lunes, 9 de mayo de 2022

UKELELE

 Por JUAN BORDENAVE



Fue hace un rato, pero bueno. Había fila por suerte. Ellos estaban adelante mío. Una mamá un poco más grande que yo con un cochecito que llevaba un bebé de un año más o menos. Y la nena de unos ocho. Nueve. Flaquita, morocha y muy serena. Cuando me di cuenta que estaban fue tarde porque ya les tocó a ellas. Queríamos ver ukeleles, dijo la mamá. Ella se sumó como muy interesada pero nada más. Y el flaco empezó a acribillar: éste es nacional, viene así (azul) o color madera, dos mil cincuenta. Traen una funda. Después aquel dos mil ochocientos y ya éstos de acá tres mil novecientos. Y así para arriba.

La mamá cortó y preguntó por los nacionales. Dale, de este puede haber en rojo. La nena, siempre serena dijo que en rojo estaría buenísimo, pero había que fijarse atrás.

Después me tocó a mi, me atendió otro flaco por supuesto porque el compañero estaba atrás buscando el ukelele rojo de la nena. Pero no pude darle demasiada pelota. La nena ensayaba una postura adulta de calma como quien está comprando un codo para la bacha de la cocina o renovando un plazo fijo. Pero yo sabía muy bien que no era así.

A la nena se la estaban comiendo cruda los nervios. Estaba rodeada de monstruos, como la Telecaster pornográfica que me atormentaba a mí a mis espaldas. La estaban acechando por los cuatro flancos y una porción de todo ese arsenal ahora iba a ser para ella.

Hay en rojo, dijo el flaco mientras traía una cajita. Y la abrió. Y yo no pude mirar a la nena porque me caí también ahí adentro. Una guitarra roja chiquita que parecía de juguete. Pero ni en pedo era de juguete. Porque no es joda esto. Todos los monstruos se hincaron iguales ante la guitarrita roja, que se desperezaba de entre sus nailons y cartones que le resaltaban lo nuevo, lo inminente. Le resaltaban una línea de horizonte absolutamente infinita. Yo fui un segundo esa nena. Lo amé ahí, desafinado y con olor a barniz, invitándola a un abismo del que ya no podrá volver  jamás. O a una cima mejor. Al techo de todas las cosas.

La nena empezó a sacar ella la plata para pagarle al flaco.

...los ahorros... , dijo la mamá como para subirle el volumen a pleno a la emoción que sabía que estaba inundando a su hija. La nena sacó un billete de mil pesos y le temblaba la mano. Te juro que le temblaba la mano. Los billetes podrían haber ido a una casa de ropa paqueta del centro, o a unas botitas, o a una tableta. Pero fueron para otro lado. No soy nadie para decidir qué está bien o qué está mal pero al verla salir a la nena abrazando la caja me pareció que la gente, las mil guitarras acústicas, los bajos, las baterías, todos se corrieron para dejarla pasar.

Quedó un chico de unos veintipiquito. Estaba antes que nosotros y esperaba que le trajeran unas clavijas. Tenía muchísima cara de preocupado y es lógico. La selva estaba llena de hijos de mil puta y él estaba desarmado. Pero por ahí ver a la nena a él también le dio un poco más de tranquilidad.


Un recuerdo de hace tres años,  Juan Bordenave

No hay comentarios:

Publicar un comentario