevado a la rastra. Estaba con el ambo de guardia (era médico) en la puerta de una clínica y un compañero del colegio que, casualmente, pasaba en un autobús, lo reconoció desde lejos y fue testigo de aquél brutal acto de violencia, como años después testificó.

Recuerdo, como si fuera hoy, las caritas de pena de mis padres en la ventanilla de atrás del taxi que los trasladaba al aeropuerto. Muchísimos años pasaron y, más que nunca, cuando uno se acerca a la puerta de salida de la vida, esos recuerdos lacerantes que no se pueden compartir más que con un blog, duelen más que si hubieran ocurrido ayer. 

Dicen que los años atemperan la pena de una pérdida, que el dolor se supera y queda el recuerdo. Pero ¿y si fuera al revés? ¿Y si los años nos abrieran ventanas sensibles que, siendo jóvenes, teníamos obturadas por las prisas, los hijos, el trabajo y las obligaciones? ¿Y si el tiempo nos ha remodelado la forma de mirar? ¿Y si la muerte de jóvenes cercanos nos ha tocado alguna fibra dormida? Todos hemos oído hablar de grandes políticos muy belicistas que se transforman en impulsores de procesos de paz, siendo mayores. Todos hemos visto aumentar la sensibilidad hacia los animales o personas desvalidas con el paso de los años. ¿Y si el verdadero valor de la vida se apreciara en toda su magnitud cuando el periscopio mira desde lejos? 

Recreo involuntariamente las escenas de las ventanillas traseras y un estilete de hielo me atraviesa de lado a lado. No puedo evitar imaginar la escena del secuestro de mi hermano una y otra vez, como si fuera un martillo: oigo gritos, veo patadas, un auto con las puertas abiertas, la voz de mi hermano, aullando: "¡No, no, no, soltame, hijo de puta!" Imagino músculos y tendones, sangre, corazones latiendo enloquecidos, ojos inyectados de odio... ¿para que seguir? Y luego... luego, nada. La nada. Un rato después la gente sigue con su vida tranquilamente. ¿Qué otra cosa pueden hacer?

Reitero la pregunta: ¿Y si muchas otras cosas fueran al revés? ¿Si fuera el Reino del Revés, como cantó María Elena Walsh? Recordemos un fragmento de una canción: "Me dijeron que en el Reino del Revés nadie baila con los pies, que un ladrón es vigilante y otro es juez y que dos y dos son tres". 

Y por fin me doy cuenta: las ventanillas traseras son una mirada al pasado, una mirada distinta, una mirada del revés, "donde nadie baila con los pies". 

5 comentarios:

  1. uffffffggg tremendo. abrazo enorme Monica.

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  2. No sólo te robaron a tu hermano. También te robaron el derecho a hacer un duelo y que, entonces, los años, atemperaran la pena. Es terrible.

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