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Cuarenta años de una guerra, sus combatientes están entre nosotros, también, madres, padres, tíos, los lazos afectivos de aquellos chicos de la guerra que tuvieron el apoyo popular en los días del otoño de 1982, el más triste que mi memoria recuerda, solo superado, probablemente, por el de 1976. Cada uno como pudo, cada uno desde su edad, su conocimiento, su responsabilidad, vivió la guerra y apoyó a los chicos de la guerra, los soldados de Malvinas. Escribo “chicos de la guerra” con total intención, porque cuando la guerra terminó, ese calificativo sirvió para explicar la derrota poniéndolos a merced no solo de los británicos, sino de sus superiores. No importaba que fueran chicos cuando marcharon a combatir, pero su juventud sirvió para explicar y justificar el fracaso cuando la guerra terminó el 14 de junio de 1982, la consigna era olvidar, apagar la televisión, cambiar de radio, y seguir con nuestras vidas. Pero, cómo olvidar si tenían mi edad.
¿Cómo hace alguien que vivió una guerra para apagar la tele y seguir? En qué caja guarda sus recuerdos, cómo entra y sale de ellos, cuán preparado está un ex combatiente, una madre que perdió un hijo, no hay respeto ni recuerdo suficientes para esas personas cuando la memoria los asalta de manera impiadosa, sin tener en cuenta el paso de los años, cuarenta años de una guerra merecerían el esfuerzo de demostrar que algunas cosas hemos aprendido.
Los objetos de la guerra nos atan al pasado: son la evidencia material de que lo que vivimos no es solo un mal recuerdo. Esa esquirla que alguien logró traer como prisionero, la que pegó en la trinchera. Esas cartas, ya ilegibles, son las que me mantuvieron vivo dijo un amigo. “¿Ven este cuarto?”, podría preguntarnos una mamá “Está tal cual él lo dejó”.
Otra madre cuenta que guardo en una botella tierra de las islas, cuando volvió años después, no cualquier tierra, no, es tierra que junté del fondo de un embudo de artillería, creyeron que con un objeto traído de las islas estarían más cerca de ellas, recuerda que la primera vez que viajé a las islas, en 2007, cuando aún no había un clima tan distante como en los últimos años, la encargada de la aduana en el aeropuerto, en Mount Pleasant, vio la tierra que nos llevábamos y hasta se permitió un chiste: nos preguntó si pensábamos recuperar las islas así, de a poco.
Y aquí estamos, nosotros los que no fuimos a la guerra, nosotros los que nos entusiasmamos y los que nos entristecimos tan rápido en aquellos días de 1982, y seguimos nuestro camino igual de rápido después. Pero yo no olvido el valor de aquellos chicos convertidos en soldados.
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MALHERIDA por Martha Valiente.
Hace cuarenta años hacía frío
y el viento barría las calles del centro
Deste lado del fuego, tiritábamos.
En las esquinas nos abrazaba el miedo.
Yo tenía una hija en una cuna
y un televisor en blanco y negro.
que me mintió con sus voces marciales,
su amenaza, su alcohol y su violencia.
Hace cuarenta años desperté en una guerra
en la locura colectiva de una plaza rosada.
Yo tenía una máquina de escribir moderna, un escritorio y un título de secretaria
pero de pronto fui recluta, así tan lejos
fui herida de bala y esa sangre de todos
se derramó invisible en las veredas.
Tenía también un Citroën de color naranja
repleto de galletas, de lata y de frazadas.
A veces me gustó el triunfalismo,
la ingenuidad de las colectas mentirosas
la declaración del gran espíritu argentino
en la batalla.
Hace cuarenta años por veinticuatro horas
llegué a creer que éramos capaces de todo,
que no nos costaría la vida, la penuria,
el olvido de tantos y tantos.
Desde el piso quince de una torre en el bajo,
auscultábamos el cielo y el río,
imaginando submarinos en el puerto
en espera de aviones enemigos.
De trajecisto sastre y tacos altos
anduve alucinada por la city porteña
entre miles de extraños de corbata
adornados con escarapelas.
Las noticias del mundo se llenaron de enojo,
el imperio otra vez se encargó de convencer al mundo
con su larga uña que señalaba al sur
Qué solos nos quedamos entonces
sometidos a la fiebre contagiosa de
un borracho y sus compinches.
Hace cuarenta años hubo una guerra
que se me hizo quiste en la memoria.
Y me llené de por qués que todavía andan sueltos
o en anónimas celdas por los manicomios.
No, no se terminó la guerra
la vieja herida sigue ahí, todavía tiembla.
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