viernes, 28 de mayo de 2021

UN CARAMELERO FELIZ.

 


Ese aroma a cine…ALBERTO NAVARRO. 


Fui caramelero del Cine Rivadavia,  entre 1968 y 1970, con mi hermano Pedro Navarro Robles. Cuando estaba en tercer año del secundario,  mi amigo Daniel, que era encargado del kiosco del cine me dice:

- ¿Queres trabajar en el Cine Rivadavia?

-¿ De actor?

-Ja ja ja

_ De caramelero…

– Podrías ver todas las películas prohibidas...

Mi ojos desorbitados, seguramente, delataron que, para mí, ese ofrecimiento era tocar el cielo con las manos. 

Yo, que con catorce años, había ido , según  recuerdo,  una vez al Cine Colón, cuando era tan pequeño que mi cabeza llegaba al respaldo de las butacas, y mi memoria me trae, en blanco y negro, unos mariachis cantando, (¿ será por eso que me gusta la música mexicana?), otra vez al cine Mitre con mi abuela , un martes,  en día de damas, a ver tres pelis, que pasaron desapercibidas,  y la tercera al Cervantes a ver Hátari, que me gustó tanto que  nos quedamos a verla dos veces porque era continuado. 

Yo, que ni siquiera tenía televisión en casa, podría mirar todas las películas  que quisiera, iba a ver tooodaaas la películas, hasta las prohibidas. No lo podía creer. 

-¿Y si sólo me dejan ver la aptas para todo público y no la prohibidas, por mi edad?

-No importa, voy igual.

La noche anterior la ansiedad se apoderó de mi y casi no pegué los ojos. El tiempo … el tiempo es relativo..., ¿ las agujas del reloj estaban detenidas? , me levantaba,  miraba el reloj, escuchaba el tic tac,  le daba cuerda. Si, funcionaba, pero casi no se movían, y yo necesitaba que las horas pasaran rápidamente,  pero se negaban. Al fin, se hizo la mañana,  fui a la escuela, sólo deseando que llegara la tarde…el cine.

Tenía un poco de miedo y también de vergüenza. 

¿Que dirían mis amigos y mis compañeras cuando me vieran como caramelero? De todos modos la ilusión de ver las pelis gratis y que me pagaran por eso  me hizo seguir adelante 

Y ahí fui con mis catorce años, al mundo mágico del cine. Todo fue descubrimiento,  entrar al hall central, para mí, inmenso y majestuoso entonces, con la cartelería de los estrenos, la sala enorme, con su imponente escenario, su pantalla gigante,  sus puertas acolchadas, los pesados  cortinados, y las últimas butacas, donde nos sentaríamos, ansiosos, para empacharnos de cine, cuando el trabajo lo permitiera. 

Y ahí sentí por primera vez ese aroma que que impregnó mis sentidos, y me rememoraría ese momento inmenso para mí, siempre…

Ese aroma a cine…

Y el anochecer quilmeño, para mi adolescencia … era todo luz, era todo novedad,  la calle Rivadavia convocadora, junto con la calle Alem,  a la vuelta del perro de los vecinos con los autos últimos modelos, las marquesinas iluminadas, los carteles con letras de colores, anunciando los estrenos, las películas esperadas por el público: Lo que el viento se llevó, Al maestro con cariño, Los girasoles de Rusia. 

Ese aroma a cine…

El kiosco, nuestro territorio,  estaba en el centro del hall,  a la derecha, era pequeño, y desde allí podíamos observar todo el movimiento del público.Tenía un pequeño mostrador, que en los tiempos libres oficiaba de escritorio, para realizar los deberes de la escuela. 

Ese aroma a cine…

Fueron tres años maravillosos,  donde transcurrimos la adolescencia con mi hermano, entre la escuela y el cine. Los días de semana Pedro trabajaba de 14 a 18 y yo de 18 hasta el último intervalo de la última función ( en esa época había dos películas).

Los sábados y domingos trabajábamos los dos desde el primer intervalo hasta el último.

Después de un tiempo, mi amigo Daniel, dejó el kiosco, y quedé como encargado, y  con mi hermano nos repartimos las tareas.

Compartíamos momentos con los acomodadores Hugo y Santiago Colaone, el boletero Pocho Barbutto y de vez en cuando Lolo Castro, bajo la mirada atenta del administrador Sr. Jácome, quien,  con su prestancia dirigía el funcionamiento del cine.

Hugo y Santiago fueron excelentes compañeros y consejeros en nuestra adolescencia. Éramos los niños mimados, por nuestra sola condición de adolescentes, trabajadores y estudiantes. 

Descubrimos los camarines, el largo y tenebroso pasillo que conducía a ellos, la sala de proyección, con sus dos máquinas enormes, donde se proyectaba en forma alternada  los rollos de celuloide de la película, que tiempo después vi reflejada en Cinema Paradiso.

Nuestro mayor trabajo se daba los fines de semana, en los intervalos, cuando la gente se agolpaba en el kiosco por una coca o un maní con chocolate. El que entraba a la sala con la bandeja, no daba abasto para vender las golosinas que llevaba.

- ¡Chocolates, caramelos, helados! Nuestro pregón cinematográfico.

La venta con las bandejas era muy importante, y más cuando se proyectaban películas de Palito Ortega o de Sandro, ya que se vendía casi el triple que con cualquier otro tipo de película. 

Preparábamos las bandejas , a las cuales le habíamos colocado una pequeña luz, para seguir vendiendo cuando se apagaban las luces y empezaba la propaganda. 

A veces nos entusiasmábamos y seguíamos vendiendo con la película empezada.

- ¡Podés dejar de vender!-, se enojaban algunos espectadores…


- Ese aroma a cine… 


Así pasaron por mi retina:

Películas de Palito Ortega:

Amor en el aire, Un muchacho como yo, Corazón contento, Viva la vida!! 

De Sandro : Gitano, Muchacho

De Raphael: Digan lo que digan

Fuiste mía en verano con Leonardo Favio

Luis Sandrini: El profesor patagónico,  El profesor hippie.  

Norman Briski: La fiaca, La Guita.

Isabel Sarli: Fuego, Carne, Desnuda en la arena, La mujer de mi padre.

Del cine extranjero :

Dr. Zhivago, 2001 Una Odisea del espacio, Butch Cassidy, Las Sandalias del pescador, Barbarella, con  Jane Fonda,  La fiesta inolvidable,  El Graduado, Doce del Patíbulo, Perdidos en la noche,  Donde las águilas se atreven. Los girasoles de Rusia,  con Marchelo Mastroiani y la impresionante Sofía Loren .

Ese aroma a cine...

Fui feliz, fui al espacio, estuve triste, lloré, reí, enamoré mujeres siendo espía, estuve en Rusia, luché junto a Espartaco, bailé con Zorba, canté con Palito, con Sandro, con Raphael , estudié con Luis Sandrini y Sidney Poitier, estuve con Brancaleone, me enamoré de Barbarella, de Sofía Loren, más de lo que un adolescente puede aspirar. 

Después de tantos años, recuerdo, esa  etapa de mi vida como grandiosa, dónde aprendí a amar al cine, a saber que cuando uno trabaja donde le gusta y pone pasión en lo que hace, la vida le sonríe y se acerca a lo que uno siempre busca, desde que el hombre es hombre, la felicidad…

Ese aroma a cine…


Alberto Navarro

2 comentarios: