domingo, 3 de abril de 2022

TESTAMENTO

 CUENTO CORTO. MÓNICA BARDI

CAPITULO 1: LA LLAMADA.

Murió. ¡Qué se le va a hacer! La gente tiene esa pésima costumbre. Admitamos que hay maneras y maneras de morirse: sin sufrir, sufriendo y/o un largo etcétera. En este caso era un buen hombre, pero, pero... ¡ay! Sobremedicado psiquiátricamente y con exceso de bebidas espirituosas, una mezcla muy peligrosa. Un verdadero problema para él y para los demás. Su comportamiento era errático e imprevisible. Demasiada versatilidad en un solo sapiens. Todo ello lo llevó a morir en desagradables circunstancias que no viene a cuento detallar acá, cuando ya hacía rato que se había separado de Amalia. Un dia a ella la llamaron para avisarle de su muerte y largó un penoso suspiro de alivio. El pobre hombre ya podía descansar en otro lugar más benévolo porque en este planeta definitivamente no había encontrado su sitio. Para él el mundo era una montaña rusa, pero sin alegría. 


Dibujo de DANIEL RIPESI

Meses más tarde suena un teléfono y ella atiende: _Si, soy yo, Amalia ¿Quién habla?...Ah, el hijo, Thackeray... bueno, un gusto en conocerlo... claro, claro, comprendo, era un pobre hombre...pero hace ya bastante que murió su padre...ah, la herencia se va a concretar ahora, claro, claro... ¿cómo dice?...¿Que qué?¿ Y eso que es?...¿albacea testamentario?... ¿que soy albacea testamentario?¿yo? ...pero si solo fui su pareja unos años y no tengo nada que ver con ese tema de la herencia... Ah, que lo dejó estipulado en su testamento y son sus últimas voluntades...Entiendo... pero igual yo...¿Y qué tengo que hacer?...Ahhh, que si yo no firmo, nadie cobra la herencia...¡Qué raro!...Bueno, qué sé yo, como él nunca me comentó nada de esto...¿dónde dice que queda la notaría?...Si, si, allí estaré, no se preocupe. Buenas tardes_. 

Totalmente perpleja colgó el teléfono y se quedó pensando. Una familia que desconocía por completo. Dos matrimonios anteriores tuvo el difunto, con un número indeterminado de hijas y un sólo varón, a los cuales ella ni conocía. Y ahora tenía que firmar para que ellos pudieran echar mano de la pasta y 3 propiedades. Una situación estrafalaria. 

Decidió ir con su hija Melinda a la cita con el notario, porque tenía entendido que de esa familia nada bueno se podía esperar. Pero claro, ella solo conocía una versión del asunto. La que él le había contado, aunque mentiroso no era. "Pero, mamá, a ti ¿que te importa? Firmas y santas pascuas. Si a ti no te toca nada. Que se maten entre ellos", opinó con sensatez Melinda, cuando su madre le contó la conversación. 

CAPÍTULO 2: EN EL NOTARIO

Llegaron Amalia y Melinda a la notaría puntuales y despreocupadas pero con bastante curiosidad. Había un montón de gente. Alguien les indicó donde se encontraba la familia del difunto y hacia allí se dirigieron. Nadie devolvió el "buenos días" de ellas. Se respiraba hostilidad en el ambiente, una especial aspereza e incomodidad. Lógico: nadie sabía si Amalia venía dispuesta a firmar. "Pero en tal caso", pensó ella "mejor les iría si me hicieran la pelota. Da igual, yo firmo y me voy".  Eran 5 personas (madre y 3 hijas, más el único varón), con caras torvas y no precisamente agraciadas sino más bien unas brujas antipáticas


                  Dibujo de Christine Mays

Secas como escoba al viento, sobretodo la vieja madre con aspecto de enferma empastillada. Seguramente era la primera esposa, ya que la segunda no estaba, aunque sí estaba su hija, la menor, nacida años más tarde. Una joven guapa, la única rubia y muy, muy seria, como enojada, tal como se la había descripto el difunto. Por fin se acercó el hijo varón, Thackeray, el que había hablado por teléfono, sonriente y educado, y se presentó. Su amabilidad aflojó la cosa. Ese chico era de un contraste tan notable con las brujas de Salem de sus hermanas, que cualquiera diría que era el único hijo del difunto. 

"Ufff" pensó Amalia "estas minas son como me las describía el difunto: rencorosas y amargadas, además de catetas. Solo el chico se salva, que, por cierto, es innegable el parecido, una fotocopia del padre e igual de simpático... esperemos que sea más sano, por su propio bien". 

En ese momento, la vieja empastillada, o sea, la madre de las otras brujas, aprovechó la ocasión para reventar los granos de pus de su alma y en su primitivo y básico lenguaje despectivo insultó al difunto, tachándolo de mentiroso, egoísta y pasota. "Bah, qué original" pensó Amalia, "como todos". A la empastillada le debe haber parecido que su puesta en escena no había sido suficiente, así que volvió a arremeter con un tsunami de irascibilidad. En un tono feroz y con la saliva espesa y burbujeante que le asomaba por las comisuras, remató con un caústico "¡cabrón, hijo de mala madre, menos mal que al menos te adorné con una buena cornamenta!". ¡¡¡Mamá!!! gritaron las demás brujas, espantadas y la hicieron callar inmediatamente, pero ya era tarde: Amalia, estupefacta, la había oído. 

Luego de un mínimo retardo sináptico que pareció un siglo, Melinda, la joven hija, reaccionó con virulencia: "¡Pues sepa que ese hombre del que está usted hablando tan mal y con tanto odio, era una persona muy cariñosa a la que en mi familia hemos querido mucho! ¡Años de años han pasado y ya va siendo hora de que usted supere ese encono que la va a matar!" Chan-chan.

Si el silencio era ya insostenible, con esto se volvió impenetrable. Pero alguien en un rinconcito rió por lo bajo, como celebrando el desagravio y era Thackeray, el hijo amoroso. Melinda y él intercambiaron miradas cómplices de simpatía. Según dejaba traslucir el momento, el hijo mantenía cierto cariño hacia ese padre seductor, complicado y neurótico. 

CAPÍTULO 3: LA FIRMA

Por fin se acercó el abogado del difunto y las hizo pasar a la empastillada y a Amalia para que firmaran. Mientras el abogado y el notario explicaban y leían lo que nunca nadie llega a entender del críptico lenguaje jurídico, la vieja bruja murmuraba insultos igual de ininteligibles hacia el pobre difunto, que ya debía estar incómodo hasta en su sepultura. Mientras, ella estampaba una inextricable firma con una lentitud exasperante "¿Ese temblor será por las pastillas, por el odio o por el semianalfabetismo?", pensó Amalia, "Está para el desguace la que era una leona en la cama. Parece la madre del difunto y no su ex. Los años son devastadores y el rencor, un veneno. Además, no le vendría mal una nueva dentadura postiza". 


                Pintura de REGINA ROLDÁN MARIANI

Ahora tenía que firmar Amalia. Decididamente, tomó la elegante lapicera y se acercó al papel. De golpe, una mano invisible la detuvo. "Ah, es un calambre", pensó algo extrañada. Se relajó y volvió a intentarlo... pero no pudo, ¿otra vez un calambre? Los demás la observaban con curiosidad. Amalia no entendía nada, los otros tampoco. "Esta vez firmaré", pensó resolutivamente... aunque tampoco pudo. ¿Qué ocurría? Una fuerza fantasmal la paralizaba. "¿Qué pasa, señora?" preguntaron a la vez el abogado y el notario como si fueran mellizos univitelinos. Sin poder articular palabra y totalmente sorda al coro de voces agudas que se desataron a su alrededor exigiendo una explicación dentro y fuera de la oficina, huyó Amalia espantada y bajó corriendo las escaleras como quien da un salto cuántico, seguida por su hija Melinda, a la que se le atropellaban las preguntas. 


         Pintura de DANIEL RIPESI

Thackeray corrió tras ellas atolondradamente hasta que los tres lograron detenerse a la entrada de un bar. "¡Necesito unos vodkas!", gritó exaltadísima Amalia, aunque ni la kriptonita le hubiera bastado. Así fue como los tres terminaron borrachos, a las carcajadas y sin ninguna solución a la vista ni mucho menos algo racional que explicara esa imposibilidad mitológica: una mano estática y rígida que no podía firmar. 

CAPÍTULO 4: ADN

"Mire, abogado, no voy a tratar de explicar lo que me pasó porque ni yo me aclaro" gimoteó Amalia por el teléfono, "pero el hecho es que este asunto sólo se resolverá cuando todos los hijos se hagan un ADN, porque oscuramente intuyo que eso es lo que hubiera querido el difunto. Fue él quien detuvo mi mano para que no firmara... ¿qué? ¡claro que estoy loca, reloca, y lo sabe todo el mundo, pero con eso no se resuelve nada!.. tiene razón... pero no firmo hasta no tener todos los ADN de sus hijos... ¿qué dice?¿ qué va a haber litigios, pleitos, juicios?... ¿Y a mí que me importa?... se van a morir todos, incluida yo mientras litigamos... hable con ellos, convénzalos... el ADN del padre ya lo tenemos. ¿qué más les da donar un poco de saliva para confirmar la paternidad del difunto?...¿Qué?...¿que no quieren?... ¿la qué?... ¿la dignidad?... pues ya se la pueden ir metiendo en el arco de triunfo, que hace años que no veían a su padre y ahora pretenden su herencia ipso facto... bueno, si no quieren hacer el ADN, algo deben ocultar; no hay herencia y vamos a los tribunales... a usted le conviene, abogado, va a salir ganando un montón de dinero". 

CAPÍTULO 5: THACKERAY

"Hola, Melinda, ¿cómo estás? ¿Tienes un minuto? Querría tomar un café contigo y que hablemos...¿Qué?... ¡No, de la firma de tu madre, no!... sólo quería charlar contigo sobre Londres. Con respecto a la herencia, si se quieren arrancar los ojos, por mí, que lo hagan. No se trata de eso. Se trata de... de... ¿y si me cuentas cosas de tu vida en Londres? Tengo tantas ganas de borrarme de esta familia horrorosa, que, a lo mejor me largo y pensé... ¿tú me ayudarías? Conoces aquéllo... yo trabajo en lo que sea... estoy bien titulado para tuercas y tornillos, pero eso da igual, trabajo en lo que sea...¿cómo? ¿Qué por qué tengo este nombre inglés?...Claro... te llamó la atención. Es por un escritor inglés del siglo XIX que escribió LA FERIA DE LAS VANIDADES... a mi padre le encantaba y también por eso quiero ir al Reino Unido... ¿Quedamos, entonces?... Vale, allí nos vemos y me cuentas. Un beso. 


CAPÍTULO 6: LA CAJITA

"¡Mamá, noticia bomba! Me voy a Londres con Thackeray. Al final me voy a enamorar del hijo de tu ex. Qué divertido hubiera sido que nos hubiéramos conocido a la vez los cuatro ¿no?...¿Que dices? ¿doble complicación?... no, mamá...doble diversión porque al principio todos los amores son maravillosos... bueno... claro, si, si que vuelvo... ¿Y te vas a mudar al final a Medina Sidonia?... ¡Ah, que estás preparando cajas!... Bueno, a la vuelta te ayudo con el millón de macetas y pinturas, que es lo peor... si, yo te aviso cuando lleguemos a Gatwick... claro, vamos a la casa de Martín, tu martuchi querido, apenas lleguemos. Y luego decidiremos sobre la marcha. Acá voy a aplicar tu repetido refrán: "cuando lleguemos a ese puente, ya veremos si lo cruzamos o lo volamos"... Ah, mamá, una pregunta: del tema de los ADN ni noticias, ¿no?... me imaginé. No quieren. Algo ocultan. Thackeray ya se lo hizo y es hijo del difunto con certeza. Eso se nota a la legua: tienen mucho parecido físico y el mismo carácter divertido. Chau, mamá, te quiero... ¿que te mande un WhatsApp cuando llegue? Pero, mamá, todavía no se inventó el WhatsApp... ¡tú y tus fantasías! Te llamo desde una típica cabina inglesa... Chau, besos". 

Amalia siguió juntando enseres parsimoniosamente para la mudanza. Mientras ordenaba y clasificaba, los recuerdos la desbordaban: el difunto y la época que habían disfrutado juntos. El viaje en moto a Algeciras donde se encontraron con Stellita y luego cruzaron a Marruecos. Las visitas de Marta y sus salidas a bailar. Las reuniones con Magnolia y Álvaro en Sanlúcar ¡Qué linda época! Él hablaba poco de sus ex pero siempre repetía algo muy gracioso: la primera ex, la empastillada, era una tonta en reuniones, que no podía opinar de nada, y una leona en el dormitorio porque disfrutaba mucho del sexo. Y la segunda justo al revés, muy dama en el salón pero poco puta en la intimidad. "No hay equilibrio en la vida, es inútil  intentarlo", concluyó Amalia. 


Y siguió sacando trastos junto con vivencias. Tanto revolvió que algo inesperado encontró. La cajita. Esa preciosa y humilde cajita marroquí de cuero repujado que guardaba el difunto como su más preciado tesoro. Ya la había olvidado por completo: ni siquiera se acordaba que contenía. La abrió con cuidado y allí se dió cuenta que había abierto la caja de Pandora. 

CAPÍTULO 7: DESENLACE

THACKERAY: ¡Quién lo hubiera imaginado! ¡mi madre! Y ahora resulta que las brujas son medio hermanas mías y no hermanas enteras. ¡Ay, mi madre y su vida secreta! En realidad es para partirse de risa: ese jovencito que jugaba con nosotros y escuchaba el fútbol por la radio en mi casa fue el amante de mi mamá y el padre de mis hermanas. Era como un hermano mayor para mi, pero por un pelo no termina siendo mi papá. Y se borró... claro, se casó con una de su edad. Intuyo que entre mi mamá y él hubo una verdadera pasión. A lo mejor, por eso mamá estuvo tanto tiempo deprimida ya que coinciden las fechas de cuando él desapareció de nuestras vidas. ¡Pobre mamá! ¡Es el amor que arrasa con todo! Pero tomé una decisión: yo voy a compartir mi herencia con mis brujitas medio-hermanas porque ellas me protegieron y me mimaron mucho de pequeño. 

MELINDA: Y el difunto siempre trabajando en el mar, tanto tiempo ausente creyendo que cada vez que llegaba al puerto le hacía un embarazo a la vieja...aunque el embarazo ya estaba hecho de antes.  ¿Cómo lo habrá intuido mamá? Y después les dicen brujas a las otras. ¿Será verdad que hay un más allá y él murió con esa sospecha? No hace tantos años que se aplica el ADN.

ABOGADO: ¿Cómo pudo esa mujer olfatear el asunto y negarse a firmar? Si no había pruebas. Y no las hubiera habido si no fuera por esa puñetera cajita. ¡En este oficio uno nunca termina de sorprenderse!¡Qué gran negocio acabo de perder y ya había dado la primera cuota del yate!

AMALIA: Mientras fumaba un pucho, reflexionaba Amalia en medio de su habitación a oscuras:  "Pelos...cabellos humanos era lo que hacía falta para obtener los ADN. Y en esa cajita había unos mechones de pelo de cada hijo, atados primorosamente con lacitos de diferentes colores y el nombre de cada uno. El único recuerdo de sus hijos ausentes...ni fotos, ni algún peluche, ni una velita de cumpleaños... nada, solo esos cabellos escondidos que, inesperadamente, cambian por completo la vida de una familia. ¡Un revolcón de la realidad! ¡Al final la única boluda que no le metió los cuernos fui yo porque la rubia caracúlica es hija suya casi por casualidad!".

RUBIA CARA DE CULO: Menos mal que yo entré en la camada y voy a cobrar mi parte. ¡La de penales que habrán pegado en el poste! Porque mi madre no es precisamente monógama y superfiel.... todo hay que decirlo. Y la jodida de la albacea testamentaria ¿cómo pudo darse cuenta al principio y no querer firmar? ¿Mi padre muerto andará merodeando? Yo debería haber sido más cercana, sabiendo que era su preferida. ¡Qué miedo! Su fantasma me va a perseguir siempre. 

VIEJA EMPASTILLADA: "¡Ayyyyy, qué desastre, qué vergüenza, todo quedó al descubierto!" Y en un arranque de furia tiró de las viejas cortinas floreadas impregnadas de odio de tantos años,  reduciéndolas a jirones. "¡Malditos ADN y los pelos en la cajita de los cojones!¡Y esa hijaputa vino a descubrir el estofado!" gritó desaforadamente mientras arrojaba su frasco de pastillas por la ventana que cayó justo en la cabeza del farmacéutico quien estaba dando un paseo por el barrio. Una rabia cósmica huracanada arrasaba con todo y la vieja no lograba atemperarse "¡maldito pendejo que me preñó tres veces y luego se largó!¡ Diez años de loca pasión a espaldas de mi marido!¡Cómo lo extraño! ¡Ay, ay, ay, que mal me siento!¡Qué mal me siento!...¡Hijas, ayuda!¡Qué alguien me ayude! ¡Ayuda! ¡Nadie responde! ¡Me falta el aire...el ai....el....!"

CAPÍTULO 8: EN EL CEMENTERIO

Una precaria lápida reza:  TUS HIJOS, THACKERAY, HERMIONE, CIRCE Y GRIMELDA NUNCA TE OLVIDARÁN. A su lado hay otra sepultura con otra lápida: TU AMANTE ESPOSA E HIJOS NUNCA TE OLVIDARÁN. El difunto y la empastillada descansaban por fin en paz y la vida continuaba. 

                               Mónica Bardi Buclan











No hay comentarios:

Publicar un comentario