martes, 12 de abril de 2022

ECOS

Cuento corto de Mónica Bardi.


Era verdaderamente insoportable: el perpetuo fragor de esa televisión encendida. Publicidad, morbo, horribles programas, manipulación informativa, cotilleo, politiqueo. Un calvario audiovisual lleno de ruido, mucho ruido, con un volumen que no se podía bajar ni a punta de navaja. ¡Y con el fútbol, por añadidura! Esas voces incandescentes, inagotables e inconfundibles de los locutores deportivos... ¡mamma mía! Pero lo pésimo insuperable llegaba con un gol. Si, cuando el balón deformaba alegremente la infame red, ningún periodista se iba a perder la excelsa oportunidad de vocearlo hasta un infinito nauseoso y cavernícola. Incluso las agudas voces de locutoras femeninas tenían esa carga eléctrica e histérica de un "partidazo", una agresión acústica. ¡El fútbol! Camuflado como noble deporte y banal motivo de tantas divergencias de pareja; de repetidas discusiones que enfrentaban los diferentes gustos y apetencias y obligaban al que soporta (generalmente una mujer) a refugiarse en otra habitación, sin posibilidad de negociación, cerrando la puerta a tanto escándalo, aunque con eso solo lograra amortiguar mínimamente el incesante barullo. No me malinterpreten: no odio al fútbol. Dejemos de lado sus repelentes negociados internos con obscenos millones de euros en juego y pongámonos algo filosóficos, a saber, la parábola perfecta de un balón llegando al arco podría ser una preciosa metáfora gráfica del desarrollo de una vida. Desde el principio hasta el final. ¿Ven que me esfuerzo en ver la parte positiva? Las espectaculares gambeteadas de un crack, sorteando casi por milagro esa selva de piernas es algo digno de premio y requiere cierta velocidad en el recorrido visual que no deja de ser encomiable. ¿Siguen viendo mi buena voluntad? Si agregamos a ello los agotadores entrenamientos de esos jugadores especialmente dotados, seres que han sido tocados con la varita mágica de llegar a primera división, demostrando así su voluntad, tenacidad y espíritu de equipo; este juego tiene su valía. ¿Ven que me sigo esforzando? No me malinterpreten: sí odio al fútbol. 

Por eso, desde que él se fue, enciendo la tele y pongo un asqueroso partido de fútbol como ruido de fondo, a un volumen considerable y me voy a otra habitación. Parafraseando a ROSA MONTERO, para no aceptar así nomás "la ridícula idea de no volver a verte". 

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