jueves, 21 de abril de 2022

EXAMEN

 CUENTO CORTO 

Por Mónica Bardi. 


CAPÍTULO 1: EL DELITO.

"No veo un carajo. ¡Alumbrá mejor, boludo!" susurró el conejo, tanteando en medio de la oscuridad. Todos los alumnos de esa magna facultad de la ciudad de La Plata llevaban con orgullo un lenguaje cuidado, elocuente y académico.


"¿Pero están ahí?" preguntó con gran ansiedad el de la linterna, apodado el dragón. El apuro era su estado natural de ánimo. "¿Están ahí?¿Están ahí?"

"Tienen que estar. Yo mismo vi cuando los ponía en diferentes pilas, bien ordenados", dijo el gallego parcheado, que había desarmado las dos puertas metálicas del armario cerradas con llave y ahora las sostenía lo mejor que podía. 

"Si, son éstas. Alumbrá de cerca, dale, no se ve una mierda". 

"¿Asi ves mejor?"

"Si, si, son éstas. Fenómeno, están separadas por temas. Voy a agarrar una hoja de cada tema y vamos volando a la fotocopiadora"

"Che, ¿falta mucho?" preguntó la turca, una joven resolutiva, que estaba de campana, entrando y saliendo, pispeando a ver si venía alguien que los pudiera pescar con las manos en la masa.

"¡No, no! ¡ya vamos! Vos ocupate de lo tuyo" contestó el siempre agitado y ansioso dragón. 

La atmósfera estaba cargada, con el olor acre de la transpiración nerviosa de esos tres universitarios que estaban robando las preguntas del próximo examen de fisiología y la complicidad del cuarto personaje, el más importante de todos, el sereno de la facultad. Un hombre ya mayor, español, de pasada vida tumultuosa al que apodaban el gallego parcheado, por las marcas que la viruela y otras yerbas le habían dejado de recuerdo en la cara. Él participaba en la transgresión con entusiasmo porque le divertían mucho esos pendejos sinvergüenzas de buena familia; se sentía joven de nuevo con esas pequeñas aventuras y se daba valor con un par de copas de tinto ya que, evidentemente, ponía en peligro su trabajo. 

Abajo, en el auto, esperaban una flaca de Témperley, también alumna, y su novio, un taxista que traslucía cierto interrogante, una especie de "¿qué mierda estoy haciendo yo acá?". Pero allí estaba, con el motor del vehículo en marcha, con su flaca, emulando a Bonnie and Clyde.

"Dale, apurate, vení, turca, ayudanos con las fotocopias, así vamos más rápido. Total, ¿quién va a venir ahora?" dijo el conejo, ganando confianza porque veía que todo salía según lo planeado. Pero la turca se había adelantado y ya estaba aprovechando la fotocopiadora para sacar una copia de una carta personal que había manuscrito esa misma tarde. Pensó: "una copia mas o menos, nadie se va a dar cuenta". 

"Che, no jodan tanto moviendo la linterna para todos lados que parecen un faro llamando a los guardacostas", avisó el gallego, sin perder la calma. Pero pensó en el verdadero guardacosta, el titular de la cátedra y su ataque de ira si llegaba a sospechar algo. 

"Son tres temas, ojo, no se confundan" puntualizó el dragón, llamado así porque parecía echar fuego por la boca cuando hablaba a todo volumen. Si había una conspiración, allí estaba el. 

"¿Te crees que somos tarados, chabón?" se calentó el conejo, otro elemento de mucho cuidado. El y el dragón habían "sustraído", cierto dia que andaban dando vueltas en la Vespa, un farolillo que servía de señal en la calle y cruzaron la ciudad agitando la luz y simulando sirenas de policía, causando todo tipo de inconvenientes en la circulación de autos y personas. Esas eran las inocentes andanzas de los futuros doctores, que, a la vista de lo que vino después, parecen juegos de guardería. 

"Tomá, turca, andá poniendo de nuevo los originales en cada pila". 

"¡Ojo! ¡Bajen la luz! ¡Alguien viene!"avisó el sereno, al que casi se le caen las puertas metálicas del sobresalto. 

Quedaron todos paralizados como si jugaran a las estatuas. Nadie se atrevía ni a respirar: rápidamente habían aprendido a realizar la apnea voluntaria. Los pasos del desconocido avanzaban cautelosos en medio de un silencio sepulcral. Y una gran sombra se recortó contra el marco de la puerta. Parecía uno de esos gorilas vestidos de Armani de las películas de gángsters. Y casi gritó: "¿Qué pasa acá?"


"Ahhhh", suspiraron todos aliviados.  "Boludo, nos asustaste", gimieron a coro como si fueran mellizos univitelinos el dragón y el conejo. El grandote era Tobi, otro compañero de estudios. 

"Pero ¿qué carajo están haciendo? Pasé y vi a la flaca de Témperley y su taxista con el motor en marcha allí afuera. Me pareció muy raro y por eso entramos. Estoy con el pollo" dijo Tobi, al que ya se le iba pasando el asombro y se frotaba significativamente las manos. 

"¿El pollo y vos? ¿Dos más? Che, asi no podemos, parecemos una manifestación. Se va a dar cuenta el doctor Beach que acá hay gato encerrado" se retobó la turca, mirando a sus secuaces. 

"Se están afanando las preguntas del examen, ¿no?" dijo el pollo con una sonrisita sarcástica. "Desde ya les digo que queremos participar en el negocio". 

"Claro que si, 《la nigocia》a porcentaje" apostilló Tobi. "Como buenos compañeros". 

"¡Obvio, no hay mas remedio!" suspiraron los cuatro que habían ideado ese plan y ahora se veían obligados a compartirlo. 

"Bueno, ya veremos como lo hacemos para que no se note, pero ahora déjense de chácharas y terminemos con este asunto" apuntó la turca, que, como toda mina, era pragmática y no se perdía en el bosque de la controversia coyuntural, ideológicamente hablando, lenguaje muy de moda en ese momento de la historia. 

Hubo un poco de confusión de papeles por el sobresalto de los dos nuevos cómplices pero al final quedó prolijito e inmaculado y con la puerta metálica exactamente en su sitio. Salieron rajando con la flaca y el taxista, todos contentos y apelotonados en el auto, con el sabroso botín. Ya en el aguantadero, que era la casa del conejo, armonizaron las respuestas con las preguntas, dejando deslizar pequeños errores, para que no se notara nada. Así se aseguraban una buena nota en el examen, siempre difícil. 

Fue en ese momento cuando la turca se dió cuenta que había cometido un error garrafal. Tremendo y comprometedor. Los colores huyeron de su cara dejándola más pálida que Blancanieves, súbitamente sintió como se le aflojaban las piernas y dió un salto cuántico para llegar al baño lo antes posible, porque se cagaba encima. No se animó a decirle nada al resto de la pandilla. Tenía que pensar cómo salir de ésta.

CAPÍTULO 2: EL AGUANTADERO. 

Pero hablemos un poco de estos variopintos personajes basados en la realidad y de procedencias tan diversas: LADIES FIRST. La turca, cuyo apellido era en realidad armenio, nunca se sintió ofendida de que la llamaran "turca", pero todo el mundo sabe como trató el imperio otomano a los armenios. Se puede decir que la turca estaba en este mundo casi por casualidad. La flaca de Témperley, cuya madre lituana y judía, escapó de milagro de los pogromos y otros holocaustos y genocidios, al igual que la familia de Tobi. También estaban en este mundo por casualidad. El pollo, de apellido inglés, no lloraba por la pérdida de las colonias de los británicos y su guerra del opio en China, de hecho, ni le importaba aquella remota isla. El conejo, con apellido otoñal alemán, poco y nada se interesaba en el imperio austro-húngaro de sus antepasados y las posteriores guerras mundiales. El dragón, descendiente del magno imperio romano que puso los cimientos de una civilización greco-latina extraordinaria y el gallego, cuyos antepasados llegaron a América y fundaron el imperio español, siempre ensombrecido por la leyenda negra pero que duró siglos y comerció con la poderosa y milenaria China, dominando dos océanos inmensos. Todo ese pasado épico, ese mundo ancestral, donde se mezclaban los hechos y sus interpretaciones, los dioses y los hombres; a nuestros protagonistas les importaba un pito y enfocaban sus energías al desarrollo de una buena falsificación, al mejor estilo argentino. Porque al final todos eran argentinos y sus pasados imperiales europeos, heroicos y coloniales habían pasado a la historia. Sin saberlo, estaban contribuyendo a la construcción de las bases de un mito fundacional que todos los países jóvenes necesitan para creer en algo. Pero la contribución de estos pibes no parecía por el momento precisamente modélica, aunque en sus vidas de adultos, años después, se encarrilaron como personas "normales" (y que pagan sus impuestos). Bueno, casi. 

CAPÍTULO 3: EL EXAMEN

Los alumnos estaban muy disciplinados en sus pupitres, mirándose con cara de póker mientras se repartían las hojas con las preguntas del examen. El doctor Beach estaba inusualmente tranquilo y agradable, sobre todo cuando pasaba al lado de la turca. Nadie se dió cuenta de su actitud especialmente cariñosa porque estaban muy concentrados en el examen, pero ella si. De hecho, aunque tenía las respuestas preparadas, parecía un tembladeral como flan de huevo y no atinaba a agarrar de una vez por todas la birome y ponerse a trabajar ¿Qué cagada tan grande se podía haber mandado la noche del delito?

El doctor Beach se detenía a su lado y le hablaba con dulzura: "¿Qué le pasa, señorita? Quédese tranquila, m'hijita, que todo va a ir bien". Doctor Beach era un sobrenombre que le habían puesto los alumnos porque beach era "playa o, también, costa" y lo cargaban con que era un cetáceo tomando sol en la arena, con sus carnes generosamente desparramadas a los cuatro costados.  

Pero ella sabía que el profe sabía que alguien había tenido acceso al armario metálico. Lo que no entendía era por qué el no habia hecho una denuncia o, por lo menos, anulado el examen. ¿Y por qué estaba tan simpático? ¿Qué se traía entre manos?

De golpe y en el medio de una respuesta entre sístoles y diástoles, tuvo una epifanía y comprendió por qué el doctor Beach estaba tan amable con ella. Era la carta, la maldita y puñetera carta que ella, en el medio de la confusión de papeles de aquella funesta y deshonesta noche, había dejado por equivocación en una de las pilas de las hojas de examen. El puto cetáceo había reconocido su letra y seguro que creyó que él, nada menos que él, con su ego inflado mas que la grasa de sus rollos, era el destinatario de una carta de amor.

CAPÍTULO 4: LA CARTA.

"Esta carta va dirigida a usted, mi querido doctor, al que yo tanto admiro. Insensiblemente he ido pasando del deslumbramiento por su erudición a un sentimiento mas profundo. Y no me da vergüenza decirlo con el corazón expuesto ya que me he enamorado de usted. Comprendo que muchas jóvenes se encandilan con aquéllos que nos sirven de modelo para el desarrollo de nuestra futura profesión, pero yo le puedo asegurar que mi amor es sincero, duradero e incondicional. Espero con ansiedad una respuesta suya y deseo profundamente que no malinterprete mis palabras". 

La carta no tenía firma porque se supone que la iba a entregar en mano, le contó la turca a la flaca de Témperley. Al final tuvo que sincerarse con alguien y quien mejor que otra trastornada que en el mismo estofado estaba mezclada 

"¿Y quién es el afortunado, si puede saberse?" preguntó la flaca. 

"¡¡Mi joven y lindo dentista!! ¡Ni anestesia necesito cuando estoy en su consultorio! ¡Pero el doctor Beach creyó que era para el! ¿Te imaginás, yo con ese viejo cascarrabias?" se lamentaba la turca. 

"Ni me lo quiero imaginar... qué quilombo, pero, ¿para qué la fotocopiaste?"

"Para tenerla de recuerdo. Es mi primer amor, ¿entendés?"

Ante tanto pasteleo, la flaca de Témperley se acordó de las sabias palabras de su papá: "hay situaciones rosas en algunas novelescas vidas que empalagan como una jalea repugnante".

"¿No te parece romántica?" preguntó la turca al ver la expresión dubitativa de la otra. 

"Si, si... divina. Pero ahora, ¿qué vas a hacer con el cetáceo?"

"Si me pongo a explicarle al dr Beach el error, se va a ofender, se pondrá furioso, seguro, segurísimo y me va a bochar el resto de mi vida. Nunca podré ser odontóloga. Lo va a echar al gallego de su trabajo y yo terminaré pidiendo limosna en la puerta de una iglesia porque cuando mi familia se entere de lo que hice, me van a marginar y, sobretodo, me van a cortar los víveres. Estoy condenada al ostracismo", gimoteó la turca, mientras le caía un lagrimón. 

"¡Ayyy, qué exagerada, cualquiera que te oiga... pero si parecés una heroína de la Ilíada!" replicó la flaca, mas que nada para animarla, pero también porque ya no aguantaba tanto idilio azucarado mezclado con tragedia griega.

"Mucho, ¿no?" dijo la turca y ambas se miraron, se volvieron a mirar y al final estallaron en estrepitosas carcajadas que sirvieron como válvula de escape a tantos días de tensión. Se abrazaron y empezaron a pensar en alguna solución, como mujeres resolutivas que eran. 

CAPÍTULO 5: DESENLACE

Tobi había decidido cambiarse a la facultad de odontología de Buenos Aires porque él en realidad vivía allá y originalmente decidió hacer el curso de ingreso de verano en La Plata para adelantar un año. La turca, viéndose acorralada, y sin valor para enfrentar al doctor Beach, siguió esos derroteros. Convenció a su familia con argumentos esotéricos y descabellados que aceptaron a regañadientes (palabra sumamente adecuada al contexto), al verla tan vehemente. Y hacia allá huyó la pobre turca con el ánimo exaltado porque, después de todo, era una experiencia nueva, inesperada pero estimulante. No se iba a dar por vencida así como así. 

Se acomodó al lado de Tobi para la primera clase en el Aula Magna de la facultad mientras esperaban la entrada del profesor titular. Unos minutos mas tarde apareció por la puerta, sonriente y orondo, el doctor Beach. 

FIN DEL CUENTO.


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