sábado, 21 de enero de 2023

SUSANITA

 La viejita pizpireta.

El comandante Eduardo Valentini estaba allá por 1986 al mando del Fokker F 27 presidencial, al que también se conocía por Tango 03. Era un turbohélice que habia servido ya a varios presidentes, y en ese instante se encontraba bajo la órbita de Raúl Alfonsín. Valentini, un comandante con casi 2000 hs de vuelo, estaba sobradamente capacitado para volar esa nave. Y ninguna tuerca se ajustaba sin darle un parte detallado. Sus subordinados estaban orgullosos de él, y también tenían claro que era un personaje super exigente: sabían separar perfectamente al Eduardo bonachón que contaba chistes cordobeses en los asados y hacía las delicias de todos, del Comandante Valentini que podía aplicar una semana de suspensión (o hasta el despido directo y sin contemplaciones) si no se cumplía con una simple orden de su boca. Por eso seguro no extrañó que cuando ese lunes desde Presidencia le avisaron que el jueves debía ir a buscar al presidente a El Plumerillo en Mendoza y trasladarlo a Aeroparque, Eduardo Valentini caminara las seis cuadras que separaban el Casino de Oficiales de la 1° Brigada Aérea del Palomar del geriátrico "Buenos Vientos", para hablar con su amigo Blas (dueño del mismo) para que arreglara juntar a unos veinte o treinta viejitos para que disfrutaran el viaje, alguna comidita en Mendoza pagada por viáticos de la Fuerza Aérea y el regreso seguro matizado con alguna anécdota de boca misma del presidente Alfonsín, que le encantaban estas cosas...

A Blas (también ex piloto aerocomercial) la idea le pareció genial y le agradeció casi una docena de veces a su amigo la estupenda propuesta. Así que, rápidamente comenzó a organizar la salida. Los ancianitos recibieron la noticia como un regalo a un chico en Navidad. Automáticamente se sintieron parte de una gran aventura. Todos dijeron que sí, sin distinciones de ningún tipo. Una de las más aceleradas era Susanita, qué empezó a dar pequeños saltitos de alegría de acá para allá...

-"Ay qué lindo volver a volar, que emoción, chicas...", dijo a sus amigas la coqueta viejecita. Mientras seguía saltando, claro. Si no fue la primera, habrá sido la segunda en anotarse, pero ahí estaba, presente. Lo volvió loco a Blas con preguntas, deleitó asimismo a todas las enfermeras con sus anécdotas sobre viajes y, por supuesto, cuándo llegó el día del vuelo (partiendo desde la 1ra Brigada Aérea, donde se guardaban los aviones presidenciales) se sacó como veinte fotos con el comandante Valentini y con el copiloto Leonardo Sosa. A Valentini le causó mucha gracia esa diminuta viejecita tan despierta, tan pizpireta y colorida y que no veía la hora de subir la escalera que la depositara en el asiento del avión. De "su" avión. Se podría decir que estaba realmente emocionada con este vuelo. En esos veinte minutos que la anciana estuvo junto a él, le contó como diez anécdotas distintas: desde "cuando yo volé a Europa" hasta "cuándo viajé al África", todos tópicos del mismo estilo...

Si algo le llamó la atención de esa viejita más que nada fue una pregunta que le hizo como al pasar: -"Y cuántas horas de vuelo tiene su primer oficial?" Lo de "cuántas horas de vuelo?" podía pasar como pura curiosidad de parte de alguien qué le gustaba la aviación. Pero un poco le llamó la atención cuándo se dirigió a su copiloto como "primer oficial" ya que esa era la denominación técnica correcta de su asistente. Evidentemente, Susanita gustaba de los aviones en serio.

Llegada la hora de partir, los bullangueros viejos subieron la escalerilla casi corriendo a buscar sus asientos. Saltando de a dos escalones, claro, Susanita. El vuelo trascendió sin sobresaltos en una mañana absolutamente azul de abril. Llegar al Plumerillo fue una fiesta. El avión más divertido de todos. Tan divertido fue que Valentini no solo que pagó de su bolsillo una comilona para todos los viejos en su bodega preferida, sino que (junto a su primer oficial), también almorzó con ellos. Los viejos comieron de todo, cono lima nueva que no aparentaba sus avanzadas edades. Hubo quienes pidieron vino. Valentini y Sosa, de común acuerdo, abordaron y atracaron sin culpas un par de cazuelas de mariscos. Eso sí: sin alcohol. La vuelta con el Presidente debía ser derechita y sin banquinazos hasta Aeroparque.

Se terminó lo que se daba, y todos se aprontaron a hacer una pequeña recorrida por la ciudad mientras los oficiales regresaban al avión a chequear instrumentos, con tiempo y tranquilidad, para emprender el regreso... El comandante Valentini recibió la noticia de que Alfonsín al final no volvía en el Fokker, sino en auto ya que habia decidido con sus funcionarios visitar localidades intermedias, lo cual no lo sorprendió, el presidente era de hacer esas cosas medio intempestivas. El regreso a las 20 hs se adelantó a las 18, así que envió a Sosa a la ciudad (no había todavía celulares) para rejuntar al alegre grupete. Sosa les informó las buenas nuevas, y fueron buenas en serio, ya que los ancianos deseaban nuevamente afrontar la aventura del viaje en avión. Volvieron charlatanes y divertidos. Susanita, como ya sabemos, tan despierta, pizpireta y colorida como siempre, se destacaba por sobre los demás gracias a (ya sabemos también) sus pequeños saltitos de alegría...

18:15 ya estaban todos sentados con sus cinturones abrochados y la bandejita de comida plegada, prestos al despegue. Valentini y Sosa habían decidido no cerrar la puerta de la cabina de control así que sus voces de chequeos previos podrían ser escuchadas claramente por los venerables pasajeros. A las 18:20 estaban sobrevolando El Plumerillo con destino (ya que no traían a Alfonsín) a la 1ra Brigada Aérea. Alejados de toda preocupación, los añosos bullangueros parecían niños un poco descontrolados. Ya ubicados en los 10.000 metros de altura y a unos 900 km por hora de velocidad, sucedió (sin embargo) lo inesperado... Valentini y Sosa comenzaron a sentirse mal. Pero mal en serio. Dolor de cabeza, de estómago, de cuerpo y vómitos por todos lados. Luego se sabría que los mariscos de las cazuelas estaban en mal estado. El comandante Valentini directamente pasó el mando a Sosa, y se acostó retorciéndose en el piso de la cabina. Sosa con un color de piel que parecía gris claro gracias a la intoxicación, se mantenía en su asiento pero con un dolor de cabeza que no veía y vomitando cada dos por tres en las típicas bolsas de vuelo. No había otra: el oficial principal Leonardo Sosa era la única diferencia entre la vida y la muerte. De haber caído él, también se hubiera desplomado el avión. Las alertas fueron disparadas a la torre de control. Leonardo Sosa informa que no podía ver y que realmente no sabía cómo iba a ser la aproximación al aeroparque en control manual, una vez desactivado el vuelo por instrumentos. Todos se estaban volviendo un poco locos. Muy locos, en realidad. Las dos azafatas no pudieron evitar sus gestos de preocupación y le ordenaron al pasaje qué se abrocharan los cinturones y los instruyeron sobre la posición de impacto que deberían de tomar al momento del aterrizaje forzoso. Si hubiera aterrizaje, claro. Susanita (siempre Susanita) pregunto: -"díganos la verdad señorita: los dos pilotos están bien?"

-"No señora, pero estamos al mando del copiloto así que todo va a terminar de la mejor forma. Ud no se preocupe" La voz sumamente preocupada de un anciano al fondo de la última fila de asientos, se hizo escuchar:

-"Susanita... andá vos"

Todo se dieron vuelta y miraron fijamente a la pizpireta anciana. Había una emergencia. Las azafatas, azoradas, también clavaron su vista en la pizpireta abuela. Ir adónde? La pregunta de Susanita fue bastante directa:

-"El primer oficial puede todavía realizar funciones como copiloto?"

-"Sí, entiendo que sí..."

Acto seguido y con unas confundidísimas azafatas que no sabían cómo reaccionar, la pizpireta Susanita pasó raudamente al lado de ellas con destino a la cabina de mando, sin atinar en ningún momento a detenerla. El avión estaba estable gracias a ese bendito invento del piloto automático. Lo complicado iba a ser aterrizar.

-"Usted puede hacer lo suyo, oficial?"

-"Sí señora no se preocupe yo me arreglo. Vaya a asegurarse a su asiento..." En apariencia desentendida, Susanita tomó su lugar en el asiento del piloto.

Y a continuación, la boca de esa pizpireta ancianita emitió (como una posesión casi instantánea) una precisa orden con una segura y gélida voz de mando que no admitía dudas:

-"Cállese Sosa! aprovechemos el tiempo y deme las coordenadas..."

Entonces Susanita activó la radio y se comunicó con la torre de control. La siguiente comunicación (histórica, registrada en los archivos de Aeroparque y de la ANAC) debería formar parte, algún día, de un buen libro:

-"Informo unidad en problemas técnicos. Inicio viraje por izquierda rumbo dos-siete-cero, autorizar 150km ILS pista dos-cuatro Palomar, mantengo dos mil quinientos pies hasta establecido. Fokker Tango 03. Cambio."

-"Aquí torre de control Palomar. Autorizado 150km ILS pista dos-cuatro. Solicito informe T03 nombre comandante a cargo. Cambio.

-Hola chicos. Soy Susanita Ferrari. Bueno, hace 23 años que no vuelo y no sé si me acuerdo del protocolo. Acá les estoy dando una mano a los muchachos, cualquier cosa en que me puedan ayudar, les voy a agradecer.

-"......................"

-"Chicos? Torre de control Palomar? Están ahí?"

"Señora, informados del inconveniente técnico a bordo, desplegamos en pista los sistemas de contingencia según protocolo. Ud será la señora Susana Ferrari de Billinghurst? Cambio.

-"Así es chicos! Me sorprende que alguien se acuerde del nombre de esta vieja jajajaja". Cambio.

-"Si señora, como no vamos a recordarla. Comandante, la unidad y el personal a bordo queda enteramente a su cargo hasta los 150km ILS. Esperamos sus órdenes para tomar el control final y conducirla a pista dos-cuatro Palomar. De parte de la torre Palomar, Ezeiza y Don Torcuato, es un honor que esté Ud ahí. Cambio y fuera.

Susanita, tan despierta, colorida y pizpireta como siempre, estaba esta vez sin saltar pero ingeniándoselas para llegar con sus pequeños pies a los mandos del piso del Fokker F-27 Friendship, tan cortita como era. Eso sí, una sonrisa de oreja a oreja cruzaba su pícaro rostro. Su vuelo duró tan solo 38 minutos, logrando colocar el Fokker a los 2500 pies prometidos, a 150 km de distancia en línea recta a la pista dos-cuatro de la 1ra Brigada Aérea. Ya solo había que descender plácidamente. Justo en ese momento, Valentini se recompuso un poco, lo suficiente como para decirle a Susanita, con una mezcla de asombro y admiración:

-"Comandante, me permitiría Ud tomar su mando para aterrizar la nave?"

-"Por supuesto Comandante! Un honor me haya permitido volar a este amigo. Ah Eduardo otra cosa: Sosita ya está para que le dé un empujoncito para capitán, eh? Sin él, yo no podría haber ido muy lejos!"

-"Como no señora, como no..."

Susanita entregó el mando bajando de un saltito del asiento del capitán, tan despierta, pizpireta y colorida como siempre. 

Podría haber aterrizado tranquilamente, pero lo consideró innecesario, si ya había un comandante como Valentini.

La sobrecargo le cedió admirada su asiento dentro de la cabina de vuelo. Su mandíbula había rebotado varias veces contra el suelo de la sorpresa y (como cortesía a la anciana) le preguntó si necesitaba algo. La respuesta de Susanita, hizo que la azafata rebotara una vez más su mandíbula:

-"Si hija...podrá ser un tecito?"

La Comandante Susana Ferrari de Billinghurst fue la primera mujer piloto aerocomercial de la Argentina. Su brevet es de 1937. 

Para ser considerada comandante tuvo que acreditar 4000 horas de vuelo, cuando a sus congéneres masculinos se le exigían solo 2000. Fue la primera que se animó a cruzar en vuelo nocturno la Cordillera de los Andes, inaugurando una banda horaria impensada a nivel mundial, la cual permitió a su vez abaratar costos al viajero.

Y quien tuvo la idea de inaugurar el tramo Buenos Aires- Montevideo. Sin salir de su admiración, el agradecido Comandante Eduardo Valentini se encargó personalmente de que se le acreditara oficialmente a Susanita el tiempo de aire de ese último vuelo. La foja oficial profesional de Susanita registra (al día de hoy) 8.117 horas de vuelo....con 38 minutos!

Hasta el 13 de Agosto de 1999, ella siguió siendo tan despierta, pizpireta y colorida como siempre.

Del muro de Guillermo Martinié

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