jueves, 5 de enero de 2023

ESCLAVOS

Cuento de Mónica Bardi

Corría el año 1859 en EEUU y parece que no había escapatoria para el esclavo negro. Samuel ya empezaba a peinar canas y soñaba, tanto dormido como despierto, con volver a la zona libre de esclavitud, en New York, de donde fue secuestrado siendo joven y vendido por unos traficantes como mercancía a otros desgraciados que lo maltrataban. Ya había recibido severos castigos por defender a otra esclava.

Trabajaba de sol a sol en las plantaciones de algodón en Kentucky. Ni siquiera podía leer algo, que tanto le gustaba, en algún minuto libre, para evadirse de esa vida miserable y dejar volar su imaginación a destinos más hospitalarios. Estaba rigurosamente prohibido que los esclavos supieran leer y escribir. Los patrones temían y desconfiaban de esa libertad mental, de ese viaje individual y silencioso que podía proporcionar la lectura. Además, recelaban de esos esclavos que eventualmente podrían  escribir a alguien de zonas libres de esclavitud para pedir ayuda. Por ejemplo, a su familia. Así que Samuel escondía celosamente ese valioso conocimiento aprendido precozmente en el cálido hogar donde había nacido. Dominaba el inglés y el español, hablado y escrito. Temblaba de sólo imaginar los brutales latigazos que recibiría si lo pescaban in fraganti, así que simulaba ser analfabeto, incluso ante los demás esclavos. No podía fiarse de nadie. 

Un día cualquiera, sin embargo, algo inesperado lo impulsó a escapar. Había encontrado tirado un resto de papel de periódico donde se enteró que se estaba gestando una ley en contra de la esclavitud y eso lo animó. Pensó que una vida así no valía la pena de ser vivida y quizás por eso empezó a preparar su fuga. El riesgo que correría sería inmenso porque muchos kilómetros lo separaban de la zona libre. Tenia que remontar el río Kentucky, luego el río Ohio y encontrar por allí lo que llamaban el "ferrocarril subterráneo" que no era ferrocarril ni era subterráneo, aunque así se denominaba coloquialmente a una larga red clandestina de personas, que, a la manera de eslabones formaban una cadena solidaria hacia la libertad. También los llamaban "carriles" y conducían a estados no esclavistas o a Canadá. Esos seres generosos ayudaban a esos pobres desgraciados sin suerte proporcionándoles refugio, escondite, comida y orientación en ese trayecto desesperado, aún sabiendo que estaba penado por la ley. La heroína más conocida de esta red fue una temeraria mujer negra llamada HARRIET TUBMAN que había escapado en 1849 de la plantación hacia Filadelfia. Ella había sufrido terribles daños y vejaciones de su patrón que la habían llevado al borde de la muerte. No obstante, ya libre, con un espíritu más combativo que nunca y encima con un alto precio por su cabeza; había vuelto en numerosas ocasiones a rescatar a más gente, entre ellos a sus padres. Nunca la pillaron. 

Si él pudiera contactar con alguien de esa red... era difícil. No podía confiar en nadie pero la historia de Harriet lo envalentonaba. Por fin, un día Samuel se decidió. Esperó la noche y con el sigilo de un gato se largó a correr a la vera del río que había oído que lo podía acercar al "ferrocarril subterráneo".

                 Harriet Tubman

                             CAPÍTULO II

En el Egipto de los faraones los esclavos eran considerados subhumanos, es decir, no personas, sino cosas y podían hacer con ellos lo que quisieran, incluso matarlos, como quien rompe un jarrón. 

Esta espantosa situación cambió radicalmente en el mundo grecolatino, donde las leyes de Petronio y Cornelia prohibían matar a un esclavo. Incluso los tratos brutales no estaban bien vistos. 

Había varias categorías de esclavos: públicos, que trabajaban sin remuneración como policías, conserjes, secretarias, etc. pero también estaban los privados o domésticos, encargados de la enseñanza secundaria (ludimagister) a los hijos de las familias ricas. A esta última categoría pertenecía Flavio, el otro personaje de esta historia. Procedente de la antigua Grecia, su amo patricio consideraba que tenía mayor y mejor educación que la suya propia. El pobre Flavio, aunque había nacido libre, adquirió la condición de esclavo porque, además de haber contraído deudas que no podía pagar, era prisionero de guerra. 

Los hombres libres y ricos valoraban la cultura aunque miraban con malos ojos la docencia, propia de "seres inferiores" o sofistas, tramposos que se conocían todos los trucos de la retórica para ganar una discusión. Flavio no vivía mal si se portaba bien y obedecía sin chistar todo lo que se le ordenara, aunque mayormente estaba sumergido en sus obligaciones de docente. Hablaba, leía y escribía con fluidez griego y latín. Dominaba la filosofía, la poesía y la música y tenía la suerte de que sus alumnos parecían esponjas y por todo se interesaban. Un día cualquiera consiguió permiso para dar un paseo y salió de la casa del amo, en la calle romana de Cardo Maximus con la idea de reflexionar sobre ciertas cuestiones aristotélicas que lo traían de cabeza como el "estado contemplativo", mientras miraba correr las aguas del río Tíber. 

              CAPÍTULO III

¡Ya lo habían visto! ¡Los cazadores de esclavos habían visto a Samuel! ¡Horror! Enloquecido, el negro se lanzó al río a una muerte segura en sus aguas caudalosas. No obstante, logró aferrarse a una ramas podridas que lo hacían retroceder más que avanzar, por el sentido de la corriente. Aún así, a unos pocos kilómetros logró llegar a la orilla opuesta, totalmente extenuado. Al ponerse de pie con gran dificultad quedó perplejo con un inesperado paisaje. Hipnotizado como un zombie, miraba en derredor sin comprender nada. "¿Habría muerto y éste era el otro mundo?" se preguntaba. El entorno salvaje del que había salido dejó paso a una ciudad populosa con aires de antigüedad. ¿Qué era aquéllo?

Superado el primer trance de la delirante situación intentó encajar lo que estaba viendo en un marco racional. Después de todo, era un hombre culto. Y entre muchas otras personas vio a un paseante totalmente absorto en sus pensamientos y, como le pareció inofensivo, se acercó y le balbuceó algo con profunda humildad.  El hombre, sorprendido, salió de su burbuja y le contestó en un idioma desconocido, más sobresaltado por sus extrañas ropas que por su aspecto mojado y miserable. Los dos se miraron durante unos momentos con cierta tensión y luego, como autómatas, retomaron el camino juntos, sin entender nada, confiando solo en sus miradas piadosas y en sus instintos. Después de todo, ambos eran sobrevivientes. 

Fue muy difícil para Samuel y Flavio llegar a comunicarse. El docente pudo ir hilvanando algo gracias a su enorme conocimiento del latín y Samuel se arregló bastante bien con gestos y su dominio del inglés y español. Eran lenguas hermanas, después de todo. 

Flavio le buscó un escondite a Samuel y le trajo comida y ropa, profundamente conmovido cuando vio la espalda del náufrago con las terribles cicatrices de los latigazos. Los dos entendieron que ambos eran esclavos pero que por algún salto mágico ininteligible, se habían encontrado en diferentes épocas y continentes. Pasados unos pocos días de práctica ya podían mantener una conversación sencilla. 

-¿Entonces tú eres maestro? ¿Y puedes ser maestro siendo esclavo?- preguntó Samuel, el norteamericano, muy extrañado.

-Si, no me pagan pero me gusta lo que hago. La mayoría de los docentes romanos somos esclavos- contestó Flavio, acompañándose de gestos para ser comprendido.- Me considero un ser privilegiado, vivo con bastante comodidad; mis alumnos son inteligentes y respetuosos y aunque no pueda tener casa ni familia propia, me conformo. Millones de hombres, mujeres y niños están mucho peor que yo.  

-Ya lo creo, pero no puedes tener familia.¡Qué pena! Por lo menos puedes leer poesía, filosofía; lo que quieras. Un gran consuelo- dijo Samuel, pensativo mientras rebobinaba la palabra "romanos". Y continuó: -En cambio, yo tenía mujer e hijos en la zona libre de esclavitud hasta que me secuestraron hace 12 años y ahora, como esclavo, no puedo verlos ni comunicarme con ellos. Creerán que estoy muerto. Ni una simple carta les puedo escribir y por eso me escapé.  

- ¿Existen zonas sin esclavitud? Increíble. Pero eso no puede ser: ¿quién hace todo el trabajo?- se extrañó Flavio. 

- Por ley la esclavitud está prohibida en muchos lugares del mundo. Y el trabajo lo hacen personas a las que se les paga. Pero a lo que iba: mis amos, personas muy crueles, jamás deben saber que yo puedo leer y escribir. Es mi gran secreto; si se enteraran, me ahorcarían. Sospecharían de inmediato que podría escribir a mi familia y ellos mandarían un abogado para rescatarme. 

-¿Abogado?

-Si, letrados que defienden a los acusados de algún delito. Concretando: decidí escaparme pero lo que no logro entender es qué misterioso encantamiento me ha traído hasta aquí.  

- Yo tampoco lo entiendo. Algún dios pudo haberte traído. Los dioses son caprichosos. ¿Y de qué siglo dices que eres?

-XIX... después de Cristo, naturalmente.

- ¿XIX? ¡Qué barbaridad! ¿Qué has dicho... después de Cristo? ¿Quién es Cristo?

Samuel se quedó sin habla. Ese hombre era de la época de antes de Cristo. Apenas balbuceó: "Jesucristo". 

Flavio asintió pero sin tener ni idea de quién podría ser ese señor Cristo Jesucristo. "Seguramente un emperador", pensó, siempre dando por sentado que el imperio romano era eterno. "Para que lo usen como punto de referencia, habrá sido muy importante". Y viendo a Samuel tan profundamente interesado en la lectoescritura, le explicó  minuciosamente que su trabajo como educador era transmitir lo escrito por escritores ya muertos que utilizaban su voz, (la suya y la de los otros esclavos lectores), para contar en voz alta lo escrito. Ellos eran meros transmisores, los encarnaban, ya que el escriba se había apoderado de sus cuerdas vocales temporalmente. El espíritu del escribiente había entrado en ellos, sus sirvientes. 

-¿Eso creen? ¿de verdad lo creen? ¿Que el alma del que escribió entró en vuestro cuerpo? ¿Cómo si resucitara? - preguntó incrédulo Samuel.

-Eso es asi, indudablemente. No lo creemos, lo sabemos con certeza-. afirmó rotundo Flavio- ¿y dónde dices que vives?

-En Norteamérica. 

- ¿Norte... qué? No he oído nunca esa tierra. ¿Queda por Hispania, yendo a poniente?

- ¿España? Bueno, para ese lado queda, pero mucho más al oeste, cruzando el océano Atlántico. 

- ¿Atlántico, dices? No conozco ese mar. El mundo termina en las columnas de Hércules. Más al oeste no hay más que agua y luego, la nada. "Non plus ultra". 

Las certezas inapelables de Flavio alejaron a Samuel de cualquier intento de descripción de la historia posterior al imperio romano. Viendo la imposibilidad de contarle la fantástica epopeya del descubrimiento de América y el océano Pacífico por los españoles, optó por cambiar de tema y preguntó cómo se llamaba ese río y esa ciudad donde se encontraban ahora. "El río es Tíber, el emperador es Tiberio y la ciudad es Roma" explicó orgulloso Flavio y a continuación se explayó un poco en describir su presente ante la mirada maravillada del negro, que obnubilado, pensaba: "estoy en el imperio romano... Tiberio... claro... antes de Cristo... no lo puedo creer, este es un sueño del cual no quiero despertar. Tanto que leí sobre el imperio romano y sus inmensas conquistas, sus calzadas y sus acueductos, con todo el Mediterráneo a sus pies". 

     


                         CAPÍTULO IV

Pasaron muchos días en los cuales los dos esclavos estrecharon su amistad y se narraron sus vivencias saltando de sorpresa en sorpresa por sus descripciones de cosmogonías tan distintas. 

Pero ya no había manera de seguir ocultando a Samuel de las autoridades romanas. Así que Flavio, compadecido y temeroso por el futuro, sugirió ir al Templo de la Concordia a pedirle a sus dioses públicos (también había privados) una ayuda urgente para su amigo venido del futuro. Se dirigió a Júpiter, principal deidad de la mitología romana, padre de dioses y de hombres; a su esposa Juno, y a Minerva, la diosa de la sabiduría y les suplicó que  devolvieran a Samuel a su tiempo y a su espacio. Espantado, éste rogó que no lo regresaran al mismo lugar porque su vida corría peligro, pero luego se dió cuenta que no podía pedir tanto. Callado, dejó hacer al otro, que sabía mucho más que el sobre conversaciones con dioses.  

-"Confía en mis dioses" afirmó el maestro, "ellos nos hicieron dueños del mundo. Nuestra polis replica una energía cósmica. A propósito, ¿cuáles son tus dioses? Ni los has nombrado". 

"Somos monoteístas. Tenemos uno solo". 

"¿Uno? ¿Solo uno? ¿Y con eso alcanza?".

"Mucho me temo que no", respondió apesadumbrado Samuel.

"Logice". declaró triunfante Flavio. Y le explicó a Samuel que las ofrendas eran como un pacto contractual. Si los dioses no les hacían caso, él no les rendiría más culto y punto final. "Casi como un contrato comercial. ¡Qué asombroso!" pensó Samuel y recordó a su único dios verdadero, ése que nunca le había ayudado en todos estos años, por mucho que le rezara. "Quizás me iría mejor con estos dioses" razonó con ironía, casi riéndose de sus propios pensamientos. 

Júpiter sumió a Samuel en un profundo sueño, mientras Juno lo acunaba y Minerva le susurraba al oído vaya a saber que cosas en latín. Despertó, en brazos de unos pescadores, justo antes de ahogarse, en el río Hudson, en el estado de Nueva York, a salvo ya de los esclavistas. 

                 CAPÍTULO V

Nunca contó a nadie como había logrado llegar hasta ahí y que había ocurrido en ese mágico salto cuántico. Si hasta él mismo dudaba que todo no hubiera sido más que un sueño del otro mundo. Como Borges, "acaso sueño haber soñado". Sus tres hijos, ya crecidos, se habían acostumbrado a esos extraños trances místicos en los que parecía caer su padre de cuando en cuando, nombrando y agradeciendo a tres remotos dioses paganos y a un hombre llamado Flavio, cuyos nombres sonaban a historias milenarias y al reino de la fantasía. Los hijos pensaban que serían secuelas psíquicas por tanto sufrimiento no superado de su etapa de vida como esclavo. 
Muchos años después, y ya muy, muy viejito, Samuel le contó todo lo sucedido, hasta en sus más mínimos detalles, a su nieta menor Pamela. La memoria había mantenido intacto ese tesoro y su nietita era la primera persona en la que confiaba. Ella le creyó absolutamente todo mientras lo escuchaba con respeto y veneración en sus redondos ojos negros. Todavía era pequeña, podía seguir creyendo.

FIN





4 comentarios:

  1. Me parece increíble lo bien que escribes Mamá, la imaginación que tienes y la cantidad de gente que lee tu blog.Me siento muy orgullosa de vos.Enhorabuena!!!! Tu hija Cuyén.

    ResponderEliminar
  2. Esclavos hubo y siempre habrá, mientras el ser humano corra detrás de su sueño de libertad. Ahora se llama asalariado. Bello canto de un rulo atemporal juntando las miserias de distópicas épocas.

    ResponderEliminar
  3. Me inspiró un libro que estoy leyendo: LA ETERNIDAD EN UN JUNCO de Irene Vallejo.

    ResponderEliminar