Estaba yo en un caos doméstico, por decirlo suavemente, al cual no terminaba de acostumbrarme. Soy un duende pintado en un lienzo pero eso no quiere decir que no sea importante: para mí lo soy y hay gente a la que le gusto. Los que vivían en la casa donde me estaban pintando eran insoportables, incluída la pintora, pero lo peor era la gran habitación en la que estaba mi caballete: ya no daba abasto para tanta cosa. Cuadros apoyados en el suelo cuyos colores saturados me aplastaban, la tele con el fútbol omnipresente que me agobiaba, pilas de libros, revistas y cuadernos escritos, un puzzle por la mitad; que me asfixiaban. Las plantas y las fotos pegadas en las paredes no le parecían nunca suficientes a esa vieja dentista, que, por fuerza, quería tenerlo todo a la vista. Sería por su mala memoria, digo yo. Sería porque parte de su familia vivía lejos, digo yo. Sería porque a algunos muertos los querría ver vivos. Digo yo. Una pecera con inmortales anaranjados también se quejaban mientras nadaban, en su mudo lenguaje de burbujas. Un ganso trompetista con pretensiones de Louis Amstrong, asomaba a veces su pico dentado entre los flecos de la cortina antimosquitos y un gato muy ágil llamado Bartolo merodeaba felina y nocturnamente persiguiendo vírgenes lagartijas ...en fin, esto es lo que me tocó. Menos mal que la tortuga verde, el pinchudo puercoespín, el camaleón que cambia de color y la coneja Sebastiana hacían su vida afuera y no se sumaban al batiburrillo. Resignación y paciencia, estamos en una pandemia.
Y la colgó en su autocaravana, frente a su cama. Desafortunadamente, porque aquéllo era otro caos peor que el primero. Los sujetadores variopintos, las camisetas blancas y los vaqueros voladores desparramados por doquier eran mi constante compañía. La joven era muy desordenada. La autocaravana estaba estacionada en el cámping Møn, en Dinamarca, en el cual Marina trabajaba en el verano. Muy cerca había un bosque de ensueño, con brujas y nereidas y donde, de tanto en cuanto, aparecía uno al que llamaban Camilo Monster, mezcla de hombre con dragón, vociferante y acalorado. Sería el jefe, digo yo.
"Mi gozo en un pozo", pensé. Sólo me consolaba la tierna mirada de Marina antes de dormirse, después de un duro día de laburo. Yo nunca dormía, claro, los duendes tenemos diferentes ritmos biológicos, todo el mundo sabe eso.
Mientras tanto, yo fui copiado en tiempo y espacio, en una dualidad cuántica, como explicó Stephen Hawking, en otra pintura parecida, por la misma pintora, en aquél mismo infierno de plantas y cuadros en el sur de España, para que el joven Pablo me llevase (otra vez) a Alemania, y en esta segunda ocasión no me perdiese en otro avión. Menos mal que Marcel y Julie lo ayudaban a custodiarme.
Felizmente, llegué a destino, a una cálida y minimalista habitación donde me sentí a mis anchas porque por fin mis colores eran protagonistas y no un invitado más. Soy onda y partícula, estoy con vidas paralelas, mitad cielo, mitad infierno, lo que a Dante, el de LA DIVINA COMEDIA, le hubiera encantado. Tendré dos vidas... ya les iré contando. Creo que allá, en Møn, sobreviviré y acá, en Alemania, voy a vivir contento. FIN DEL CUENTO.
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