martes, 24 de enero de 2023

LA PERRITA

UNA HISTORIA REAL. Mónica Bardi. 

Nos la encasquetaron, o sea, nos la encajaron. No es nuestra. Llegó sin pedir permiso dentro de un transportín, a bordo de una furgoneta de mudanzas junto con otro montón de cosas. Devolverla hubiera generado complicaciones vecinales, así que la aceptamos. Es una perrita en estado miserable, viejísima, enfermita, pequeñísima, abandonadísima y muy fea. Pero ahora viene lo bueno: huele fatal. Si, eso mismo, emite unas emanaciones muy desagradables. Primero: imposible dejarla entrar en la casa. Segundo: Francia. (Uy, perdón, se me chisporroteó, es la costumbre futbolera de cuando Argentina ganó el último mundial)

Segundo: -hay que bañarla- dice alguien con buena voluntad y gran cariño hacia los animales.

La bañamos pero el problema subsiste aunque algo amortiguado. Menos moléculas apestosas  llegan a nuestras pituitarias.

Con el paso de los días vimos que nunca ladra, no molesta, es obediente y duerme en su transportín; su lugar es un cuarto de baño que hay al lado de la piscina, afuera, bien resguardada del frío y la lluvia. Con el paso de los días también notamos lo inteligente y sensible que es. Pero, lo dicho, la pestilencia puede con nosotros. 

El veterinario opina que debe tener una enfermedad de la piel, pero nunca la vió. Yo le pregunté al pasar. No es nuestro animalito pero ya la llevaremos. Un amigo opina que es de la boca porque la tiene siempre mojada pero si es de la boca eso no le impide comer como lima nueva. Le encanta todo lo que sea comestible aunque la mortadela en particular la enloquece y después de dar buena cuenta de su ración, se marcha tan campante a echarse una siesta bajo el espléndido sol andaluz de invierno. Como no había dinero para el veterinario la volvimos a bañar, le cortamos unos pelos enmarañados, la peinamos y le cepillamos los dientes. Ella se deja hacer todo. Es muy dócil. Nunca he visto un animalito tan bueno y fácil de llevar. 

Algo mejoró con el segundo baño, pero poco. Nos vamos encariñando con ella y ya la hemos aceptado a pesar de su fragancia repelente. Uno sabe que está cerca por el olor, pobrecita. Necesita y acepta las caricias y la compañía, por eso muchas veces me voy a leer afuera con frío y todo, para que ella se tumbe a mi lado. Las dos viejitas juntas. Hace sus necesidades en el jardín y no da ningún problema. Ya nos acostumbramos a que, de vez en cuando, tiene algo así como convulsiones aunque en seguida se repone. Continuamente trata de colarse en la cocina por cualquier hueco; a la mínima distracción intenta meterse en la casa. Un día muy frío se acurrucó en la cesta de la ropa para lavar y allí se quedó dormida sin que nadie se diera cuenta. Diariamente le cambio el papel de periódico que le pongo como colchoncito y la ropa vieja bien abrigada y limpia dentro del transportín. Los días de sol pongo el transportín fuera, así puede dormir la siesta más calentita, oyéndonos a los de la casa ir y venir y sentirse acompañada. 

Pero tenemos un problema. Nuestra casa acoge personajes variopintos, no lo podemos evitar. (Y si no, vean al ganso y a la gata). Bueno, a lo que iba: el problema es que una señora que vive en casa no soporta a la perrita. Su presencia la enferma y sus tremendas migrañas son por ese olor insoportable, afirma con vehemencia. Desde ese momento nos ocupamos con mucho cuidado de que no entre en la casa. Hay que adaptarse y respetar a los demás. Y más si son personas mayores. Los viejitos tenemos muchas manías y todo nuestro pasado cargado sobre nuestras espaldas. No es fácil llegar a viejo. 

Van pasando los días y ya todos, de a poco, nos adaptamos a las nuevas costumbres con el cánido fragante. Le compramos un perfume en aerosol pero de poco sirve. Es algo triste comprobar de qué manera el pestazo que despide un ser vivo condiciona fuertemente la manera en que uno se relaciona con él. La deberíamos apodar DOÑA FÉTIDA DEL ALMA PURA, o quizás más irónicamente, LA DEL PERFUME PRODIGIOSO. 

Con las ganas que tenemos de llevarla a pasear en una cesta, de tenerla en brazos y ver la tele con ella al lado. Pero no podemos. Huele fatal. A los que parece no importarle en absoluto es a la gata y al ganso porque andan siempre acompañándose. Son un trío curioso de diferentes especies, que nos pueden dar lecciones de convivencia. Es una verdadera gozada ver a los tres que salen de sus respectivos hábitats para recibirnos con entusiasmo al atravesar la furgoneta el portón de entrada. Y los tres vinieron de afuera: el ganso aterrizó en el jardín hace tres años (o mas) y ya no se fue. La gata apareció de la calle cuando la otra gata se fue y la perrita es de nuestro vecino. Todos ellos nos adoptaron a Miguel y a mi. 

Siguen pasando los días y la señora que vive en casa va de mal en peor. Ya se ofreció a pagar la eutanasia, si hace falta, aunque nosotros preferiríamos que la perrita muera cuando le toque porque no parece estar sufriendo. Evidentemente, todos los tremendos males de esta venerable señora no van a ser por ese penetrante aroma "de jazmines" porque, además, el olor es bastante lejano, ya que el jardín es grande, la perrita está fuera y ellas dos nunca están cerca. Pero así son las cosas: el vaho parece atravesar diversos universos cuánticos y llegar a ella, e indefectiblemente, la enferman, según afirma con un convencimiento absoluto. Sabemos hace ya muchos años que las enfermedades psicosomáticas son una realidad, todo sea dicho. En estos casos es cuando se ponen a prueba la tolerancia y la paciencia de los que convivimos. Además, admitamos que se necesita mucho amor para aguantar tanto olor.

Hoy domingo me levanté temprano para ir a caminar. Es un día frío con bastante viento pero con un sol espectacular. Ayer notamos que la perrita había empeorado mucho. Apenas podía caminar, no comía ni bebía (signos inequívocos) y a veces se tumbaba para, al instante siguiente, volver a caminar tambaleante y sin rumbo fijo. Nos dimos cuenta que estaba ya muy cerca de la muerte, en fase terminal. Seguimos sin veterinario. Pero esto se acabó: el lunes la llevo sin falta, aunque sea para aplicarle la eutanasia o no; lo que indique el veterinario.  

Como iba diciendo, me levanté temprano y lo primero que hago siempre es ir a ver a la perrita a su transportín-cama. Cual no sería mi sorpresa al no verla allí. Busqué y busqué pero no la vi por ningún lado. Además, ya no estaba su olor. ¡Pero si casi no podía caminar! ¿Dónde se metió? Reviso cochera, trastero, porches y nada. Plantas, macetas, lagunita del ganso y nada. Miguel completó la búsqueda por las afueras, en el contenedor de basura, debajo del coche, detrás de los geranios, dentro de la casa, debajo de las camas y... nada. Cada rincón fue registrado. LA PERRITA HABÍA DESAPARECIDO y no había junta militar argentina a la vista, tan apegados ellos a las desapariciones. ¿Qué había pasado? ¿Quién se iba a llevar a ese animalito tan poco atractivo? ¿Dónde estaría, viva o muerta? El Cuaco y la Tita no ayudaban y seguían con su vida. Algo deberíamos aprender de ellos. 

Barajando todas las hipótesis a nuestro alcance tuvimos que rendirnos a la evidencia: una pareja de búhos reales que siempre andan por el barrio a la caza de pequeños ejemplares se la debe haber llevado, así como una vez casi se lleva a un gato. Muerta o viva, no sabemos. Y eso es lo que nos apena tanto: no saberlo, la puta incertidumbre. Esperábamos que muriera tranquila y abrigada, sin sufrir. O con la inyección  del veterinario, también sin sufrir. Pero no entre las afiladas garras de un depredador. A Miguel y a mi nos ha dejado un desasosiego desconcertante. ¿Por qué nos afecta tanto? Porque ese frágil y resignado animalito nos evoca la vejez, la soledad, la desprotección, la enfermedad, la indiferencia ajena y múltiples males que acechan siempre a la vuelta de la esquina. Todos los seres vivos estamos expuestos al abandono, desde un árbol sin el agua necesaria hasta un "sin techo". Todos los seres vivos somos vulnerables y, en el fondo, estamos trágicamente solos, aunque nos pongamos perfume y seamos guapos. Pero lo que realmente desespera es la DESAPARICIÓN. La ausencia de un  cuerpo para aceptar la muerte genera una suerte de espera infinita, sin atenuantes ni remedios; algo devastador que nos deja sin respuestas. La muerte sin cuerpo presente los hace más presentes que nunca. 

9 comentarios:

  1. Los perros prefieren morir en soledad. Pero hay una sospechosa en la casa dispuesta a todo.

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  2. Creemos que no pudo hacerlo. Tiene coartada, como dice la policía.

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  3. Qué generosidad por vuestra parte! Recibió muchas cosas buenas en vuestra compañía... Y no la olvidareis, ni a ella ... ni su olor.
    Qué buen relato!

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  4. Triste , real, difícil llegar... Pero llegamos!!! Y comprendo tu dolor y te acompaño en ese final. No hay consuelo para esa ausencia. Te abrazo compañera de tantos años atrás.

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  5. Un ser confiado y bondadoso y agradecido en grado sumo no debe morir en nuestra ignorancia. No debe morir en las garras de niñatas egoístas, señoras alcohólicas y tóxicas, o por neurosis no diagnosticadas. No debe morir sin paz ni gloria, Debe perdurar en nuestras memorias y en los relatos locuaces de Monica BARDI capaz de inmortalizar al más humilde de Lis seres vivos

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  6. Agustí Aguilar Peris25 de enero de 2023, 20:44

    Bello cuento y muy divertido. Me gusta mucho el final con su dejar sin aclarar si pudieron ser una bandada de depredadores los causantes. También la aparición de los otros dos personajes, el gato y el ganso (toda vez que sé que no son personajes sino mascotas reales.

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  7. ¡¡¡Excelente cuento!!! .....y....Eutanasia para la sospechosa bruja

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